DE UNA SOCIOLOGÍA DEL DESPLAZAMIENTO URBANO
Luis Barragán
Hemos
reencontrado una vieja ilustración, por varios años, traspapelada, relacionada
con el tráfico automotor. La creemos
atribuida a alguien de apellido “Bosé”, publicándola una revista de vieja data,
como Momento (Caracas, n° 226 del 11/11/1960).
Gustamos mucho
de la pieza al expresar muy bien la espesura del tráfico que inunda a una ciudad
plena de edificios hechos de trazos limpios, según el imaginario de entonces. A pesar
de la densidad poblacional, probablemente la idea de la modernidad estuvo muy asociada
al orden y la disciplina, más que la espontaneidad y libertad.
Y, en efecto,
nunca olvidamos aquella lejana referencia a las principales arterias y sectores
de una ciudad como la de Nueva York, en
la que el conferencista resaltaba la sola circunstancia, por indicar apenas
una, en torno al funcionamiento real y palpable del teléfono en una impecable
cabina pública en medio de la estridencia y el pausado andar de los automóviles
que contrastaba con el acelerado paso de una inmensa variedad de personas. Un breve ejercicio nos deprime: compararlo
con el presente de las principales metrópolis venezolanas que, huelga comentar,
son las de un inaudito deterioro.
De apartar el no menos inaudito fenómeno de la diáspora, otro de los más visibles
testimonios de desintegración social, lo vivenciamos al recorrer diariamente
las calles bajo la interesada y militante displicencia del régimen, expuestos
al predominio y arbitrio de los crueles generales que protagonizan una dura
batalla vial con el derecho adquirido de amenazar la integridad física del
resto de la humanidad y ejecutar maniobras que no se atreverían a probar los
habituales de la pista de Indianapolis. Grandes funcionarios y apalancados beneficiarios del régimen con
sus no menos feroces escoltas, moviéndose confortablemente; los motorizados que encaraman y aventuran a
la propia prole desprovista de cascos protectores para garabatear el pavimento;
los camioneteros que atraviesan sus peores intenciones para sobrevivir, y toda la fauna que convierte la anomia en una
credencial inatacable de los tiempos que padecemos.
Lo hemos observado en anteriores ocasiones, no
se justifican las enormes colas en Caracas y otras urbes del país, con un
parque automotor casi exclusivamente compuesto de modelos de muchos años atrás,
y esto puede apreciarse en cualquier autopista, como en los estacionamientos
residenciales y comerciales. La ciudad disfuncional, mal pavimentada y
agujereada, semáforos inservibles, autoridades uniformadas que todos sabemos
cómo se comportan con las honrosas excepciones del caso, reparaciones
inoportunas a deshoras, entre los innumerables casos, perfilan una forzada y
arriesgada coexistencia que afianza el mal común.
Las leyes venezolanas de tránsito terrestre
anteceden a las constituciones de la más reciente contemporaneidad, dato inútil
en relación a la realidad cotidiana actual. Por ejemplo, ya es derecho
adquirido de todo motorizado el de emplear las vías en contrasentido, por muy
señalizadas que se encuentren, peligrando la vida de los demás, fuere o no autoridad pública, y frecuentemente descascado como sus acompañantes.
Extrañaría bastante que no hubiese estudios
serios, tesis de grado y afines, respecto al comportamiento del venezolano en
el ámbito que todos los días cambia de reglas, asegurando el predominio de los
más fuertes: sin dudas, es uno de los escenarios principales del socialismo del
siglo XXI, dando razón de sus orígenes y, acaso, ejemplificando sus desenlaces.
A modo de ilustración (o de la otra ilustración), organizando mejor el debate,
una suerte de sociología del desplazamiento urbano, luce necesaria.
26/06/2023:
https://opinionynoticias.com/opinionnacional/39563-de-una-sociologia-del-desplazamiento-urbano
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