EN ALGÚN LUGAR
José Pulido (*)
El caballero de la triste figura. Esa frase y el famoso inicio: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme” rodaron de generación en generación como si de refranes se tratase y al final de cuentas todo se volvió cervantino, jodedera, porque ambos sucesos han servido perfectamente para que mucha gente, demasiada gente, finja haber leído la obra de don Miguel de Cervantes y Saavedra.
Para quien nace bautizado y enriquecido por el idioma castellano, no haber leído el Quijote es parecido a lo que ocurre con los creyentes judíos y cristianos que no se molestan en abrir la Biblia; o con los marxistas que jamás han transitado un párrafo en El Capital. Todo esto ya es un lugar común, pero vigente.
Lo peor no es ignorar la trama del Quijote, sino perderse la oportunidad de comprender todo lo que encierra esa obra, en especial para quienes podemos leerla en el idioma que gestó esa trama. Portentoso idioma formado por muchas lenguas, por pueblos diversos en constante movimiento. Por culturas y sentimientos surgidos de varios territorios distantes hasta rodar con sus semillas a un lugar de La Mancha donde la ironía y el humor afinaron la música de las palabras.
En las citas propuestas como muestra de una supuesta erudición, Cervantes escribe aquel “Non bene pro toto libertas venditur auro”, aludiendo a la posibilidad de que la cita sea tal vez de Horacio o de algún otro. Quizá revela la esperanza de todo autor: que haya un lector divino de los que se detienen y profundizan en el asunto.
Pero en todo caso, la frase significa: “la libertad no se vende ni por todo el oro del mundo” y era el fundamento honorable de la antigua república de Ragusa. Ese solo significado demuestra cuánto tejió Cervantes en su obra. Y cuánto vivió. Dubrovnik, la ciudad croata, es esa república aludida por don Miguel.
Novela de novelas, principio de aventuras en el que el castellano salió a descubrir el mundo para que la humanidad lo conociera. Y probara la finura del humor que define a una lengua surgida de una galaxia de palabras. Todo el Quijote contiene tal humor y es fácil encontrar el ejemplo. Como cuando Sancho no puede aguantarse y hace su necesidad porque estaba con las tripas alborotadas y Don Quijote reclama:
“Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo. Sí tengo, respondió Sancho: ¿mas en que lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca? En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar, respondió Don Quijote.”
Cada cosa dicha en esa gran obra está justificada, o al menos preciosamente expresada en una lengua que nacía como un campo lleno de colores y de razones primaverales. Escuela literaria, escuela filosófica, escuela de la vida: la caballería andante.
“La de la caballería andante es una ciencia que encierra en sí todas las demás ciencias del mundo, a causa de que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene…”(Q. II, 158-159).
Sabía de leyes también, don Miguel de Cervantes. Este libro es de una riqueza de matices y de experiencias que nunca termina. Cuando le robaron su jumento a Sancho Panza, don Quijote le dijo que le regalaría tres burritos.
Le prometió a Sancho una cédula de cambio para que le diesen tres burros en su casa, “de cinco que había dejado en ella”.
Y cuando le tocó hacer esa nota, que tendría como firma “El caballero de la triste figura”, Sancho no estuvo de acuerdo: tenía la certeza de que la sobrina del hidalgo rechazaría una cédula de cambio con esa firma. Pero don Quijote sabía que si firmaba con su nombre verdadero estaría aceptando que “el caballero de la triste figura, don Quijote de la Mancha” era una invención suya.
(*) Hace tiempo escribí este texto. El grabado, por supuesto, es de Gustavo Doré
13/05/2022:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=10228982686212994&set=a.4673512116907
No hay comentarios.:
Publicar un comentario