DIÁSPORA Y VENEZOLANIDAD
Luis Barragán
A Hermann Alvino
Masivo, continuo
y, por supuesto, traumático, el desplazamiento de los venezolanos y la búsqueda
de refugio en el exterior, en los últimos años, lo creímos un fenómeno provisorio
que, a la vuelta de los años, tiene el sello de una realidad incontrovertible y
prolongada. Por varias y válidas razones, concebida como una diáspora, ya
tiende a preocupar – incluso – una probable minimización de los vínculos culturales,
emocionales o identitarios con el país de los progenitores agravada con el
advenimiento de las generaciones siguientes, nacidas y criadas completamente en
suelo lejano; por cierto, huelga
comentar sobre la antes impensable división de las familias.
De modo que
luce inútil asumir en términos convencionales la materia, tomando por soluciones
definitivas la espera ilimitada del regreso, la tramitación del asilo político,
o la repatriación repentina, cuando hay un sentimiento y convencimiento
generalizado en torno al inmenso potencial humano que naturalmente ya ha
acumulado una importante experiencia por fuera y a contracorriente de la mentalidad ta´baratista expandida desde el siglo
pasado. Todo parece orientarnos al redescubrimiento de Occidente con sus
principios y valores, y al apoyo a la realización de los nuestros que pueden ser
capaces de contribuir con el país de origen, lo cual políticamente sugiere un proceso
realista de (re)integración en reconocimiento a los hechos sociales y
económicos que le den soporte.
Por lo demás,
abierto un desafío inimaginable al comenzar la presente centuria, requeriremos
de una política demográfica que ha de saberse asociada al venezolano universal que
aprenderá a serlo como nunca antes con independencia del continente donde se
encuentre y prospere, cuyo retorno al país no será permanente, comprometido con
los coterráneos de aquí y de allá en la ayuda para superar todas las trabas del
subdesarrollo, valga acotar, un término en sospechoso desuso. Un país
diferente, el nuestro, pudiera alcanzar a la postre magníficas condiciones de
vida económicamente sustentables, e, incluso, aportar a la seguridad social
también de los que se domiciliaron más allá de las fronteras, extendida la nacionalidad a sus herederos, porque
– a modo de ilustración – esos beneficios que los europeos hoy brindan a los
suyos, no los concedieron precisamente sus dictadores.
Demasiado obvio
que el asunto constituye todo un reto para los indispensables partidos políticos,
expresión especializada de la sociedad civil en el bien común: por una parte, es
necesaria una mínima institucionalización y representatividad del liderazgo
político dentro y fuera del país; duro admitirlo, existe un porcentaje
significativo de connacionales que se han inventado un pasado combativo y hazañoso
en Venezuela para gestionar y conseguir un asilo político, en detrimento de
aquellos que realmente tuvieron una salida forzada; y, por otra, importa incentivar
decididamente la (auto)organización social de la diáspora, generando y
reforzando los vínculos afectivos y de cooperación; relacionando los diferentes
estratos sociales que, al fin y al cabo, surgieron del artificio petrolero; ideando
fórmulas de continuidad de los estudios ciertamente encarecidos del extranjero,
como no se vieron por estas latitudes al erigirse la universidad como un mecanismo
de movilidad y ascenso social que absolutamente todos extrañan.
En esta perspectiva, la del ciudadano universal, el temario político inmediato para la diáspora auto-disciplinada y organizada pluralmente, incluye la conformación de sendas comunidades que convincentemente sean tales, el emprendimiento y el trabajo, la escuela de civismo, una cooperativa internacional de migraciones, la creación de fondos no necesariamente monetarios de solidaridad, la prestación de servicios y operativos voluntarios, un sistema de pagos, una plataforma digital, el establecimiento de negocios que igualmente generen empleo, consideradas otras facetas como la denominada seguritización, la modernización de embajadas, consulados y agregadurías principalmente culturales y comerciales. Vuela la imaginación, teniendo por un extraordinario símbolo el diseño que hizo Carlos +10 para el Aeropuerto Internacional de Maiquetía.
Ilustraciones: Cristina Bernazzani y Carlos Cruz Diez.
08/04/2025:
https://www.elnacional.com/opinion/diaspora-y-venezolanidad/
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