DENSIDAD POLÍTICA Y TRANSICIÓN
Luis Barragán
Más que un inevitable
tránsito, como el que intenta el actual régimen pretendiendo algunas
correcciones que le garanticen su esencial continuidad, la transición política
ganará en acepciones dependiendo de sus propósitos, características y alcances. Tentada, frustrada o consumada, jamás la experiencia será exactamente igual a
otras relativamente recordadas, aunque el pasado frecuentemente reporta
importantes y útiles orientaciones necesarias para el debate.
Luego, obviamente,
la transición en sí misma no se justifica ensayada desde el derrumbe sencillo o
complejo, seguro o inseguro, repentino o
pausado de los regímenes de fuerza y el de sus más connotados actores.
Horoscopales, los transitógrafos de
ocasión no reparan en las densidades políticas que adquiere al sincerarse el
juego de las realidades y sus urgencias, surgiendo las demandas aún más
inverosímiles; las ambiciones e intereses que suelen contrastar con un relato
de heroísmo también de no pocos impostores, y, en definitiva, en un tenso balance
entre el testimonio verídico y continuo de entrega y sacrificio de la dirigencia
que ahora debe lidiar con los oportunistas de variada ralea. Sin embargo, en el
caso venezolano, se evidencia un aspecto posiblemente inédito: radicalmente
sufrido, desconocemos cuán hondo llegan las raíces del mal, y públicamente
ignoramos las más vitales series estadísticas, faltando a lo
constitucionalmente pautado, siendo difícil a los especialistas acceder a las
variables indispensables que hacen y explican las políticas públicas, por lo
menos, las más sensatas y convincentes; huelga un mayor comentario respecto a
la consabida pandemia, huérfanos los médicos y toda la opinión nacional del más elemental
boletín epidemiológico.
Un gobierno de
transición, legitimado por las mayorías ciudadanas, encontrará no pocas
sorpresas al empeñarse en la reconstrucción del país, porque – a modo de
ilustración – sospechamos de una grave o gravísima situación en el área
petrolera que la (auto)censura no permite apreciar hoy en su justa dimensión.
Por supuesto, habrá medidas que inmediatamente respondan a una extraordinaria
emergencia social y económica, pero el propio, más adecuado e impostergable
diagnóstico requerirá de sendos mecanismos de concertación entre los factores
decisivos y representativos de la oposición que rápidamente dejarán de serlo al
conducir al Estado que deben redescubrir, valga el detalle, esperando toda
suerte de (in)justificados y (des)medidos ataques.
Mecanismos
sumados a los de ejecución y evaluación que darán cuenta de una tarea ciclópea
que, al mismo tiempo, significará la delicada o ruda administración de las
diferencias para la prioritaria reinstitucionalización de todo el país y la
recuperación del tan vulnerado Estado. Acotemos, la reapertura de una sociedad
fuertemente sojuzgada por más de dos décadas, generará altos niveles de
conflictividad espontáneos y naturales al lado de los más calculados y
artificiosos, obligando a una buena dosis de realismo, prudencia y pragmatismo
de los decisores del proceso.
Varias son las
veces que nos confunden los antecedentes históricos, pues, salvadas las
distancias, ya le es tarde al actual régimen para emular a Pérez Jiménez con un
largo tránsito hacía sí, como el ocurrido entre 1952 y 1957; o el de creer en
el blindaje automático del consenso para la inmediata postdictadura, olvidando
circunstancias como la temprana salida de URD de la coalición gubernamental, en
1960, organización que no entendió en su momento la trascendencia de Puntofijo,
perfeccionado con el pacto institucional de finales de la década. Añadimos, la
ya por siempre inminente caída del
segundo gobierno de Betancourt que, paradójicamente, cubrió todo el período
constitucional, capaz de tentar a otros protagonistas de la época con notables
posiciones institucionales para reemplazarlo, gracias a una sutil artimaña.
Consideremos
que la superación del gomecismo la encabezaron aquellos que lo integraron, pero
no ocurrió así con la sustitución de la dictadura por 1958, aunque – en una y en
otra transición – contaron con el orden, preservación y difusión de una básica
data que facilitó la posterior actuación del Estado en múltiples ámbitos. Y,
nos permitimos agregar, una mínima discusión pública a juzgar también por la
crítica velada de sostenidos opinantes, como D.F. Maza Zavala o Adriano
González León, quienes encontraron espacio en la prensa escrita, todavía
incierta la caída del régimen, para versar en torno a la precursora medida
proteccionista de la industria del calzado o el lanzamiento del Sputnik I.
Distinta
coyuntura la del extendido presente, porque no sabemos cuáles sorpresas
deparará la muy escondida realidad económica y social, cuyas consecuencias
sentimos y padecemos, tendiendo a empeorar sus causas, excepto que la
dirigencia política avenga en un diagnóstico acertado, perfilando alternativas
viables y eficaces de corto y mediano plazo. Esto es, conviniendo que el
esfuerzo más importante de la transición democrática es alcanzarla, sobresale
una tarea y una responsabilidad política indelegables que fuerzan a explorar
las temidas profundidades de la crisis y- asimismo – conquistar determinados y
calificados segmentos de la población dispuestos a comprometerse en un esfuerzo
muy concreto que es de salvación del país en el mismo país de nuestras
angustias.
Fotografías: LB (CCS, 04/02/2024).
28/05/2024:
https://www.elnacional.com/opinion/densidad-politica-y-transicion/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario