DEL MONSEÑOR ALVAREZ
Luis Barragán
Desde mucho antes
de su detención, por agosto de 2022, anda el caso de monseñor Rolando Álvarez,
rehén de Daniel Ortega. En días recientes, fue injustamente sentenciado a 26
años de cárcel por traición la patria y
otros delitos afines.
El dictador nicaragüense le ofreció
la salida del país junto a las 222 personas que efectivamente sacó con rumbo a
Estados Unidos, despojándolos de la nacionalidad. El obispo se negó y, ahora,
se han afincado aún más sobre él.
Por todo este tiempo, el Vaticano ha
guardado una excesiva y contraproducente moderación. Bergoglio, regresando de
su viaje al Congo y a Sudán del Sur, confesó el dolor que experimenta por la situación
del prisionero. Demasiada timidez frente un caso gravísimo que cualquiera atribuye
a la eficaz diplomacia papal, en buena medida, un mito a juzgar por su fracaso
en Venezuela, donde fue burlado.
El año pasado, circuló la noticia
del país centroamericano entre nosotros, expresando su malestar la Conferencia
Episcopal. Por lo menos, en la Iglesia que frecuentamos, convalecientes del
Covid-19, el problema de Álvarez no pasó un mes aproximadamente de un tercer o
cuarto punto de la sección de avisos, ya
finalizando la misa.
Merecía y todavía merece más, como
una campaña abierta por la liberación del prelado y la denuncia de la realidad
que confrontan los católicos en Nicaragua.
Son necesarias las homilías que digan de un asunto que, por cierto, nos
tiene en cola a los venezolanos.
De un mismo cuño es la dictadura de
allá y la de acá, así que de nada vale llamarnos a engaños. Tendemos a hacernos
los tontos, cuando se oyen los golpes a la puerta.
El obispo Álvarez enseña el mismo
evangelio que monseñor Oscar Romero. Elevamos nuestras oraciones por su liberación
y, al mismo tiempo, lo reclamos como referente esencial de los venezolanos.
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