CONVICCIÓN Y MENTALIDAD DE ESTADO
Luis Barragán
Veinticinco
años de un diario e intenso aprendizaje, no es poca cosa. El discurso del poder
ha permeado eficazmente en todos los sectores dirigentes, monopolizados los
medios más accesibles de comunicación pública que no permiten contrarrestarlo
suficientemente, añadidas las insólitas limitaciones culturales para ensayar un
contradiscurso fuera del obsesivo spot
publicitario, las hueras consignas, o las frases digitalmente laboratorizadas.
Tendemos a
sospechar del complejo tratamiento de los problemas hasta por una congénita
incomprensión del resto de los mortales, resueltos y decididos a cultivar una
cómoda banalidad así ostentemos medianas o altas responsabilidades políticas. Además,
asistimos al fenómeno opositor que un amigo señala como el de una megalomanía
sin poder, por una parte, despreciando las prácticas, el procedimiento, la
operatividad y, en definitiva, el obrar político macerado por muchos años, sin ofrecer
alternativas; y, por otra, actuando cual secta religiosa afianzada por
relaciones primarias de simpatía o antipatía personales.
La
presuntamente imparable desinstitucionalización de la vida política, únicamente
favorece a quienes detentan formalmente el poder, pero – librándolos de responsabilidades – la ya
arraigada creencia de que solo el derribamiento inmediato, repentino y, por
supuesto, espectacular, nos releva o dice relevarnos mientras tanto de la
denuncia profunda de los problemas que nos aquejan, y el planteamiento de
soluciones que vayan más allá de las meras circunstancias capaces de ocultar
otras y más perniciosas aristas. Un balance de las más disímiles columnas de
opinión sobre el asunto esequibano, en los dos últimos meses, nos muestra un
porcentaje muy mínimo de aportes creativos de legos y entendidos que
seguramente concitaron la atención de los curiosos lectores, en contraste con una mayoría contundente de
aquellos que trillaron el tema por moda, deslizándose una que otra nota escolar
que, por supuesto, no obedecía a ejercicio pedagógico alguno.
Pensar hoy con
la urgida convicción y mentalidad de Estado que ojalá fuese vocación en última
instancia histórica, significa reintegrar al obrar político una dimensión que
se hizo característica y tradición en la Venezuela del siglo anterior, y que, a
modo de ejemplo, no por casualidad, hubo
líderes que igualmente adquirieron una extraordinaria experticia en materia
petrolera y laboral al mismo tiempo que recorrieron incansablemente todos los
municipios y parroquias del país. Poco o nada haremos si a las habilidades
tácticas, las destrezas comunicativas y demás que son propias del activismo en
el mundo real o virtual, no sumamos una poderosa intuición, un indispensable
conocimiento y un inspirado sentido estratégico para ir más allá de la punta de
la nariz.
Nos cautiva la
situación observada en las postrimerías del gomecismo con el destino del
ejército y otros componentes afines, porque nadie podía asegurarles la continuidad
en los términos que prodigó la larga dictadura al crear la Academia Militar,
pero que también la eliminó cuando lo juzgó conveniente y necesario. Así,
sorprende la atención dispensada a una realidad completamente inédita por
dirigentes que no llegaban a la treintena de edad y, desde la más activa
oposición, principiando 1936, fueron capaces de descubrir y reivindicar la
institucionalidad castrense y de augurarle un destino democrático, a través de
un manifiesto seguramente leído y comentado a viva voz en las incansables
tertulias de un país predominantemente analfabeto.
Por estos
tiempos, está consagrado un peligroso oficio de supervivencia, como el de los
colectores del transporte público urbano, hombres y mujeres, mayores y menores
de edad, cuya brega es diversa y cotidiana, urgida y angustiosa, apacible y
violenta. En nada debe perjudicarlos plantear sus problemas a la luz del
derecho del trabajo y sus instituciones, como de la radical flexibilidad
laboral encubierta por una retórica populista, dejando por sentado que ellos
jamás lo comprenderán y que la dirigencia política democrática que se atreva
tampoco encontrará audiencia, por lo menos, hasta que ocupe la correspondiente
cartera ministerial y tome todo su tiempo en la designación de una copiosa
burocracia.
La realidad actual está ahí, al frente, intacta, interminablemente padecida, para ser escrutada, interpretada y superada, aunque – pueriles – nos resignemos a la versión del socialismo no menos real de esta centuria, confiados en el solo milagro de un derrumbe que autorice el estudio y la determinación de transformarla. Convengamos, resignación inaceptable trastocada la trivialidad en una pereza militante e incapaz de cuestionar el mundo, gustosa de los oropeles del poder establecido.
Fotografía: LB (CCS, 06/12/2023).
12/12/2023:
https://www.elnacional.com/opinion/conviccion-y-mentalidad-de-estado/

No hay comentarios.:
Publicar un comentario