ISABEL II
Guido Sosola
Los venezolanos somos muy sentimentales y, por
ello, circula en las redes una humorada en torno al amigo británico que lamenta
la muerte de la reina Isabel II, pero duerme serenamente la noche, mientras que
la tía maracucha rompe en un llanto incontrolable y prolongado. E, igualmente,
somos de una muy profunda convicción y emoción republicana que se nos antoja la
monarquía y todo lo que conlleva, como una cosa exótica salvo para los que no
se dan cuenta de los dictadorzuelos de larga duración y, por supuesto, los
devotos lectores de la revista Hola.
Exotismo
aparte, es necesario entender el rol histórico de Isabel II en el contexto de
una democracia que hizo poderosa a Inglaterra, tanto como el libre mercado, la
armada y una enorme vocación de poder, que la llevó al dominio de toda la isla
y de una muy buena parte del resto del mundo. Quizá Gran Bretaña hubiese
perdido la segunda guerra mundial, cosa que no hacía falta para perder una
institución que le daba sentido y unidad a lo que fue un extraordinario
imperio: la monarquía. Y he acá el rol
que jugó Isabel.
El
rey Jorge V muere en 1936 y asciende al trono Eduardo VIII, quien no llega al
año de su reinado al abdicar para luego contraer matrimonio con la
estadounidense Wallis Simpson, una vez que ésta finiquitara su proceso de divorcio.
Además de no haber demostrado una especial sensibilidad por las responsabilidades
que le esperaban como heredero del trono, tenían grandes simpatías por la
Alemania nazi, la cual recorrió después de su abdicación, y no cuesta demasiado
pensar, a las puertas de una conflagración mundial, en la consiguiente pérdida
de legitimidad de la monarquía como institución de más siglos como inglesa y de
menos como británica, pero siglos al fin y al cabo que auspiciaron y dieron nacimiento a instituciones como el
parlamento, y a todo un régimen de libertades democráticas.
Ido Eduardo VIII, su hermano asume como Jorge VI, quien fallece en 1952, atravesada la peligrosa tempestad de la guerra mundial, ascendiendo al trono Isabel II. Desde los 26 años de edad tiene por empeño devolverle a la monarquía toda la sobriedad y credibilidad que tuvo, lográndolo a pesar de los baches familiares que llevaron leña al fuego de la prensa amarillista. Y, por cierto, conspirando Eduardo VIII con algunos lores, con el deseo de volver al trono con la Wallis añadida, no precisamente de Springfield.
Un
reciente documental de la Deutsche Welle
(https://www.youtube.com/watch?v=elt2K11qu_Q), indica como virtud y ventaja que Isabel
II no naciera para reina, formando sólo parte de la familia real. Por
ello, su modestia, en medio de todo, constituyó un recurso
extraordinario para superar la crisis definitiva que ya parecía algo más que
una tormenta circunstancial respecto a la monarquía.
Por
cierto, de los baches multiplicados se establece un importante contraste entre
la conducción del Estado y de la
familia. Casualmente, meses atrás, un amigo me envió dos títulos interesantes,
una novelita negra de S.J. Bennett que convirtió a Isabel II en una
investigadora inigualable, como pudo poner a otra persona, “El nudo Windsor”
(Salamandra, 2021), y un ejemplar digital de título elocuente de Ingrid Seward,
como “My husband and I. The inside story off 70 years
of the royal marriage” (Simon&Schuster,
2021). Sirva como ejemplo el siguiente párrafo de la Seward: “ … Los rumores persistieron hasta
el final de su vida, cuando el príncipe Felipe le dijo a la princesa Diana que
su comportamiento descarriado estaba destruyendo la esencia de todo lo que él y
la reina habían dedicado su vida a preservar, y que sus acciones también
estaban dañando la herencia de sus hijos, ella decidió que iba a hacer todo lo
posible por descubrir sus supuestos asuntos como venganza por lo que ella veía
como su deslealtad. Según ella, después de un cuidadoso trabajo de detective, llegó
a creer que él tenía hijos ilegítimos, como sugerían los rumores, y que habían
sido cuidados económicamente a perpetuidad, aunque su identidad nunca se iba a
permitir que saliera a la luz” (127).
Al
parecer, el príncipe Felipe tenía instituido un segundo frente por toda la
calle del medio, sobre el cual cayó el telón de acero de la casa real. Pero
eso es otra cosa de la que el tiempo se encargará, pues, mientras tanto, es
necesario reconocer – por muy republicanos que seamos – el sello que supo
imprimirle Isabel II al trono, la paciencia que demostró con Hugo Chávez tan
ávido por conocer y fotografiarse con todos los líderes del mundo, y lo
que le espera a esa potencia con un rey
de las características de Carlos, el eterno príncipe de Gales.
Ilustración: Gunduz Aghayev.
09/09/2022:
https://www.lapatilla.com/2022/09/09/guido-sosola-isabel-ii/
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