sábado, 12 de julio de 2025

"... La hipérbole busca provocar y descolocar al oyente"

TRASFONDO DE LAS ANTÍTESIS

(San Mato, 5: 17-37)

Enrique Martínez Lozano

Después de la proclamación de las Bienaventuranzas, que convierten en "sal" y "luz" a quien las vive, empieza propiamente el "cuerpo" del Sermón de la montaña, que se va a desarrollar en tres bloques:

       la "justicia nueva" del Reino, que regula la relación con los otros (5,21-48);

       la vivencia limpia de la religiosidad, evitando el riesgo siempre acechante de la hipocresía y el fariseísmo (6,1-18);

        y la invitación a una confianza radical en el Padre (6,19-7,11).

Como trasfondo de todo el primer bloque, no es difícil percibir la polémica –que había ocupado un primer lugar en las Cartas de Pablo y que constituyó una de las causas de mayor enfrentamiento en las primeras comunidades- entre la "ley" y el "evangelio".

A diferencia de la postura tajante de Pablo –tal como queda magníficamente reflejada en las Cartas a los Romanos y a los Gálatas-, Mateo parece querer contentar a todos; probablemente, porque su propia comunidad se hallaba dividida a partes iguales entre partidarios de ambas posturas.

En su escrito parece reflejarse la tensión entre los partidarios de seguir literalmente la ley y quienes creían que había quedado definitivamente superada. Pareciera incluso como si, en aquella comunidad, se estuviera viviendo un consenso bastante inestable.

Ese enfrentamiento puede explicar la actitud de Mateo para quien, por un lado, "tiene que cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley" y, por otro, es necesario "ser mejores que los letrados y fariseos" (es decir, parece exigirse la vivencia de una "justicia" que trasciende la ley).

Y es precisamente esa "justicia" –un término particularmente querido para Mateo, y que podría traducirse como "ajustarse a Dios"-, una justicia que es infinitamente superior a la "ley", la que va a ser descrita en cinco antítesis llamativas (en el texto de hoy se abordan las tres primeras).

Y resultan llamativas, no sólo por el contraste manifiesto, subrayado a veces incluso de forma hiperbólica –como veremos-, sino por el modo de presentar a Jesús, con una autoridad superior a la propia Ley, a la que radicaliza, remitiéndose únicamente a su propia persona: "Se os dijo..., pero yo os digo...".

Indudablemente, la autoridad –en el sentido más genuino de la palabra- que se desprende de esa actitud no tiene equivalente en toda la literatura bíblica. Acerquémonos ahora a las tres primeras antítesis.

1ª. ¿Sólo no matar?

Tras la cita correspondiente ("No matarás": Libro del Éxodo 20,13 y Deuteronomio 5,17), la palabra de Jesús enfatiza hasta el extremo el respeto al hermano.

No sólo porque quiera eliminar hasta el insulto más pequeño –los que la versión castellana traduce como "imbécil" (raka) o "renegado" (moros) eran bastante usuales e inocuos-, sino porque coloca la relación con los otros por encima incluso de la ofrenda religiosa, es decir, por encima del Templo.

Es patente cómo la religión queda "enmarcada" sanamente en una actitud amorosa hacia los demás.

2ª. ¿Sólo no adulterar?

Sin duda, la expresión de Jesús ("todo el que mira a una mujer...") suena a exageración; según el gusto oriental, la hipérbole busca provocar y descolocar al oyente.

Pero aparece cargada de sabiduría. Si la tendencia característica del yo es la posesión y la apropiación, la palabra del Maestro quiere situarnos en la sabiduría de la primera de las Bienaventuranzas: son felices quienes son "pobres de espíritu", quienes no giran en torno a las pretensiones del yo.

La alusión al ojo y a la mano que son "ocasión de pecado" hay que leerla, obviamente, en clave simbólica: son los deseos y las acciones que hacen daño los que tienen que ser "cortadas". (En la antropología semita, bien anclada en lo somático, las diferentes partes del cuerpo designan actitudes y acciones).

La referencia al divorcio parece reflejar también una problemática de la comunidad de Mateo, en la que ya se habría aceptado alguna causa para el mismo: la "porneia", que no se sabe bien cómo traducir: "prostitución", "fornicación", "unión ilegítima"... En cualquier caso, según los expertos, es discutible que este tema hubiera entrado en la enseñanza de Jesús.

3ª. ¿Sólo no jurar?

La insistencia de Jesús en la veracidad y transparencia de la palabra es admirable. Todos los maestros espirituales han valorado siempre el hecho de expresar con sencillez la propia verdad. Y entre muchos grupos humanos no se reconocía valor mayor que el de la "palabra dada".

Sí o no: el lenguaje de la verdad es indicio de la libertad interior de quien, de una manera u otra, ha trascendido su ego. Porque el ego tiene otros "valores" por encima de la verdad, aquéllos que lo sostienen y alimentan. De ahí que sea tan hábil en la racionalización, la justificación y tantos otros mecanismos de defensa.

Sin embargo, quien no tiene que "proteger" su yo (su imagen) puede mostrarse sencillamente en su verdad, con todos sus claroscuros. Y viene a descubrir que es precisamente el reconocimiento de la propia verdad la mayor fuente de descanso, paz y libertad interior... Y la actitud capaz de construir fraternidad en torno a sí, una fraternidad que sólo es posible desde la desegocentración.

Fuente:

https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/1334-trasfondo-de-las-ant%C3%ADtesis.html

Ilustración: Caravaggiio, "Las siete obras de la misericordia".

