Luis Barragán
Acotación preventiva, no entendemos nuestra accidentada
vida republicana sin la bondad de alguna mínima formalidad parlamentaria
alcanzada; por muy censitario e indirecto que haya sido el sufragio, la población
supo también reconocerse en los extraordinarios tribunos que nos hicieron algo
más que un dato geográfico en el XIX. No olvidemos, en las postrimerías del
siguiente siglo, le da alcance al Congreso de la República una vasta, sostenida
y dolosa campaña de satanización que hace del “calderazo” – aquél eufemismo de Moisés Moleiro - una
exigencia estelar de los sectores que hoy en nada refieren el desempeño de la
unicameralidad con dos décadas y media a cuestas; la eventual reforma
constitucional, esperando el oficialismo por el momento que más le convenga,
parece apuntar a una instancia semejante a la Asamblea Nacional del Poder
Popular de Cuba, contrariando toda una genuina tradición deliberativa en
Venezuela.
Tradición que,
en efecto, la tuvimos y holgadamente, dentro y fuera de las curules edilicias y
parlamentarias, pues, por mucho que fuese el peso de una personalidad partidista,
ésta debía responder a una dirección política de múltiples pareceres y sonoridades,
llamada a consensuarse, por ejemplo. Convengamos que, después de 1958, profundizamos en el debate libre y organizado
como nunca antes, en los más disímiles quehaceres sociales, y, teniendo por natural
domicilio el parlamento, significó una importante experiencia acumulada ahora
francamente desconocida por las nuevas generaciones.
De reciente
circulación, seleccionador e intérprete de un eficaz discurso de la civilidad,
acierta Ramón Guillermo Aveledo con el segundo tomo de “Luis Herrera Campíns,
vida parlamentaria” (Abediciones / KAS, Caracas), cubriendo los años del
hemiciclo este (1964-1968, 1969-1973) y del oeste (1974-1978) del Capitolio Federal. La obra constituye una prueba irrefutable de
la sobriedad, respeto, profundidad, perspicacia, claridad, contundencia, decoro
y humor que caracterizaron el verbo y la conducción política trastocada en
escuela: no por casualidad, Herrera y Aveledo fueron magníficos oradores y
jefaturaron la correspondiente bancada parlamentaria en las diferentes épocas
de actuación en el palacio legislativo.
De una necesaria e inevitable complejidad estructural y organizativa, la dirección partidista encontró un extraordinario, confiable y mutuo soporte en la dirección parlamentaria, cuyo desarrollo institucional contó con sólidas bases echadas desde muy principios de los sesenta del veinte, estabilizada y perfeccionada en los noventa hasta consagrar reglamentariamente la objeción de conciencia como un derecho de los senadores y diputados adscritos a la bancada, a modo de ilustración. A través de sus discursos, Luis Herrera da cuenta de un extenso y variado temario, pero también de una orientación política disciplinada y congruente, discutida por los parlamentarios adscritos en consonancia con las líneas estratégicas del partido que generó, en varias ocasiones, un esfuerzo adicional de entendimiento y compromiso.
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