Domingo 1A Adviento 27 diciembre 2022
“Estén siempre preparados, porque a la hora que menos
piensan, viene el Hijo del Hombre” (Mt 24, 37-44)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: Estar en vela)
José Martínez de Toda, SJ
¿Cómo fue la gran inundación?
“Los vecinos de Noé comían,
bebían, se casaban…”, sin pensar para
nada en que su fin se acercaba. Le llevaría a Noé mucho tiempo construir y
aprovisionar el arca. Le verían trabajar, y le habrían preguntado sobre ello.
Ciertamente, él les diría que se arrepintieran de sus pecados, para que ellos,
también, fueran salvados. Sin embargo, no le hicieron caso, y pensaban que Noé era
un fanático religioso.
Y cuando las aguas empezaron a subir, los vecinos se sorprendieron y comenzaron a preocuparse. Al ver que el agua se acercaba a sus casas, se pusieron más ansiosos. Al ver que el agua continuaba subiendo, empezaron a tener miedo. Al ver que el agua se llevaba todo, se pusieron histéricos. Cuando se espabilaron lo suficiente para hacer algo, era demasiado tarde. La hora de preparación ya había pasado. El diluvio arrasó con todo.
¿Qué otra comparación pone
Jesús?
Describe a la gente llevando
una vida ‘normal’ en el campo, en el molino… No hay ninguna indicación de que
hoy será diferente al de ayer o al día anterior. La vida sigue. Pero de
pronto uno muere y el vecino sobrevive. La venida de la muerte será rápida y
sorpresiva.
Esas dos situaciones, descritas por Jesús, eran muy parecidas a las de hoy. Hay quienes avisan de esa posibilidad (de emergencia), pero pocos los toman en serio. Jesús concluye: “Así será también con la venida del Hijo del hombre”. Se encontrarán sin preparar.
Jesús
en este evangelio habla de su futura venida. ¿Pero no vino ya en Belén?
Jesús viene a nosotros en muchas
formas:
Viene en Navidad, viene cada día cuando
escuchamos su Palabra en el Evangelio, cuando lo recibimos en la comunión,
cuando viene en la persona de un amigo que te ayuda, de un necesitado que me
necesita…
Pero hay otras venidas imprevistas
en momentos de tensión, de persecución, de enfermedad, a la hora de la muerte,
al final del mundo…
Hay algo en lo que no queremos
ni pensar: cómo moriremos.
La muerte nos puede venir
de repente o poco a poco.
Puede ser un accidente de
carro, de bus, un terremoto. No estás seguro en ningún sitio, ni en las Torres
Gemelas. Sin embargo, hasta la gente que tiene trabajos peligrosos (bomberos,
policías, soldados) encuentra difícil imaginarse su propia muerte.
También puede ser que
muramos poco a poco de alguna enfermedad o de viejos; en este caso, tendremos
la oportunidad de prepararnos espiritualmente mejor.
A la hora que menos lo pienses, vendrá el
Hijo del Hombre, te encontrarás con Él.
Cada domingo, en el Credo, lo recordamos: "Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar"…
Y hoy, en Adviento, hacemos un paréntesis para reflexionar también en esta venida del Señor en su parusía (o presencia) del último día.
¿Todo será negativo al fin del
mundo?
Abundan en la Biblia
imágenes positivas que expresan que todo lo bueno del mundo conocido quedará y
será transformado en “el cielo nuevo y la tierra nueva donde habitará la
justicia” (2 Pedro 13). Son innumerables los textos proféticos que describen el
futuro con símbolos de alegría y de fiesta. (Isaías 60, 1-22; 62 1-12; Amós 9,
11-15; Miqueas 4, 1-5; Sofonías 3, 14-20; Apocalipsis 21, 1-8; 22, 1-21).
El fin del mundo fue también
comparado en la Biblia a un parto. Para que un nuevo ser nazca son
necesarios tiempo, amor, paciencia, esperanza, y en el momento decisivo, en las
horas finales, se necesita esfuerzo y paciencia para los dolores tremendos.
Según S. Pablo, en este parto ya ha asomado el niño, ya ha nacido la cabeza del hombre nuevo, que es Jesús. La humanidad, que es el cuerpo, nacerá tras él (Efesios 1, 22; 1 Corintios 12, 12 y 27). Ése es nuestro deber: ayudar a ese nacimiento.
¿Qué debemos hacer? ¿Cómo podemos estar
listos?
Una clara respuesta de
Jesús se encuentra más adelante en este evangelio, en el Juicio Final. Allí,
cuando Jesús dice que actividades como dar de comer a los pobres, dar de beber
a los sedientos, dar la bienvenida a un desconocido, vestir a los desnudos, y
visitar a los prisioneros serán, como si las hubiéramos hecho por Cristo mismo
(Mt 25:31-46).
Entonces, más nos vale
estar listos. Y así podemos dejar el resto en manos de Cristo.
La persona que vive en constante compañía con Jesús no será amenazada por su repentina aparición de Jesús. En cambio, la venida de Jesús será una ocasión para alegrarse, muy parecida a lo que sentimos cuando vemos a un ser querido después de mucho tiempo sin verle – o como la alegría que siente una persona perdida al ver que alguien viene a rescatarle.
¿Cómo debemos esperar al Señor?
<Cuando un amigo tiene que hacer un regalo
o tomar una decisión en nombre de otro, piensa: ¿qué le gusta, qué haría él? Intenta
ponerse en su lugar, meterse en su piel para acertar. Esto supone vivir una
relación de intimidad, confianza y amor.> Es lo que se llama ‘empatía’.
S. Pablo nos aconseja: "Revístanse del Señor Jesús", es
decir, pongámonos en su lugar: ¿Qué haría Jesús en esta ocasión? Así mejoraremos
nuestro estilo de vida de una forma determinada y concreta. Y no puedo acertar
si no tengo una relación de confianza y de amor con Él.
Revestirse del Señor Jesús es soñar con el
profeta Isaías en una vida en la cima de la montaña donde el Reino de Dios es luz,
paz y justicia.
Revestirse del traje de Jesús es tener el
deseo y el sueño de vivir para la justicia y el amor y que ese sueño nos posea
y nos impulse a luchar contra toda injusticia y todo odio.
El vestido de Jesús viene en una sola talla
para todos. Y no tiene precio, es un regalo de Dios. Pero hay que llevarlo con dignidad. Hay que
llevarlo en la lucha por la justicia.
Hay que vigilar para no perderlo. Hay que
amarlo hasta dar la vida por él.
Ilustración: Liviu Dumitrescu.
Misa Cardenal Porras: https://www.youtube.com/watch?v=BAa9oOuSAsc
Reflexiones del Padre Peraza:https://www.facebook.com/871245462/videos/1192345694698578
Homilía Padre Martín: https://www.youtube.com/watch?v=zN49fPFJk6E
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