(San Lucas, 16: 1-13)
José Luis Sicre
Jesús cerró el periódico y miró al grupo:
‒ Voy a contaros una historia. Un partido político
tenía un administrador que aprovechaba las donaciones para aumentar su cuenta
personal en Suiza. Enterado de que sospechaban de su gestión, se dijo: “Me van
a echar del partido, incluso es posible que me denuncien. En la oposición no me
darán trabajo, los bancos tampoco. ¿Qué puedo hacer? Iré anotando en una
libreta todos los datos que puedan inculpar a los jefes del partido, amenazaré
con publicarlos en la prensa, y ante el miedo de que se conozcan me dejarán
tranquilo. Luego me iré a una isla del Caribe a disfrutar el resto de mi vida.
Se les quedó mirando y les preguntó.
‒ ¿Qué os parece ese administrador?
‒ Que es un…
Pedro se cortó a tiempo, pero era claro lo que seguía.
‒ Depende del partido al que robase ‒ comentó irónico
Bartolomé.
‒ Eso lo hacen casi todos ‒ opinó Tomás.
‒ ¿Alguien está a favor del administrador?
Ninguno parecía de acuerdo y Jesús continuó.
‒ Voy a contaros ahora otra historia, pero esta vez de
un terrateniente. Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia
de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso
que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas
despedido." El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy
a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas;
mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de
la administración, encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno
a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi
amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." Él le dijo:
"Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a
otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de
trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta."
Jesús hizo una pausa y les preguntó:
‒ ¿Sabéis cuál fue la reacción del terrateniente?
‒ Lo denunció para que lo metieran en la cárcel. Los
ricos son unos…
‒ Te equivocas, Felipe. Alabó lo astuto que había
sido.
Felipe lo miró incrédulo.
‒ ¿Y a ti te parece bien?
‒ Me parece estupendamente. Es un ejemplo para todos.
Pedro se rascó la cabeza y comentó escéptico.
‒ ¿Quieres que nos dediquemos a robar?
‒ Quiero que os dediquéis a utilizar el dinero con
astucia. ¿Por qué hizo el administrador esas trampas? ¿Qué pretendía?
‒ Encontrar trabajo cuando lo echaran ‒ sugirió Sara.
‒ Algo parecido ‒ respondió Jesús‒. Cuando os conté la
historia usé una expresión distinta: lo que quiere es que alguien me reciba en
su casa. ¿Os dais cuenta de por dónde voy?
‒ No.
Jesús suspiró hondo. No acababa de acostumbrarse a la
poca inteligencia de sus discípulos.
‒ Vosotros sois como el administrador. Más pronto o
más tarde, tendréis que dar cuenta de cómo habéis administrado el dinero.
‒ El dinero, no. Nuestro dinero ‒ se atrevió a
corregir Leví.
‒ Vuestro dinero, no. El dinero de Dios. Todo lo que
tenemos es de Dios, y nos lo confía para que lo administremos. Podemos
derrocharlo alegremente, y nos pedirá cuentas por ello. Y podemos darlo a
otros, como el administrador del terrateniente, y nos ganaremos amigos que nos
paguen un viaje al Caribe.
‒ El Caribe es el cielo, ¿verdad? ‒ bromeó María.
‒ Efectivamente. Y para pagar ese viaje no se puede
ahorrar. Al contrario, hay que gastarse el dinero entregándolo al que lo
necesita.
‒ Yo prefiero pagarme el viaje por mi cuenta.
‒ Imposible. Son otros los que tienen que pagar por
ti.
‒ Lo que yo no entiendo ‒cortó Felipe‒ es eso de que
el dinero no es mío. La panadería le costó a mi padre muchos años de trabajo y
sacrificio.
‒ La panadería de tu padre, la furgoneta de Judas,
todo, son cosas pequeñas, sin valor. Lo verdaderamente valioso es disfrutar de
una habitación en el hotel del Caribe. Pero si no administras bien los bienes
que te encomiendan en esta vida, no se fiarán de ti, y no te permitirán entrar en
el hotel.
Pedro se acarició la barba.
‒ Muy complicado todo eso, maestro.
‒ ¿Es que no lo entiendes, o que no quieres
entenderlo?
La ironía de la parábola
La segunda de las dos parábolas anteriores, que
reproduce literalmente el texto del evangelio de Lucas, escandaliza a mucha
gente porque Jesús termina alabando al administrador sinvergüenza. Pero las
dificultades para entenderla parten de otros presupuestos en los que se basa
Jesús, y que van en contra de nuestra forma de ver:
1. Nosotros no somos propietarios sino
administradores. Todo lo que poseemos, por herencia o por el fruto de nuestro
trabajo, no es propiedad personal sino algo que Dios nos entrega para que lo
usemos rectamente.
2. Esos bienes materiales, por grandes y maravillosos
que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de “ser recibido en
las moradas eternas” (el hotel del Caribe).
3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es
aumentar el capital recibido sino dilapidarlo en beneficio de los necesitados.
La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando
das dinero al que lo necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que
es tuyo. En realidad, le estás robando a Dios su dinero para ganarte un amigo
que interceda por ti en el momento decisivo.
La idolatría del dinero
El evangelio de este domingo termina con unas palabras
muy famosas: Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a
uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo.
No podéis servir a Dios y al dinero.
Jesús no parte de la experiencia del pluriempleo,
donde a una persona le puede ir bien en dos empresas distintas, sino de la
experiencia del que sirve a dos amos con pretensiones y actitudes radicalmente
opuestas. Es imposible encontrarse a gusto con los dos. Y eso es lo que ocurre
entre Dios y el dinero.
Estas palabras de Jesús se insertan en la línea de la
lucha contra la idolatría y defensa del primer mandamiento ("no tendrás
otros dioses frente a mí"). El AT es en gran parte una condena de los
dioses paganos y de los ídolos, que aparecían como rivales del único Dios
verdadero. Al principio, los israelitas pensaban que los únicos rivales de Dios
eran los dioses de los pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.). Pero los
profetas les hicieron caer en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse
en cualquier terreno, incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede
convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría.
Naturalmente, ninguno de nosotros acude a un banco o
una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los
banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar cayendo en la idolatría del
dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos, al dinero se le da culto de
tres formas:
1) mediante la injusticia directa (robo, fraude,
asesinato, para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por
encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la
primera lectura, tomada del profeta Amós.
2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que
no hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus
necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos
el próximo domingo.
3) mediante el agobio por los bienes de este mundo,
que nos hacen perder la fe en la Providencia.
Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7
Amós, profeta judío del siglo VIII a.C. criticó
duramente las injusticias sociales de su época. Aquí condena a los comerciantes
que explotan a la gente más humilde. Les acusa de tres cosas:
2) Recurren a trampas para enriquecerse: disminuyen la
medida (el kilo de 800 gr), aumentan el precio (el paso de la peseta al euro
fue un ejemplo que pasará a la historia) y falsean la balanza.
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