Luis Barragán
Vísperas del
Día de la Juventud, nos percatamos que las consabidas tesis generacionales no
explican suficientemente lo acontecido en el presente siglo, como quizá y muy
quizá explicaron los anteriores. Un nuevo aniversario de la Batalla de La
Victoria que contó con el importante refuerzo del estudiantado de 1814, dato
fundamental para el constituyente de 1947 que la acordó como fecha de Estado,
nos impone de una actual y dramática circunstancia: es más fácil izar en un
inmueble urbano la bandera nacional que hacerlo en nuestro extenso territorio
subastado entre las más variadas fuerzas irregulares y foráneas.
Concuerdan los especialistas en que
la juventud no es una categoría social homogénea, por lo que son diferentes los
enfoques para abordarla (demográfico, histórico, sociológico, biogenético,
psicológico, sistémico, etc.). Por lo pronto, con Víctor Alba, entendemos como
juventud lo que la sociedad entiende por tal y, concretamente, por juventud
política la que decididamente milita y participa en los partidos, a los efectos
de la presente nota, ya que comprende también la que activa en la sociedad
civil organizada.
Después de lo acaecido en las carnestolendas de 1928 en la única universidad de Caracas, por cierto, una de las tres existentes en todo el país hasta 1958, el sector juvenil afianzó sus organizaciones gremiales pasando del estudiantado a otras fórmulas asociativas en el terreno social y que políticamente fueron asimiladas por los partidos, fundamentalmente, a partir de las postrimerías de los ´40 del ´XX. Surgen las llamadas Juventud Comunista de Venezuela (JCV) y Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC), como expresiones institucionales de los partidos de adscripción, fortalecidas más adelante, con la caída la dictadura de Pérez Jiménez, las de Acción Democrática que dio origen al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un poco más la de Unión República Democrática (Vanguardia Juvenil Urredista) y un poco menos las liberales del Frente Nacional Democrático, impetuosas las del Movimiento Al Socialismo y el MIR, pasando por numerosas fórmulas pasajeras que desmayaron definitivamente al arrancar la presente centuria.
Brevemente, a nuestro juicio, enunciamos algunas de las tendencias históricas más marcadas de las juventudes políticas que se atrevieron a hacerse tales: apuntalaron ideológicamente a sus partidos, peso político específico siendo realmente representativos del vigoroso mundo estudiantil, desplegaron el activismo más riesgoso de la organización, fueron las instancias que menor costo económico le infringían a los partidos, testimoniaron un compromiso existencial con el ideario que predicaron. Nos permitimos agregar otro rasgo, el disciplinario, pues, a pesar de su evidente influencia, no eran entidades tan absurdamente independientes de la dirección política adulta de la entidad afiliada.
Ahora, sólo las juventudes políticas
cuentan con una nominal manifestación, comenzando por la partidaria de un
oficialismo que la tiene como un departamento clientelar, frente a una posición
que ha desfigurado el rol político de los jóvenes, con las muy contadas
excepciones. Afectadas por los vicios del régimen, no parece suficiente hablar
de postmodernidad, videopolítica o cambios en la concepción de la juventud
misma: una discusión que sigue pendiente pendiente.
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