miércoles, 27 de abril de 2022

Memorándum

UNA NOTA FACEBOOKEANA

Jonathan Benavides

Me resulta extremadamente hilarante la capacidad que tenemos los venezolanos de convertirnos en “expertos” de todo; muchos son los que presumen de saber lo que en realidad no saben, y emiten opiniones sin el mayor pudor. Recuerdo claramente cuando en los tiempos del proceso constituyente de 1999, veía desfilar por los medios de comunicación a gran cantidad de abogados convertidos por obra y gracia de la camarilla mediática en “expertos constitucionalistas”, claro está, sin demostrar ninguno sus estudios y especialización en la materia; de igual manera ocurrió con los “expertos en desastres” cuando la tragedia de Vargas, y ni mencionemos a los afamados “analistas políticos” que jamás en su vida han pisado una escuela de Ciencias Políticas.

Por este motivo he decidido escribir estas breves líneas, ya que en los meses recientes he visto cómo de manera tan temeraria tanta gente se atreve a comentar sobre la crisis ucraniana, pretendiendo compararla con nuestra propia crisis política. De allí el título de la presente, que no pretende ingresar una nueva palabra al diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero sí identificar el fenómeno (para catalogarlo de algún modo) que venimos observando al respecto.

Querido amigo, apreciado lector, por favor no repita más la falacia de la comparación de ambas crisis, porque el problema de Ucrania es en extremo más complejo que la protesta por un mal gobierno y un anacrónico modelo político y económico. La cuestión ucraniana es algo que para muchos es difícil de comprender, porque se tiende a banalizar todo y, leer y comprender solamente lo que se quiere ver; pero jamás nos detenemos a revisar los profundos problemas culturales que subyacen detrás de los meses de tensión y terror que se viven en aquel país de la Europa oriental.

Como politólogo he aprendido que los sucesos y fenómenos políticos no pueden analizarse solamente en blanco y negro, nada está determinado por el “deber ser” ya que la realidad sobrepasa esta noción con su multiplicidad de matices; dicho esto, debemos aclarar que todo análisis de estos fenómenos necesita estar acompañado de un estudio multidisciplinario que nos permita identificar las causas de los mismos y proyectar las posibles o probables consecuencias.

No dejo de reconocer los intereses económicos y políticos que están en juego en la crisis ucraniana por parte de Rusia, la Unión Europea y los Estados Unidos, pero un estudio detallado de la realidad nos muestra el plus ultra de los hechos. Podemos iniciar el análisis partiendo de la aplicación de las tesis de Gastón Bouthoul y así identificar los factores polemógenos que han influido en el conflicto de Ucrania; con el solo hecho de tomar este punto de partida y, apreciando esos fenómenos económicos, culturales, psicológicos y en particular demográficos lograremos ver claramente las enormes diferencias con nuestra crisis política. Ucrania es una unidad político territorial que económicamente depende en alto grado de la Federación de Rusia, a pesar de los esfuerzos realizados en los últimos tres lustros por tratar de diversificar los ingresos fiscales acercándose a la Unión Europea, los siglos de dependencia rusa no pueden ser borrados de la noche a la mañana; así mismo, la cultura ucraniana tiene un punto de partida desde los antiguos “Rus” fundados por los colonizadores Varegos en los dos últimos siglos del primer milenio de nuestro calendario, lo cual incluso hasta influyó en la raíz del propio idioma que es compartida también con los rusos y bielorusos, así como también la religión cristiana ortodoxa, pero éste será un tema que desarrollaremos más adelante; psicológicamente una gran parte de la población se siente identificada con los movimientos prorusos tras siglos de pertenencia a ese país, lo que ha generado una identidad común con los rusos; finalmente el factor demográfico resulta el mayor elemento determinante de la crisis, ya que si observamos un mapa de Ucrania y señalamos en él las zonas en conflicto, apreciaremos que todo el oriente y sur del mismo, territorios en los cuales los movimientos que buscan adherirse a la Federación de Rusia, un porcentaje que supera hasta el 90% de la población tiene al ruso como su lengua materna, y a pesar de contar ya con más de dos décadas de vida independiente desde la desintegración de la Unión Soviética, no utilizan, o sencillamente no dominan el idioma ucraniano.

