DEL PODER TOPONÍMICO
Luis
Barragán
De
acuerdo a lo anunciado recientemente, bajo un extenso título que trasunta burocracia
e ilustración al mismo tiempo, está en ejecución el llamado “Plan de
modificación de epónimos a nivel nacional desde la descolonización”. Por consiguiente, 6.415 planteles educativos fueron
renombrados, como la escuela “Diego de
Losada” que pasó a llamarse “Judith Liendo”, en la caraqueña parroquia El
Valle, ajusticiando simbólicamente el español.
Por
lo pronto, el masivo rebautizo de las instituciones escolares, porque – en
medio de las informalidades alcanzadas por el Estado en la presente centuria –
debemos concebir el aula como una institución, la iniciativa expone el riesgo
de una sustitución y redenominación arbitraria, además, portadora de una
abusiva intención e intencionalidad política e ideológica de obvios efectos
para la muchachada, e, incluso, sus representantes. Y ha de ocurrir todo lo
contrario, militantemente lo contrario al fundarse Macondo, pues, en lugar
nombrar a las personas, al mundo y las cosas, celebrando la novedad para
orientar, cobrar un sentido y afianzar una identidad, desechamos por viejo el
que tenían, renombrando para la confusión, y esperando un par de generaciones
para saber si cala o no “Waraira Repano” o “estado La Guaira” en lugar de “El
Ávila” o “estado Vargas”, sin que el médico y rector gozara al menos de un
juicio sumario.
Dígase
conquista o invasión, tratamos de una
dura etapa histórica imposible de borrar como también insisten en hacerlo con
la colonial, fusilando a justos y pecadores en el estrecho imaginario
sobreviviente del comité de salut public
que convierte ahora a cada funcionario público en una suerte de Robespierre por
delegación. Y es de presumir la existencia
de más de seis mil expedientes que fundamentan el cambio de nomenclatura para
los planteles públicos y privados, con sendos informes suscritos por
especialistas prestos a un debate que, creemos, no se ha dado siquiera en las
localidades afectadas, ni generalizado en los ámbitos académicos que sufren los
embates de la crisis como el resto de una sociedad sojuzgada.
El
asunto no estriba en el reemplazo de los acostumbrados sustantivos a favor de
los otros tomados por inmaculadamente originarios y por entonces
anticatastrales, bajo criterios frecuentemente subjetivos y morbosamente revanchistas,
sino en el redescubrimiento del poder toponímico del Estado que suele
confrontar a una sociedad civil que nombra por uso y costumbre, creando y
sosteniendo una tradición. Acotemos, sugiere la pureza, la absoluta pulcritud
de la autoridad pública que redesigna, capaz de contaminar todo el hábitat con
expresiones inauténticas, pero que son del interés estratégico de un socialismo
que ha golpeado nuestro sentido de pertenencia y de identidad venezolanos,
capaz del gigantesco artificio de escudriñar y saquear todas las Gacetas Oficiales
a la caza de los espacios públicos, arterias viales e inmuebles merecedores de
una distinta mención tan acorde con ese otro imaginario que no logran todavía
imponer porque no encarna un proyecto cultural, a menos que se tome por tal la
descomposición social en curso.
Absurdo
que demandemos a todo trance el radical testimonio de integridad personal de todos
los actores históricos, principales y secundarios. Recordemos, el presente
régimen metió a Antonio Guzmán Blanco en el Panteón Nacional que él mismo
ordenó construir, en el marco de una caprichosa reforma urbana, decretante de
la enseñanza pública, gratuita y obligatoria,
aun siendo un insigne ladrón del erario público.
En
todo caso, si desean otra distinción para las escuelas y liceos, no deberían echar
mano de los seis mil planteles construidos en el siglo XX, localizados de
acuerdo a los decretos y las resoluciones que sobreviven en los archivos, sino
– algo sencillo – edificar otros seis mil para honrar las últimas dos décadas y
media. Llamar de otro modo a los institutos
educativos, o cualesquiera sitios, mediante un artificio que no expresa el
sentimiento de los lugareños, faltando a
la autenticidad, significa un riesgo muy grave como el de no llamarlos, haciéndonos
innombrables como la realidad misma.
Concebir
y tildar automáticamente al neoliberalismo o el conservadurismo moral de fascistas,
en cola las otras escuelas doctrinarias de sus antojos, es una jugada de
laboratorio similar, esta vez, colocando la psicología social y la antropología
cultural al servicio de la toponimia socialista. Innombrables, pretenden que pasemos de la urbe
de los eufemismos a la de los silencios.
30/04/2024:
https://www.elnacional.com/opinion/del-poder-toponimico/
Cfr.
https://efectococuyo.com/la-humanidad/cecodap-cuestiona-cambio-de-nombres-a-planteles-en-venezuela/
Fotografías: LB, Hemeroteca de la Academia Nacional de Historia (CCS, 16/02 y 24/04/2024).
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