MARÍA LIONZA, UN HECHO POLÍTICO
Luis Barragán
De repente desapareció la versión original del
monumento de María LIonza, bajo la natural custodia de su propietaria, la
Universidad Central de Venezuela. Un amigo refiere que nadie puede hurtar un
elefante, sin que se den cuenta los payasos. De modo que la captura y traslado
del pesado monumento supuso toda una operación de manos expertas que muy
posiblemente contó con el respaldo del propio Estado.
Cualquiera
puede sugerir la comisión de un delito, previsto y sancionado en el Código
Penal. Que sepamos, la Fiscalía no ha abierto procedimiento alguno en tal
sentido y, mucho menos, fijado las responsabilidades de quienes arbitrariamente
inauguraron una plaza en el estado Yaracuy para albergarla.
Lo
peor sería que esas responsabilidades penales recayesen sobre las autoridades
universitarias, porque se dejaron sustraer la pieza, algo absurdo. Por ello, el
Instituto de Patrimonio Cultual (IPC) dicta medidas administrativas de
protección u conservación, arguyendo dos décadas de abandono, y raptándosela a
la universidad al declararla Monumento Nacional. No reparan en la evidentísima
circunstancia de que se le ha negado el presupuesto necesario a la casa de
estudios para cuidar de la obra, por lo que sería más serio y acertado apuntar
a los responsables de las finanzas públicas, cosa que no harán, por supuesto.
Suponiéndolo
más antiguo, lo curioso, por una parte, es que el culto a María LIonza es de
principios del siglo XX; y, por el otro, una dictadura de filosofía
positivista, como la de Përez Jiménez, logró una versión exuberantemente
sensual de la deidad femenina e indígena para que hiciese de pebetero a unos
juegos deportivos, como bien pudo tomar otra figura o símbolo. En reciente
nota, el profesor William Anseume ha abundado sobre todo en la significación y
consecuencias culturales del trabajo escultórico de Alejandro Colina, calando
profundamente María LIonza en nuestra identidad.
Ha
acaecido un hecho político imposible de soslayar, es la única y más granítica
verdad: el régimen hace lo que le da perfectamente la gana con
los bienes y las personas del país al que ha sojuzgado ferozmente, por lo que
se permite favores a las sectas que los diligencian y, a la vez, ridiculizan a
aquellos que les ha negado los recursos para mantener piezas de una importante
trascendencia artística. Nadie responde por lo ocurrido al más alto nivel del
Estado, y da ocasión también para meterse en el imaginario colectivo,
moldeándolo según sus intereses. Un
hecho simple y barato, pero político al fin y al cabo.
Fotografía:

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