Ahora bien, pasemos a revisar otro nivel de análisis que resulta tan o más complejo como el anterior, el detallado estudio histórico de esa civilización europea oriental. Para conocer los orígenes resulta imprescindible remitirse a la “Crónica de Néstor”, historia del primer gran principado eslavo oriental que fue escrita en Kiev cerca del siglo XII; esta historia de la cual su autoría se atribuye a un monje ortodoxo de nombre Néstor, establece la tesis “normanista” de la población de esas tierras de la Europa oriental por tribus escandinavas llamados Varegos, y la misma es sustentada por otras fuentes anteriores y posteriores, ya que dicha tesis es reconocida a priori en el tratado “De Administrando Imperio” promulgado por el emperador bizantino Constantino VII y donde menciona a los habitantes varegos del Dniéper como los Rhos, y a dichas tierras como Rhosia. Otra fuente previa a la “Crónica de Néstor” que identifica a los Varegos como pobladores de las praderas orientales es la crónica carolingia “Annales Bertiniani”, escrita en el siglo IX y que ubica a esos pueblos del norte comerciando en la corte de Bizancio. Posteriormente, durante el siglo XVIII, en los tiempos de la ilustración, el historiador y naturalista westfaliano Gerhard Friedrich Müller, convertido en el historiador oficial en la corte de la zarina Isabel, validaría la “Crónica de Néstor” como fuente principal de los orígenes del Imperio Ruso, contando posteriormente con el aval de los historiadores rusos Nikolai Karamzín y Mijaíl Pogodin, siendo su único crítico el mítico Mijaíl Vasilievich Lomonósov, pero básicamente más por una cuestión de celos académicos que por rigurosidad en la investigación. Incluso, hasta la ideologizada y censurada historiografía de la era soviética que aplicaba las teorías marxistas del materialismo histórico y dialéctico, mantienen (en trabajos como los de los historiadores Mijaíl Pokrovski y Mijaíl Artamónov) una rigurosidad académica magistral en cuanto al período medieval, desvirtuándose solamente en las páginas y capítulos que corresponden a los siglos XIX y XX al incluir la “versión” del Partido Comunista de la URSS del movimiento marxista que llevaría a la constitución del “primer Estado proletario” de la historia en 1918.

Vemos en estas historias cómo a partir del siglo VIII dichas migraciones de los Varegos fueron fundando una serie de principados como el de Novgórod, Minsk, Kiev y Moscú, los cuales eran llamados “Rus”, una especie de “ciudades Estados” a través de esas estepas orientales. Fue precisamente un príncipe de Novgórod, Oleg de la dinastía Rurik, quien en el año 882 conquistaría la ciudad de Kiev y trasladaría hasta allí la capital fundando el Rus de Kiev, una unidad político territorial que abarcaría a la mayoría de los diversos principados y que iría expandiendo su territorio hacia el sur y el oriente desplazando a través de los siglos a los Jázaros, pueblo tártaro que poseía un imperio extendido hasta las costas del Mar Negro. Así mismo sería el príncipe Vladimir I el Grande quien en el año 988 se convertiría al cristianismo, fundando la Iglesia Ortodoxa Rusa que hasta nuestros días hace vida desde el Patriarcado de Moscú y que determinó la cultura y la forma de pensar, el destino manifiesto impuesto por Dios a los eslavos, de los hoy rusos, ucranianos, bielorusos, moldavos, armenios y georgianos. Cabe destacar que el rápido florecimiento de esta civilización lo permitió el hecho cierto de ser una magnífica ruta comercial hasta Asia, ya que todo el norte de África, la Península Arábiga y lo que hoy conocemos como el Medio Oriente estaban dominados por Califatos musulmanes, cerrando el paso de Europa al comercio, sin embargo, con el inicio de las Cruzadas se retomarían las rutas comerciales de Siria y Palestina lo que ocasionaría el inicio de la decadencia del Rus de Kiev hasta su disgregación final en el 1359, cuando ya debilitado caería frente a las invasiones mongolas.

