Luis Barragán
Pasando por un
tecnicismo de ocasión, la crisis humanitaria compleja lamentablemente existe en
la Venezuela que todavía es petrolera, aunque produzca muchísimo menos de lo
oficialmente reportado. No tratamos de
una ocurrencia verbal de la oposición, sino de una realidad que sigue
insobornablemente su curso en demanda de la claridad y franqueza que ha perdido
muy a pesar de sus profundas y demenciales laceraciones.
Literalmente, las grandes mayorías
no tenemos lo suficiente para comer ni para la medicación, prohibidas
cualesquiera intervenciones quirúrgicas por los costos que acarrean, e, imposibles
de cubrir con la venta de una casa o apartamento que alguna lejana vez nos ató
a un crédito hipotecario, ya no es motivo de vergüenza, ni tiene que serlo, el
empleo de las redes digitales para pedir ayuda a quienes tampoco conocemos de
vista, trato o comunicación. La diaria protesta social que busca el inevitable
abanderamiento político que la haga eficaz, no la apaga un bono irrisorio tan
estridentemente anunciado por Maduro Moros que no cuenta con los grandes
recursos para neutralizarla, ahorrando lo indispensable para soltarlos con el
espectáculo electoral que trama para el año venidero, el que podemos convertir
hábilmente en un episodio esencial para su desplazamiento, o esperando consumar
la extorsión frente a la comunidad internacional que nos sabe rehenes de su
régimen.
De esa desgraciada realidad, pocas
veces, o quizá nunca, hablan los críticos más acerbos de la oposición a la que
acierto y bondad alguna le consiguen, entendida como una radicalísima
experiencia de falsedad y falsificación, con todos los justos y pecadores bien
adentro y revueltos. Convertida la
simulación a ultranza en materia de fe, no atisban ninguna solución táctica o
estratégica en sus peroratas, algo imperdonable para todo general que mira la
guerra allende la mar y juzga toda refriega de la que es completamente
ajeno, convertido en falsólogo
de oportunidad y oficio.
Todavía estamos en el curso de una
catástrofe humanitaria, cuyas consecuencias más nefastas se agigantarán de continuar el actual orden de
cosas emponzoñado en una infancia a la que también tributarán los terapeutas, si es que tiene la fortuna del
diván dentro de dos o tres décadas. En
diciembre próximo pasado, los vecinos de El Junquito fueron sorprendidos con el
descubrimiento de una caja abandonada y contentiva de un recién nacido,
asegurando la prensa que más de veinte han corrido igual suerte desde 2020,
cifra admitida por las autoridades, para no abundar sobre los neonatos
fallecidos en varios centros hospitalarios en un serial de los últimos tiempos
que no debemos olvidar.
Niños que han sido confiados a los
abuelos por padres que trabajan en el exterior, incluyendo a los caídos en la
selva del Darién, por ejemplo, constituyen un tormento para los jueces
especializados que identifican muy bien al culpable por excelencia del drama,
pero callan intentando sortear la propia situación personal. Nuestros expertos
advierten que la desnutrición crónica es un problema va más allá de la pobre
alimentación, mientras que las agencias y socios humanitarios de las Naciones
Unidas ya no actualizan las cifras de los infantes venezolanos hambrientos y
desnutridos, como lo acostumbraba bimestralmente, además, reseñando
postreramente la atención de 274.850 menores de cinco años de edad por la
Oficina para Asuntos Humanitarios en Venezuela, entre enero y octubre de 2022.
Otra faceta de la catástrofe que atravesamos
y nos atraviesa, remite a los padres que prefirieron suicidarse
acá, por añadidura, ultimando a la prole, con o sin pandemia, según las
noticias que lograron perforar el espeso muro del bloqueo informativo y la
(auto) censura. Huelga un mayor comentario en torno al incremento mismo de los
suicidios tentados, frustrados o consumados entre los jóvenes que no encuentran
alternativas para administrarse entre la desesperación y la exasperación,
imposibilitados de costear la ruta hacia el exterior, acaso, con una prematura
y extrapesada carga familiar.
De imposible falsificación, la
realidad adquiere plena manifestación a través de una niñez que sufre con un
escandaloso silencio, duramente siniestrada por el régimen del socialismo
bolivariano que ha hecho de la propaganda y de la publicidad literalmente un
negocio muy rentable para sus propulsores y contratistas de insospechado
soporte, pues, se le tiene como rutina
lógica en la trama de todo poder. Empero, no depende únicamente del
mandamás, sino se explica a través del concurso de sujetos e intereses en un
constante ejercicio de simulación que entraña, por una parte, “una conducta
mañosa, caracterizada por la astucia y no por la violencia, e integrada por una
serie de actos intelectuales, generalmente documentarios, de límpida apariencia
y cómoda perpetración”, siguiendo al maestro Luis Muñoz Sabaté (“La prueba de
la simulación. Semiótica de los negocios jurídicos simulados”, Bogotá, 1980:
151); por otra, en razón de sus perniciosos efectos, ya no versamos sobre una
natural tarea de (auto) promoción gubernamental, internándonos en el peligroso
y movedizo terreno de la guerra psicológica; y, finalmente, al fallar el
esfuerzo de dislocación de la realidad, la usurpación de nuevo se sincera pretendiendo
reprimir violentamente la legítima protesta de la población que desespera y
exaspera.
Fotografía: María Cecilia Peña.
17/01/2023:
https://www.elnacional.com/opinion/una-realidad-desenmascarada-por-la-ninez/
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