IMAGINARIO MORAL PARA UNA COYUNTURA NOBELADA
En una anterior oportunidad, versamos sobre la
imaginación moral y la necesidad de una reintegración nacional que, ahora, ha
de considerar el aporte del consabido premio Nobel de la Paz a un imaginario
social en transformación. Valga acotar que esta circunstancia incide de
inmediato en la percepción de los próximos eventos masivos de canonización del
Dr. José Gregorio Hernández, cuya importancia identitaria huelga comentar, en
la extraordinaria y desigual batalla por la capitalización política con un
Estado de sobrados recursos mediáticos y logísticos que ya está lidiando con la
entera novedad de un galardón que nos lleva de la fe sagrada a la fe cívica de
riesgosa profesión.
El premio que no basta por sí mismo y tampoco lo
origina, se convierte en el inadvertido propulsor de un proceso de difíciles
coyunturas: universalizándonos, visibiliza el caso venezolano, lo reconoce
moralmente, suscita buenos y malos augurios, fuerza a una vocería calificada,
metaboliza a la oposición deseablemente plural, trastocado en el tensiómetro de
cualquier perturbación. Lejos estamos de las recurrentes expectativas y
emociones que generó la candidatura de Rómulo Gallegos al Nobel de Literatura,
sostenido por un gran centimetraje de prensa, como de la trascendencia del
premio Lenin de la Paz de la extinta URSS que no entusiasmó tanto a Pablo
Neruda como la gesta celebracional de Oslo.
El leninismo tardío y revanchista de la izquierda internacional ha emprendido una intensa campaña de descrédito de la causa venezolana favorecida por el parlamento noruego (por cierto, olvidado por completo de las gestiones tropicales de Dag Halvor Nylander), perdiendo así la más elemental objetividad y sindéresis, tal como puede ocurrir en la acera opuesta que no repara en una distinta etapa, coyuntura y proceso requerido de una inspirada destreza política. Porque además no hay una correspondencia infalible, exacta e inmediata de los estímulos y las respuestas que se pretenden históricas, según los antecedentes: Lech Walesa galardonado en 1983, tuvo que trabajar muy duro para encabezar la transición polaca seis años después; Aung San Suu Kyi en 1992, tardó veinte años para liderar la birmana; a Nelson Mandela en 1993, lo favoreció un largo y consumado esfuerzo político para dirigir la sudafricana al año siguiente; José Ramos-Horta en 1996, esperó cuatro años para capitanear la timorense, siendo diferentes las realidades para la liberiana Ellen Johnson Sirleaf y la pakistaní Malala Yousafzai, ganadoras del Nobel de la Paz en 2011 y 2014 respectivamente. Por consiguiente, no existe una especie de nobelmancia que releve de toda tarea política a propios y a extraños, fotografiado el futuro cercano.
Sabidas las fortísimas limitaciones de casa, auspiciemos
una discusión responsable y de una profunda vocación pedagógica capaz de
acrecentar la conciencia popular a favor de un compromiso democrático,
libertador, liberador y liberalizador con pleno sentido de las realidades que
suelen elevar los costos políticos del gobierno, pero – atención - aún mayores para la oposición por cualquier
error en el que incurra. Tenemos que no hay vocación alguna de pendejicidio en la ciudadanía que acumula
una importante experiencia, reacia al panfletarismo de ocasión, a la huera
consigna, al divertimiento de sus desgracias, en procura de una moral del
porvenir.
De un escepticismo sano por responsable, sobrio y
creador, valoramos el merecido premio Nobel como una magnífica parábola cívica,
sentida toda legitimidad en sintonía con la eficacia política que conduce a un
imaginario moral, social y épocalmente compartido de empatía, servicio y bien
común. Y, agreguemos, resistente al asedio de una enfermiza mensajería que puebla
las calles de fusiones, efusiones y efervescencias ajenas a la razón, vivencia
y sentimiento popular.
Fotografía: LB: Av. Paéz, El Paraíso (CCS, 12/10/25).
15/102025:
https://www.elnacional.com/2025/10/imaginario-moral-para-una-coyuntura-nobelada/
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