Es en este contexto en el cual emergería el Principado de Moscú, el cual gracias a la cooperación que el príncipe Iván Kalitá obsequiara a los mongoles, lograría una gran ascendencia regional sobre los otros principados, al punto de lograr trasladar al metropolita Pedro de la Iglesia Ortodoxa desde Kiev a la nueva capital Moscú. De esta manera los príncipes moscovitas, de gran ambición y visión de poder, irían expandiendo las fronteras hasta que en el siglo XVI Iván IV, apodado “El Terrible” derrotara a los tártaros conquistando los kanatos de Kazan y Astracán, así como Siberia y así constituyendo el Zarato de Rusia al asumir el título de “Zar de Todas las Rusias”; aquí todos podemos comprender el por qué de dicho término “…de Todas las Rusias”, porque el Zar pasó a ser el rey de todos los principados denominados “Rus”. Este también es el período tormentoso de continuos enfrentamientos con el Reino de Polonia, el Gran Ducado de Lituania (que casi nada tiene que ver con la actual República de Lituania y sí mucho con la Bielorusia contemporánea), con la confederación constituida por estas dos y que se llamó República de las Dos Naciones y el Imperio Otomano, en particular desde que éste último conquistara Constantinopla y diera fin al viejo Imperio Bizantino. Aquí el actual territorio de Ucrania se encontraba dividido, todo el oriente y gran parte del centro y el sur bajo soberanía del Zarato Ruso, el occidente controlado por la católica Polonia, y Crimea que aún sobrevivía como un Kanato tártaro sometido al vasallaje otomano.

Ya entre los siglos XVII y XVIII y bajo los reinados de Pedro el Grande, Isabel I y Catalina la Grande, Rusia se convertiría en un Imperio, logrando una mayor extensión territorial tras las guerras contra los otomanos, polacos, suecos y las idas y venidas en sus relaciones con Austria; así se conquistó Crimea, con lo cual se obtuvo el tan ansiado acceso al Mar Negro, el control del Báltico con la fundación de San Petersburgo y el posicionamiento definitivo como potencia continental europea. A partir de aquí el control sobre Ucrania no variaría por siglos, lo cual quedaría demostrado en dos ocasiones durante el siglo XX, cuando durante la Guerra Civil que estallara luego de la Revolución Bolchevique de 1918, se presentara el intento de separación de un sector de la población ucraniana apoyando al ejército blanco, sin embargo las milicias organizadas por Trostky como el Ejército Rojo lograron el triunfo y la definitiva instauración del Estado soviético; luego, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión alemana conocida como Operación Barbaroja, algunos ucranianos, en particular naturales del occidente de Ucrania, recibieron con los brazos abiertos a las tropas de la Wehrmacht germana, pero gran resistencia en la zona central y el oriente.

Finalmente, a mediados de la década de 1950, el premier soviético Nikita Kruschev le otorgaría la administración de la península de Crimea al gobierno de la República Socialista Federativa de Ucrania (una de las 15 que constituían el mega Estado soviético), medida que mantuvo su sucesor Leonid Brezhnev, quien era nativo de Ucrania, hasta la desintegración de la URSS en diciembre de 1991. Una vez iniciada la nueva etapa independiente, la Constitución ucraniana promulgada en la década de 1990 garantizó que el ruso continuaría siendo un idioma de uso común en el territorio, y que Crimea tendría un estatus de República Autónoma.

Como hemos podido apreciar, la historia y la cultura de Ucrania se entremezcla con la de Rusia por más de mil años; los elementos que así lo confirman están a la vista de todos. Comparten idioma, religión, tradiciones, nombres, incluso hasta la configuración de las ciudades, todas ellas con su Kremlin en el centro histórico en el cual se encuentran protegidas las típicas iglesias ortodoxas de cúpulas bulbosas. Todo esto nos lleva a plantearnos que el futuro de Ucrania, de continuar las tensiones como hasta ahora, será su propia “balcanización” y terminar como la vieja Yugoslavia, dividida en micro Estados en un sector, y el Oriente y Sur incorporado a Rusia.

14/04/2014:

https://www.facebook.com/notes/10158086816994527/

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