DE LOS AGUACEROS
Luis
Barragán
"El
viento empezó a soplar con intensidad.
Ella
se agarró a la barandilla resbaladiza.
Ya
no veía los arbolitos. La fuerza del agua
la
obligaba a cerrar los ojos. Abrió la boca,
gotas
en los dientes, en la lengua. Un trueno
se
le metió hasta el estómago. Gritó"
Rosa Ribas (*)
El
cercano vecino comenzó a experimentar algunos cambios de opinión, desde que ha
reducido a la familia a dos o tres canales de la televisión local (buscando todavía
una antena de bigotes), porque la reactivación del consultorio
odontológico ha sido muy lenta y, además, insuficiente para también pagar las
transmisiones satelitales. Volver al
oficio no ha sido fácil, preferible – aseguró – a vivir fuera del país
mantenido por dos hijos que no pudieron culminar la universidad, acá, y quizá
nunca lo hagan, allá.
El caso está en las lluvias
inoportunas y, a veces, ni tan torrenciales, que ponen en absoluta evidencia a
un régimen incapaz de tomar las más elementales previsiones, como la del
limpiar el alcantarillado de una ciudad de acribillado pavimento que, por
cualquier cosa, se inunda, como ocurre con las restantes localidades y regiones
del país. Un galopante proceso de desurbanización, nos pone a la merced de las
fuerzas de la naturaleza, por no hacer mención de las enfermedades que surgen
cabalgando el corona-virus.
El vecino en cuestión, varias veces,
ha atribuido razonablemente el fenómeno de las lluvias impuntuales al cambio
climático, haciendo también razonable el café compartido al coincidir con él un
domingo en la panadería. Sin embargo,
jurándose un adversario a toda prueba del régimen, ha desarrollado un
sentimiento de odio hacia Estados Unidos por su exclusiva responsabilidad en el
desorden medioambiental de todo el planeta, imposibilitado Miraflores de prever
cualesquiera tragedias naturales gracias al bloqueo imperial que impide
hasta traer un simple medicamento.
La eficaz escena novelística de Rosa
Ribas, puede repetirse – por ejemplo – en la avenida Libertador, sorprendidos
bajo un gigantesco palo de agua, montados sobre el techo del viejo carro que no
aguanta otra inundación, resignados ya con varios centellazos de susto en el
estómago. Nuestro amigo no acepta que esto ha ocurrido realmente en la vitrina
caraqueña, porque no aparece en los noticieros, como tampoco se dice de la
inexistencia práctica de los equipos bomberiles y de Defensa Civil que tienen
la precariedad y ruindad por su más exacta credencial.
El otro aguacero, es el que permite
aceptar como normal que se caiga el servicio eléctrico, porque “eso pasa en
todo el mundo” y, faltando poco, palabras más, palabras menos, “se lo he dicho
al que tengo viviendo en Nueva York: hijo, múdese de la ciudad porque en
cualquier momento se les mete el mar, como ya lo predicen los científicos”. Una
intensa propaganda política e ideológica hace sus efectos y, con todo, por muy
cara que esté la anestesia, el vecino recuperará su antiguo estatus y podrán
volver sus muchachos para culminar la carrera y, juntos, laborar en el mismo
consultorio: una utopía incumplida desde hace un buen tiempo, esta vez, a punta
de los aguacerazos que explica solo a través de Venezolana de Televisión.
(*)
"Lejos", Tusquets Editores, Barcelona, 2022: 52.
Ilustración: Ronda Waiksnis.
16/05/2022:
http://opinionynoticias.com/opinioncultura/37207-aguacerazos
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