¿RECUERDAN A LA UNIVERSIDAD DE MIRAFLORES?
Luis Barragán
Del millón de
toneladas de cosas que dijo Chávez Frías
tratando de tupir todo el siglo XXI, viene a la memoria aquella vez en la que habló de convertir el Palacio
de Miraflores en una sede universitaria, haciendo gala de su falsa modestia. Adjetivándola de lujosa y simulando desprendimiento,
como ocurrió con el famoso “camastrón”, pronto descubrió hacia 2000 o 2001 que no
podía disponer legal e inmediatamente de la sede presidencial, acaso, pensando en
la construcción de otra de mayores magnitudes, tal como después adquirió un costosísimo avión para sí.
Quedó en el olvido tan demagógica
oferta y, en lugar de afianzar a las universidades públicas existentes,
prefirió no construir domicilio alguno para las que creó, por suerte del Estado
paralelo al que también le dio continuidad su sucesor, negándoles a la postre a
aquellas los recursos indispensables
para hacerlas – precisamente – autónomas. Luego, esa universidad miraflorina se
plasmó en lo que hoy son nuestras casas de estudios: el régimen las ha
destruido institucional y físicamente con una paciencia morbosa, renegando de
los remotos reclamos políticos e ideológicos de quienes allanaron el camino
para el ascenso al poder de los elencos que apuestan por la interesada
remodelación y maquillaje de los inmuebles sobrevivientes.
Destrucción avisada con
anticipación, por cierto, desde aquella toma de la Universidad Central de
Venezuela que enfrentó el rector Giannetto con mucho coraje, advirtiendo
también del previo entrenamiento en Cuba de los agresores. Nota curiosa, por su
ascendencia italiana, mientras duró el secuestro del rectorado, le colocaron
sendas cornetas frente a las ventanas para obstinarlo con música de salsa, sin
adivinar que el género es de los favoritos de quien habitó y se crio en los
sectores populares de la ciudad capital.
Por todos estos años, se hicieron
muchos esfuerzos por sensibilizar a la propia comunidad universitaria de todos
los peligros que se avecinaban y, al menos, el suscrito, junto al invalorable
aporte de la Asociación de Profesores de la Universidad Simón Bolívar, añadidas
las eventuales contribuciones de estudiantes y profesores de otras casas de
estudios, agotamos nuestros mejores esfuerzos por encontrar respuestas reales,
específicas, concretas, convincentes y consistentes. Empleamos a fondo la
tribuna parlamentaria para tan complejo problema y quien todavía jura no
haberse enterado de los llamados y de las propuestas, es porque poco o ningún
nexo tuvo con la universidad venezolana, hubo disposición de colaborar con los
opresores, o esperaban que otros hicieran el favor de hacer lo que ellos,
simplemente, no harían.
Rompiendo con el convencional
diagnóstico del asunto, quedaron suficientemente claras las pretensiones
oficiales reconfirmadas por el convenio colectivo universitario que contrajo después
el régimen consigo mismo, a través de la sindicalización de sus afectos. Ya no se trataba del deterioro de la planta
física, el déficit presupuestario, los bajos salarios, etc., etc., sino de la
propia noción de universidad cultivada por el poder establecido con el auxilio
de su aparato judicial.
Con tiempo, repetimos, con tiempo,
propusimos la realización de las elecciones autonómicas y, por tanto,
constitucionales en todas y cada una de las universidades públicas, en forma
simultánea, señalando que las de carácter privado no escaparían del sojuzgamiento.
Iniciativas como la de una ley de
Defensa de la Autonomía Universitaria, la de Simplificación de sus Procesos
Electorales, y, proveniente de la sociedad civil organizada, una de carácter
orgánico para la educación superior, supuso un esfuerzo, una tarea, un
propósito que el liderazgo universitario, con las correspondientes
excepciones, no quiso asumir, trilladas
las convenciones: ésta fue la universidad de Miraflores, en el fondo de todos
los fondos: la de nunca perder la vital
noción del poder, de su sede real y de su titular hasta la muerte.
No era ni es la universidad de las
movilidades sociales, por cierto. Después de 1958, creció en todos sus niveles
la educación venezolana que, al despedir el siglo, en el peor de los casos, ya
resultaba extraño que, por lo menos, alguien no tuviese un familiar lejano
egresado de una institución de educación superior (universidades, colegios
universitarios, institutos tecnológicos).
La observación puede resultar y
resulta dolorosa: buena parte de nuestros profesionales universitarios
domiciliados en el exterior, no sólo sobreviven desempeñando oficios muy
diferentes al de su preparación académica, sino que no le pueden garantizar los
estudios superiores a sus propios hijos. Y todo esto, teniendo por abuelos o
padres a universitarios que, faltando poco, egresaron de las mejores
universidades extranjeras mediante el plan masivo de becas Gran Mariscal de Ayacucho.
Dos notas finales: por una parte, recordamos un texto de Jorge Sainz para ABC de Madrid del 22 de julio del presente año, con llamativo título (https://apuntaje.blogspot.com/search/label/Jorge%20Sainz), en la España que abiertamente discute el gasto de defensa, la baja menstrual, o la pugna entre el monarca emérito y su hijo: en relación a la universidad, hay delitos que no tienen castigo penal para sus perpetradores, pero si “reprobación en la memoria”, como es el caso de los colaboracionistas e indiferentes ante el drama venezolano, autocalificados de opositores. Y, por otra, ya ni por Miraflores se puede pasar libremente, en contraste con el siglo anterior.
Reproducción: Élite, Caracas, nr. 22183 del 29/07/1967.
09/10/2022:
https://www.lapatilla.com/2022/10/09/luis-barragan-recuerdan-a-la-universidad-de-miraflores/
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