miércoles, 2 de febrero de 2022

Golpegrafía

GOLPE DE ESTADO

Carlos Blanco 

Decía Ramón J. Velásquez que para saber la situación de los cuarteles bastaba mirar la calle. No era indispensable tener una conexión militar (ya sabemos, el primo del tío del cuñado de Filinto es capitán y me dijo que “la cosa está fea” y…), sino ver el ánimo de los viandantes comunes y corrientes. Si hay contento en la calle lo hay en los cuarteles; si, por el contrario, los transeúntes andan de mírame y no me toques, lo propio ocurre con los de uniforme y gorra.

En el contexto venezolano actual pareciera que solo ha habido un intento de golpe de Estado, el de Chávez en 1992. Sin embargo, la democracia venezolana ha vivido desde sus inicios bajo la amenaza de insurrecciones, algunas más conocidas y otras, menos. Como lo documenta Thays Peñalver en su libro La conspiración de los 12 golpes, la ristra es larga y culebrera. Podría decirse que los 40 años de 1958 a 1998 no fueron el camino ascendente –aunque no exento de problemas– hacia la democracia como ahora sabemos de sobra, sino un conflicto irresoluto entre fuerzas históricas en pugna.

La Junta de Gobierno presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, a los seis meses, afrontó la rebelión del ministro de la Defensa, general Castro León, a la cual siguió en septiembre otra de la Policía Militar. Cuando Rómulo Betancourt se instala en Miraflores los intentos golpistas se sucedieron por varios años: desde el intento del propio Castro León en Táchira, derrotado por militares, campesinos y estudiantes, hasta varios otros, de derecha y de izquierda.

Betancourt resistió el Barcelonazo de junio de 1961, que fue un intento de oficiales perezjimenistas. También el Carupanazo en mayo de 1962, protagonizado por oficiales de izquierda. El Porteñazo en Puerto Cabello en junio de 1962, con saldo de más de 400 muertos y 700 heridos, insurrección dirigida por oficiales y dirigentes comunistas, consagrada para siempre por el fotógrafo Héctor Rondón Lovera con la gráfica del sacerdote Luis María Padilla que ayuda a un soldado herido, cabo segundo Andrés de Jesús Quero (hay otras versiones sobre el nombre del efectivo), en medio del tiroteo. En El Porteñazo la pezuña de Fidel Castro fue evidente con estridencia.

En forma paralela y complementaria se desarrollaba la insurrección de la extrema izquierda, encabezada por el Partido Comunista y el MIR, debatiéndose entre los intentos con oficiales de las Fuerzas Armadas comprometidos con ellos, las guerrillas urbanas y rurales, y la masiva presencia del apoyo cubano. A un costo altísimo para Venezuela esas insurrecciones fueron derrotadas y sus rezagos, ya inútiles, siguieron durante el gobierno de Leoni hasta que se inició la pacificación de los líderes que culminó exitosamente con Caldera.

Caldera tuvo una situación militar complicada al inicio de su gobierno (curiosamente y por razones distintas también al inicio de su segundo período), lo que se saldó con la imposición de la autoridad civil por él representada. Pero las procesiones andaban por allí. El primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, entre la bonanza, el apoyo popular y la juventud de la democracia, creó una barrera a las insurrecciones militares. En todo caso, no era el golpismo parte del ambiente de un país que, según parecía, se dirigía a una prosperidad permanente.

En contra de Luis Herrera Campíns hubo también un intento según el cual sería apresado (¿o atacado?) en un desfile militar. En el gobierno de Jaime Lusinchi, cuando se encontraba de viaje y estaba encargado de la presidencia Simón Alberto Consalvi, hubo un inexplicado paseo de tanques de guerra, en octubre de 1988, que más adelante se asumió como un “ensayo general” del golpe de Chávez o, tal vez, a algunos oficiales se les fueron los tiempos. No fue una equivocación sino que 18 tanques y más de 100 soldados participaron en esa operación para secuestrar al presidente encargado, cuenta Thays Peñalver.

Después vinieron las epopeyas perversas de Chávez en febrero de 1992 y de noviembre del mismo año, encabezada por el contralmirante Grüber Odremán. También derrotadas como las que ocurrieron desde 1958 en adelante. La cuestión es por qué si todas fueron derrotadas y sus autores fueron lanzados a la censura pública y luego al olvido, la de Chávez (no la de Grüber Odremán) fue el inicio de la escalada militar, popular e internacional que dio al traste con la democracia venezolana.

La clave fue la respuesta de las élites, empresarial, política, gremial, sindical y la de los representantes de la “ilustración”. En toda la etapa democrática las conjuras fueron derrotadas por los militares con inmenso apoyo popular. Los alzamientos contra Betancourt fueron de gran envergadura y entonces el PC y el MIR tenían un tajo, aunque minoritario, de simpatía en medios juveniles, profesionales, estudiantiles e intelectuales en general. Pero el peso de las que se llamaron por un largo tiempo “las fuerzas vivas” se puso al lado de los gobiernos y los alzados pudieron ser controlados.

