BENEDICTO XVI
Luis Barragán
Abrimos el
presente año con el peso de una noticia triste: el fallecimiento de Benedicto
XVI, recordamos, otrora cardenal que gozó de mala prensa décadas muy
atrás. Consciente de sus limitaciones
físicas, ya había renunciado al solio papal sucediéndole Francisco I.
A partir de 1981, Juan Pablo II le
confíó la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe que tuvo como
antecedente histórico – marcándola
mediáticamente - la Sagrada Congregación de la Romana y Universal
Inquisición. Vale decir, la consabida
Santa Inquisición de dudosa o pésima fama, emblematizada por sus torturas harto
despiadadas, aunque especialistas también la señalan como precursora de la
disciplina penal en tiempos de un peor desconocimiento de lo que hoy concebimos
como los más elementales derechos humanos fuera del ámbito eclesiástico.
El cardenal Joseph Ratzinger
encabezó una instancia colegiada, ahora, oficialmente denominada dicasterio,
asumiendo igualmente la responsabilidad de cuestionar a teólogos y sacerdotes
estelarizados por los medios como referentes progresistas e innovadores de la
catolicidad. Y, con mucho coraje, el cardenal asumió su tarea ante autores como
Hans Küng, o los teólogos de la liberación en América Latina, todos de un
extraordinario éxito editorial y de titulares en primera plana que buen
entusiasmo suscitaron en nuestra juventud.
Varias veces, nos preguntamos cómo
Karol Wojtyła toleraba a un reaccionario como el prefecto de la Congregación,
pero después, poco a poco, comprendimos cuán profundo debía serlo no sólo para
actualizar el catecismo de la Iglesia Católica, sino para preservarla de
influencias o desviaciones protestantes y marxistas, entre otras expresiones de
la época. La entusiasta discusión y
difusión del Documento de Puebla, por
citar un caso, paulatinamente la entendimos
en un contexto cada vez más crítico respecto a tesis ajenas a la fe, o que en
nombre de ella procuraba las más indecibles manipulaciones.
Muy lejos de pretendernos teólogos, sociólogos, o algo parecido, descubrimos posturas de mucha sobriedad,
profundidad y solidez, en tiempos más recientes, al examinar el pensamiento de
Ratzinger en torno a la universidad, por ejemplo, apreciando la tesis doctoral
de Fernando Viñado Oteo para la Complutense de Madrid y de libre consulta en
las redes, abonando a nuestras posturas parlamentarias en defensa de la
institución; o adentrándonos en un par
de textos de divulgación que lo esboza como el pensador de una hondura
necesaria en una época en la que estamos hartos de clichés y groseras
simplificaciones. Acotemos, reivindicando la elaboración y complejidad a la que
tan alérgicos somos, frente a la aparente pureza de la espontaneidad y
sencillez, caricaturizados Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio en un par de
escenas del film “Los dos papas” de Fernando
Meirelles (2019).
Luce necesario el reconocimiento de
la riqueza teológica, específicamente católica, en los días que cursan de una
babélica confusión que le da alcance a los propios prelados de la Iglesia y,
por supuesto, a una feligresía expuesta
a una cultura ambiental que la tienta a la deserción expresa o tácita.
Posiblemente, no advertimos nuestra distracción al respecto, anclados en la
catequesis convencional y, además, alejados de todo cuestionamiento
existencial, filosófico y teológico, a favor del ritual, la ligereza y el
vacío.
Sentiremos desplegar toda la
trascendencia de la obra de Ratzinger, añadido el ejercicio papal que
probablemente requirió de un mayor alivio de toda la natural carga de las
responsabilidades administrativas y políticas del Vaticano. Por ello, a
Benedicto XVI no lo podemos despachar con la facilidad de la que suponen
muchos, desconociéndolo.
Fotografía: Pinto Vincenzo, AFP / GETTY, en: https://www.ft.com/content/a218f0ab-bfc2-4b28-ba07-563ef3caf2ec
23/01/2023:
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