DESCUBRIRÉ EL RÍO TAMBIÉN
José Pulido (*)
Vi dos torres forjando la herradura del cielo
eran enormes y no lo parecían
eran tan distintas en su exactitud
porque en alguno de sus ángulos subsistían
espacios para suicidas y para guindar floreros
Decidí que se llamarían Las Torres de El Silencio.
Y ¿por qué del silencio?
porque su horizonte en realidad es casi mudo
Avancé por debajo de sus laberintos
rememorando aquellas carreteras,
en que bajé de un carro o de algún autobús
dando vueltas para encontrar los baños
detrás de todo lo execrado
y oriné sobre naranjas exprimidas
cuyos olores ya habían perecido
pobres naranjas, caer tan bajo después de ser paisaje
Las Torres por dentro eran pura frialdad
y mosaicos carcomidos,
pero pude lograr algo inaudito: hallé el lugar
donde seguramente reposaban las huellas digitales de todos los hijos
de cuando eran niños y los llevábamos dominicalmente a comer pollo.
Después de eso salí a la calle y me extravié
hasta que un rumor anunció el río,
sé que hubo un tiempo
en que los cunaguaros breves y los venados eternos
se bebían las auroras junto con sus cabezas en el agua virgen
aquel río que de vez en cuando desaparecía del alma
porque su espeso marrón era como una culebra de barro
y fue entonces cuando vi una garza aleteando agonizando
y decidí fundar la ciudad bajo el nombre de una virgen
que se pareciera al agua de antes
que se pareciera a la garza en su martirio
pero olvidé todos los nombres habidos
y solo pude pronunciar una palabra
que no figura en la Academia de la Lengua.
(*) Uno de mis viejos poemas. Lo pongo otra vez, pero ahora con una fotografía de Leo Matiz, que reposa en las maravillas que guarda el Archivo de Fotografía Urbana
18/05/2022:
https://www.facebook.com/photo/?fbid=10229014286722987&set=a.4673512116907
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