“Le haré justicia” (Lc 18, 1-8)
José Martínez de Toda, SJ
¿Son importantes el optimismo y
la constancia?
Te cuento esta historia:
<Dos ranas
cayeron en un cubo lleno de crema. Una se puso pesimista y le dio un triste
‘Adiós’ a su amiga, y se quedó quieta esperando la muerte. Pero su amiga se
dijo:
-
“Yo voy a luchar hasta el final. Nadaré alrededor
hasta que no pueda más; y entonces moriré contenta”.
Pero, al
nadar, sus patas batían la crema, que poco a poco se iba convirtiendo en
mantequilla sólida. Y de pronto rápidamente ella pudo saltar fuera del cubo.
Estaba salvada>.
Había triunfado el optimismo y la constancia.
Jesús quiere explicar a sus
discípulos cómo orar sin desanimarse. ¿Cómo hace?
Jesús cuenta a sus discípulos la
parábola del juez malvado, que no cree ni en Dios ni en el diablo, pero que
termina escuchando a la viuda para que lo deje en paz.
En la antigua
sociedad judía la mujer dependía de su marido para su sustento, su
mantenimiento y status social. Perder al marido equivalía a quedarse pobre y
sin ningún apoyo, especialmente cuando la viuda no tiene un hijo mayor.
Las viudas de la antigüedad simbolizan vulnerabilidad. Una viuda no podía heredar los bienes de su marido y dependía de la compasión de la comunidad.
¿Por qué el juez decide
atender por fin a la viuda?
A este juez no le importa nadie, pero sí le importa su propia
comodidad. Por lo tanto, decide hacer justicia a la viuda, no porque sea
la cosa correcta de hacer, sino porque quiere librarse de ella. Está cansado de
su presencia y de la molestia que le causa, y quiere deshacerse de ella.
El juez y la viuda representan los lados opuestos del espectro social: el juez es el epítome del poder – no atado por decisiones de jurado ni por cortes de apelación – y la viuda es el epítome de la impotencia.
¿Cómo es posible que Dios se compare a sí mismo con
este juez injusto? ¿Qué lección quiere sacar Jesús de esta parábola?
En realidad
Jesús no lo pone como modelo. Más bien asegura que si este juez hizo caso a la viuda, porque lo
importunaba continuamente, ¿con cuánta mayor razón el Dios que nos ama como un
Padre atenderá nuestras súplicas incesantes?
Más bien esta parábola pone en contraste a este juez malicioso con nuestro Dios amoroso. Dios no es un juez malo. Dios es infinitamente bueno y hará justicia a sus elegidos si acuden a él día y noche.
¿Y la viuda?
Aquí la
parábola tiene un aspecto muy positivo: es la conducta de la viuda, que era
constante en su reclamación al juez. Ella sí es nuestro modelo. Ella es
proactiva. Así debe ser nuestra oración incesante. La grandeza de esta viuda
consiste en no aceptar su situación con la excusa de ‘Así son las cosas’. No
hay que dejarse llevar por la ola. Hay que enfrentarla y entrarle por abajo.
Esta
parábola nos da optimismo. En realidad, no hay situación sin esperanza.
Con este cuento Jesús quiere
enseñar a sus discípulos que hay que orar siempre, sin desanimarse jamás, igual
que la viuda.
Puede que la
justicia de Dios nos parezca lenta, porque Dios mide el tiempo desde una
perspectiva más completa. No obstante, podemos estar seguros de que Dios
vindicará a los que ha escogido. En tiempos difíciles oímos decir, “lo único que podemos hacer es rezar”.
Esta parábola enseña que la oración es, por sí misma, un remedio
significativo – algo que involucra el poder de Dios, haciendo todo posible.
La cuestión
crítica no es la fidelidad de Dios sino la lealtad humana.
1ª Lectura: Moisés con las manos en alto ayuda a la victoria israelí en la batalla.
Pero, ¿para qué orar? No sirve de nada. La oración no
detendrá a los malandros, ni eliminará las drogas, ni parará la muerte, ni me conseguirá el empleo, ni transformará las
estructuras de injusticia.
Bueno. Con la oración no se ve a
veces un resultado inmediato. No es como esa máquina tragamonedas: le echas una
moneda y te sale un refresco. La oración no es una actividad matemáticamente
productiva al momento.
Orar es sencillamente hablar con
Dios Padre, especialmente cuando estoy en necesidad.
¿Qué hacía Jesús cuando quería orar?
Jesús, cuando quería orar, se
levantaba pronto, iba a un lugar solitario, y allí conversaba con su Abba, con
Papá Dios.
Por ejemplo, al final de su viaje
a Jerusalén, fue al huerto de los Olivos y dijo a sus discípulos: "Siéntense aquí, mientras voy a orar".
Y parece que su Padre no le escuchó, y fue crucificado, y en la cruz gritó:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”
La pasión
de los que imploran a Dios día y noche nos recuerda la oración de Jesús justo
antes de su muerte. “Y estando en
agonía, oraba más intensamente: y fue su sudor como grandes gotas de sangre que
caían hasta la tierra” (22:44). El Padre no respondió eliminando el
vaso de su sufrimiento, sino resucitándolo.
Pero su Padre le hizo justicia en
la resurrección. Así que no hay que tener miedo. La última palabra la tiene
Dios, y esta palabra es vida para siempre.
Claro está que
preferimos que la oración nos conceda lo que pedimos – y rápidamente. Así
nos ocurre también en todo lo demás.
A
veces no pedimos cosas buenas.
Pero
Dios no promete respuestas inmediatas a nuestra oración a veces un tanto
infantil. Y siempre nos concede la fortaleza que necesitamos para serle fieles,
para trabajar incansablemente por su proyecto, para entregarnos cada día a
nuestros hermanos.
Fuente: Correo electrónico (Román Mendoza).
Ilustración: John August Swanson.
Cardenal Porras: https://www.youtube.com/watch?v=CXjgg1tDxA8
Reflexión del Padre Peraza: https://www.facebook.com/arperaza/videos/5568837963209487
Padre Martín: https://www.youtube.com/watch?v=pXyXuZABxtA

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