EL NACIONAL - SÁBADO 07 DE MARZO DE 2009
TRAUMAS ATÁVICOS DEL PAÍS IMPULSAN EL QUEHACER LITERARIO
Michelle Roche Rodríguez
Las novelas históricas no son una tendencia nueva, pero vale la pena saber qué le dicen hoy a la nación
La novela histórica venezolana no es ya la épica enamorada de los héroes del pasado; a la postre prima en ella la anécdota íntima sumergida en un ambiente conjugado en pretérito.
Abundan los ejemplos: en Falke (2004) de Federico Vegas, sobre la fallida insurrección de 1929 contra Juan Vicente Gómez, se retratan los fracasos personales. En El pasajero de Truman (2008) de Francisco Suniaga, la historia de Diógenes Escalante, escogido por Medina Angarita para sucederle en Miraflores, es la excusa para resaltar los dilemas del poder, que según el autor "son válidos para cualquier persona o década".
En la nueva publicación de Eduardo Liendo, El último fantasma, en la que un ex guerrillero se encuentra en su casa con el espíritu de Lenín y entabla un diálogo con el personaje histórico, la intención es interpelar, desde la Venezuela bolivariana, los postulados de la Revolución Rusa que concretó en la política real el mito del espíritu del comunismo que rondaba Europa.
La novela histórica es un subgénero de la literatura que describe hechos o personajes reales del pasado a través de la ficción. Su génesis fue la prosa épica de las naciones emergentes, pero su aspecto formal data del culto al pasado que marcó el romanticismo decimonónico.
En el siglo XX, este tipo literario se instaló como el lugar donde la crónica lineal se fracturaba en realidades heterogéneas, como consecuencia de las guerras mundiales, que rompieron la creencia en la historia oficial.
Luego, con el desarrollo de la novela moderna, los personajes históricos, tanto venezolanos como extranjeros, se hicieron metáforas de las pequeñas ambiciones humanas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario