LA ANTIPOLÍTICA Y SU FALSA CINEMATOGRAFÍA
Por supuesto que la política tiene sus muy exactas
obscuridades, como suele pasar en otros ámbitos, disciplinas y especialidades.
Empero, no puede enterrar sus errores, como ocurre con los médicos, por citar
un ejemplo de mala praxis, ya que no se entiende la política naturalmente
asociada a la democracia, sin las libertades de indagación y denuncia,
ventilación y transparencia, sospecha y corroboración. 
Hay quienes proclaman que nada le deben a la política
para el desempeño y rentabilidad de sus labores privadas, convertida la
autosuficiencia engañosa en una sentencia inapelable. O no gustan de un
determinado partido, pudiendo bregar por otros, e, incluso, crear el propio, mas
no siquitrillar la institución e institucionalidad partidista: en lugar de las
pastillas, un acertado disparo quita algo más que el dolor de cabeza. 
El presente siglo ha sido de sesión demasiado continua
para una filmografía de tediosas versiones: es la del ejecutivo de una
transnacional que juraba solemnemente ante el espejo, en el club de tenis o en
una barra amable de vasos campaneros, que nada le debía a la detestada política
que la creyó fervorosamente prescindible, porque se bastaba a sí mismo con su
exitosa carrera gerencial. Porque había que moler a los malvados, votó
intrépida y entusiastamente por quienes barrerían la corrupción de aquí a la
eternidad, aunque – a la vuelta de muy pocos años – la firma para la cual
trabajaba, como otras afines, se vio forzada a irse del país y nuestro
personaje no consiguió otro empleo semejante y estable, pronto se desactualizó
y se vio forzado socioeconómicamente a emigrar y a volver al país donde nunca
pensó que una determinada política económica le descalabraría la vida junto a
su familia que ahora es inquilina de la nostalgia, regada por ahí, más allá de
la fronteras, cada vez más imposibilitada de pagar una universidad a la prole.
Digamos la versión del obrero que perfeccionó el
oficio, calificándose técnicamente hasta hacerse todo un proletario
deseablemente industrial (dignos ingresos reales, seguridad social, capacidad
de ahorro, sindicalización), pero la fábrica cerró y hubo que vender el carro y
el apartamento para internarse en uno de los numerosos cinturones marginales
que crecen en el país. O la del afortunado estudiante que entiende que lo suyo
consiste exclusivamente en estudiar, soslayando que otros de su edad no puedan
hacerlo, y que ocupa aulas con un profesorado inexistente porque los salarios
no alcanzan por muy titular que sea, sospechando que demasiados pocos concluirán
la carrera. 
Entre nosotros, definitivamente, la antipolítica es antipartidismo,
pues, desespecializándose, la política se puede hacer desde las redes
digitales,  el gremio, el medio de
comunicación o la renombrada empresa de la familia, sin que jamás se permita
ostentar una naturaleza y una nomenclatura partidistas. Y, en términos generales,
lleva a una triste y triple ironía: la despolitización al interior mismo de los
partidos que se suponen políticos y la de un populismo sin pueblo que realiza
una sociedad consumista sin consumo. 
Un prejuicio de honduras insospechadas, el ejecutivo,
el obrero, el estudiante y el profesor al que no le alcanza para pagar la
gasolina de su vehículo ni el pasaje del transporte público, están resignados
en el fondo de una sala de proyección, temerosos de cualquier linterna que los
apunte, porque no se atreven siquiera a gritar que la película es falsa, que no
pueden vivir inopinantes a espaldas de las decisiones y decisores de un destino
inevitablemente compartido, porque nada ni nadie se salva por si solo o a
solas. Impresionante estupidez la de pretenderse ajenos a la política que otros
hacen al monopolizar el poder, la riqueza y la cultura, como absurdo es que, en
los tiempos de juventud, no se sienta el coraje y la pasión heroica de amar a
otra persona, huérfano de coraje y pasión para los estudios, el deporte, la
música y la política hecha de principios y valores.
Asumamos, una posible y letal combinación de pospopulismo
y antipolítica reafirmará todavía más la polarización multidimensional de la
que hablan los especialistas, en el orden ideológico, identitario, afectivo y
cualquier otro imaginable de no prever las condiciones indispensables para
generar el consenso liberador. Luego, el problema político que afrontamos no es
un mero asunto de la ingeniería de las emociones.
Ilustración: Andrei Popov.
Fotografía: LB (2022).


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