Sin embargo, la represalia de un sector de las élites contra la democracia “adeca” no por encubierta dejaba de estar activa. Desde el derrocamiento del general Medina Angarita en 1945, los desplazados de la hora nunca perdonaron el atrevimiento de Rómulo Betancourt y del grupo militar encabezado por Pérez Jiménez. Con el golpe y la subsiguiente revolución democrática del trienio, se cortó de cuajo el proceso evolutivo desde la feroz dictadura de Gómez hasta una apertura indudable del general Medina, quien sin embargo mantenía una abierta resistencia a la elección popular, universal y secreta del presidente de la República, ya convertida en demanda nacional de primera importancia.

Para observar la posición de los desplazados de 1945, basta citar a su figura más representativa, Arturo Uslar Pietri[1]: “Todo se cambió, se alteró el país que estaba, hasta ese momento, manejado por un grupo de hombres muy seleccionados, muy capaces, de la gente más calificada que se tenía y entonces entraron a gobernar un grupo de gente muy joven, sin ninguna experiencia –de ninguna especie-, administrativa, de modo que el país dio un salto muy grande en la oscuridad y eso ocasionó un caos, medidas ilógicas y absurdas, desajustes terribles de los cuales el país ni siquiera se ha repuesto. Por ejemplo, un simple hecho puedo decirlo yo a esta distancia: Venezuela tenía una disciplina fiscal heredada de Gómez, muy rígido y muy útil, es decir, había un presupuesto y ese presupuesto se cumplía, y los créditos adicionales eran una verdadera excepción. La Ley Orgánica del Fisco Nacional se cumplía rigurosamente bajo Gómez y eso lo heredaron López Contreras y Medina. Bajo López Contreras y Medina los ministros no podíamos salirnos del presupuesto, el mover una partida era un problema muy grave y el pedir un crédito adicional era casi escandaloso. El país no tenía deuda, vivía de su presupuesto equilibrado, había una disciplina fiscal, cuando yo estuve. Eso se rompió y más nunca se ha recuperado. Venezuela ha vivido en el desorden fiscal desde el 18 de octubre hasta hoy, y seguimos sin poder salir de él” (resaltado mío, CB).

En ese mismo trabajo se recoge de Uslar Pietri lo siguiente, lo cual añade la nota personal indispensable: “No hay duda de que si no hubiera habido un 18 de octubre, yo hubiera sido Presidente de Venezuela en un momento u otro. Era evidente. Yo era el político joven más importante de Venezuela en ese momento, yo era la figura central del más grande partido político que tenía el país, que era el PDV, Partido Democrático Venezolano, yo estaba en plena actividad política, el PDV dominaba el Congreso, la Asamblea Legislativa, los Concejos Municipales, era una fuerza, la fuerza política más grande y más organizada del país, de modo que estaba en la más elemental lógica que tarde o temprano yo iba a ser presidente de la República”.

Lo que aconteció en la década de los noventa fue que esos golpes de Estado se encontraron con el descontento social acumulado durante la década anterior, los efectos de los reajustes del programa económico del presidente Pérez, pero sobre todo con la dirección de un partido de gobierno que ni quiso ni supo enfrentar a sus adversarios históricos y que le dio manga ancha a la revancha que se cocinaba desde 1945, encabezada por un intelectual del prestigio de Uslar Pietri y la corte que lo acompañó en su propósito de derrocar a CAP.

Descontentos populares hay siempre cuando las demandas no son inmediatamente satisfechas y más aún si se sale de la “década perdida” latinoamericana de los ochenta. Pero a los errores del gobierno, sumados a la renuncia de Acción Democrática de su papel de apoyo al gobierno de su compañero (apoyo que después dio a Caldera cuando aplicó la misma política que a CAP le criticaban), abrieron el boquete para que la insurgencia militar fracasada le diera una figura a la política, la de Chávez, cuyo ascenso se produjo en el marco del esfuerzo de “los notables” encabezados por Uslar y José Vicente Rangel por derrocar el gobierno.

Esos “notables” arrastraron tras de sí a la mayoría de los miembros de las élites políticas y empresariales, y finalmente al propio partido de gobierno, para derrocar al gobierno de CAP. Las consecuencias de esa venganza mezclada con traición se pagan literalmente con miseria y sangre en los tiempos que corren.

[1]Trabajo de Gregorio Salazar para Tal Cual en: https://alianza.shorthandstories.com/75-revolucion-de-octubre/index.html

02/02/2022:

https://www.elnacional.com/opinion/golpe-de-estado-2/

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