Domingo 20C TO 14 agosto 2022
“He venido a prender fuego en el mundo”(Lc 12, 49-53)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: Fuego)
José Martínez de Toda, SJ
Jesús en este evangelio es exigente, celoso y provocador.
¿Qué le preocupa?
Le preocupa el fracaso del plan
divino sobre la humanidad.
En
el Antiguo Testamento Dios se escogió un pueblo – Israel – para que fuera como
modelo de la humanidad. Quería que tuviera la justicia como norma de vida y así
aniquilara la injusticia dentro del ser humano y en las estructuras de la
sociedad.
Pero
Israel no fue fiel a esta vocación.
Por eso el planteamiento de Jesús es
muy distinto.
¿En qué se distingue el
planteamiento de Jesús?
Él
predica el amor, la solidaridad, el respeto, la atención a los más necesitados,
y anima a destruir el deseo de dominar a los demás.
Con
esto todos los poderes judíos se veían directamente amenazados, afectados y
cuestionados por los planteamientos de Jesús.
Así que, no es que Jesús provoque o declare la guerra, sino que
su mensaje es signo de contradicción: es buena noticia para los pobres y mala
noticia para los explotadores, para quienes dominan, y para los que abusan de
su poder; más bien, son éstos los que empuñan la espada y matan a Jesús y sus
seguidores (cfr. Ex 5, 21).
Con la frase "Fuego vine a traer a la tierra y qué quiero sino que arda", ¿qué nos quiere decir Jesús?
El fuego tiene varios
significados positivos:
Primero: El fuego simboliza el entusiasmo con que hablamos y actuamos.
El entusiasmo es “un fuego que enciende
otros fuegos”. Uno desea que el
Espíritu arda y brille en el corazón de todo creyente.
Segundo: Necesitamos el fuego del Espíritu para quemar todo lo que nos estorba, y para liberarnos de todo lo que nos ata a la basura de este mundo. Por eso Juan Bautista dijo que el Mesías “les bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3:16).
Pero
el fuego también sirve para la destrucción…
Pero Jesús nunca quiso el fuego de la destrucción. Por ejemplo, Santiago y Juan querían hacer caer fuego del cielo sobre los samaritanos, que rechazaron a Jesús, y no querían que entrara en su pueblo; pero Jesús no se lo permitió (9:54).
También
habla Jesús del bautismo, que tiene que recibir. ¿De qué bautismo habla?
Es una referencia encubierta a su
muerte. Así ocurrió también cuando Santiago
y Juan le pidieron a Jesús sentarse a su derecha e izquierda en el reino.
En aquella oportunidad Jesús les dijo: “No
saben lo que piden. ¿Pueden beber del cáliz que yo bebo, o ser bautizados del
bautismo de que yo soy bautizado?” (Marcos, 10:38).
‘Bautizo’ en su sentido original es
sumergirse; y esa inmersión representa la muerte.
El cáliz y el bautizo son metáforas que
indican el sufrimiento y la muerte de Jesús.
Así lo expresa
Él mismo: “Y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla ese bautizo!”.
Estas son palabras fuertes de un hombre
comprometido con una misión difícil, y angustiado por lo que puede ocurrir de
inmediato. He aquí algunos ejemplos parecidos:
-
Es
lo que siente un soldado antes de entrar en batalla.
-
O
un policía cuando va a enfrentar a unos narcos, bandidos o secuestradores,
-
O
un paciente esperando el momento de su operación.
Ésta es la angustia de Jesús, cuando en
el Monte de los Olivos, ve su sudor “como
grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (22:44).
También dice Jesús que ha venido a traer división. ¿Qué trae Jesús: paz o guerra?
No es una guerra
contra otras personas, sino una guerra contra el mal, contra el pecado y la
corrupción. Es una guerra sin sangre ni represión.
Es una guerra, por
ejemplo, contra los Siete Pecados
Capitales: Orgullo, codicia, lujuria, ira, glotonería, envidia, pereza. A
estos males podemos añadir la madre de todos ellos: la injusticia, fruto del egoísmo.
Esta
guerra trae consecuencias graves, hasta entre amigos y familiares: enemistades,
persecución, muertes…
“Porque estarán cinco en una casa
divididos; tres contra dos, y dos contra tres”.
¡La palabra ‘división’ perturba! Hasta
las familias serán divididas a causa de Jesús.
Porque el amor verdadero elige luchar a favor de los
más débiles, y esto puede traer discriminación y persecución por parte de los
poderosos.
Muchos de los primeros en este mundo
serán los últimos en el reino de Dios (13:30), pues perseguirán a los
buscadores de la justicia y del respeto a los débiles.
Eso le pasó primero a Jesús. A lo largo de su ministerio Jesús experimenta conflicto, culminando con la cruz. Ya Simeón predijo este conflicto cuando Jesús era todavía un infante. Simeón le dijo a María: “He aquí que éste tu hijo es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel. Y una espada traspasará tu alma de ti misma” (Lucas 2:34-35).
¿Y pasa eso también hoy día?
Eso le está pasando a muchos de nuestro
tiempo: a los seis Jesuitas asesinados de El
Salvador, al jesuita Vicente Cañas y a la Hna. Dorothy Stang asesinados por
defender los derechos de los indígenas de la Amazonia.
La fidelidad a Jesús ha de superar cualquier otra
fidelidad, incluso la familiar; porque, lejos de discriminar, dará su verdadero
sentido a todas las demás fidelidades.

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