UNA IGLESIA SAMARITANA

(San Lucas, 10: 25-37)

Enrique Martínez Lozano

Los letrados eran los "teólogos oficiales" del judaísmo. Este se acerca a Jesús, queriendo "ponerlo a prueba", con una pregunta característica del yo religioso: "¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?".

Como sabemos, el yo se define por su afán protagónico y alimenta su sensación de existir como entidad autónoma, a partir de los mecanismos de la identificación y de la apropiación. En la pregunta del letrado, es él quien tiene que hacer algo para conseguir un beneficio para sí mismo.

Por esa misma razón, la religión del yo no puede ser sino la del mérito y la recompensa, entendida además en clave individualista: hago "algo" para obtener "algo" para mí (aunque eso sea la salvación del alma).

Por otro lado, aquella pregunta denota también la ignorancia en la que el yo se mueve: considerar la "vida eterna" como un objeto que poder atrapar. El yo, al no poder conocer la felicidad, la proyecta siempre hacia el futuro, en la creencia (generalmente inconsciente) de que, por fin, algún día la alcanzará. Eso le hace vivirse proyectado hacia delante, víctima de la ansiedad que nace de su propio vacío.

Pues bien, acostumbrado a perseguir el futuro, no es extraño que se imagine la "vida eterna" como el futuro definitivo en el que, finalmente, él va a ser completamente feliz: ¿Cómo no hacer cualquier cosa para "heredarla"?

De entrada, Jesús se sitúa en el nivel de quien le pregunta y lo remite a algo que era totalmente familiar para un experto religioso: a la Ley.

En su contestación sobre lo que pide la Ley, el letrado combina dos textos: uno del libro del Deuteronomio (6,5) –"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser"- con otro del Levítico (19,18) –"Amarás a tu prójimo como a ti mismo"-.

Parece que la idea del amor al prójimo constituía un principio ético muy claro en el judaísmo anterior a Jesús. Y gracias al influjo de los judíos helenistas, poco a poco se había ido unificando la doble dimensión del amor –a Dios y a los otros-, de acuerdo a las dos reglas básicas del helenismo: la eusebia (adoración a Dios) y la dikaiosyne (el amor al prójimo).

A Jesús le agrada la contestación, le anima a vivirlo y parece así zanjar la cuestión: "Haz eso y tendrás la vida". Por un lado, el Maestro de Nazaret vincula estrechamente el amor y la vida; por otro, no habla ya de "vida eterna" como si fuera un "premio" a conseguir, sino de experimentar la vida. Eso es lo que ocurre precisamente cuando nos abrimos al amor, en un proceso creciente de desegocentración. Pareciera como si Jesús hubiera encontrado una puerta para ayudar a aquel hombre a salir del círculo de un yo que buscaba su "premio eterno".

Pero el letrado no da el diálogo por terminado. Más que "aparecer como justo", necesita "justificarse", es decir, intentar demostrar que su pregunta no había sido tan tonta. Pero, a pesar de haber caído en otro mecanismo propio del yo –la justificación-, su nueva intervención va a dar la ocasión para que contemos con esta admirable parábola, que resume el corazón mismo de todo el evangelio.

Se trata de un relato exclusivo de Lucas, aunque se remonta a una tradición anterior. Y refleja una cuestión viva en el judaísmo del siglo I, así como en las primeras comunidades cristianas: ¿a quiénes debemos considerar como prójimos? No pocos excluían de esa categoría a los extranjeros y a los samaritanos.

La parábola tiene bien elegidos los personajes: dos profesionales del templo –el sacerdote y el levita- y un hereje, a quien cualquier judío piadoso debía evitar.

De un modo provocativo, Jesús hace de este último –excluido de los círculos "honorables"-, el protagonista bueno, frente a los dos hombres religiosos, en un contraste que habría de resultar a su auditorio tan hiriente como polémico.

De esa manera, introduce un principio radicalmente revolucionario en el mundo de la religión: hay un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo. El sacerdote y el levita imaginaban hallar a Dios en el templo; sin embargo, según Jesús, quien realmente se encuentra con Dios es el que atiende al hombre necesitado. Se trata de un criterio luminosamente claro, pero tan subversivo que la misma religión tiende a olvidarlo.

Dicho en otras palabras: lo que Dios nos pide –según Jesús- no es que seamos "religiosos", sino que seamos "humanos", viviendo la compasión hacia los otros.

Eso es precisamente lo que caracteriza al samaritano: su corazón compasivo. Compasión es la capacidad de "meterse" en la piel del otro, para ver las cosas como él las ve, y sentirlas como él las siente.

Pertenece a la misma familia semántica –aunque sea en griego- que la "simpatía" y la "empatía". Por eso, la compasión no es en absoluto un sentimiento superficial o efímero, como sería una lástima pasajera, sino tan profundo que conmueve a la persona y la lleva a una acción eficaz –sin esa acción no hay compasión, sino apenas "lástima" superficial y pasajera-, haciendo todo lo que está a su alcance para aliviar él la necesidad del otro que sufre.

Con la parábola –que critica a un sistema religioso de corazón endurecido-, Jesús hace ver que la pregunta del letrado era engañosa.

No se trata de preguntarse "¿cuál es mi prójimo?", sino "¿de quién estoy dispuesto a hacerme prójimo?".

Y concluye dando respuesta a la cuestión primera: "¿qué tengo que hacer?". Jesús contesta: "Haz tú lo mismo". No debió resultar agradable para un letrado que le pusieran como modelo de comportamiento al detestado samaritano. Pero, más allá de la anécdota y de la ironía que el relato destila, el criterio sigue en pie. Lo que "hay que hacer" es vivir la bondad compasiva con quien se halla en necesidad. No hay criterio religioso por encima de éste.

Por eso producen tristeza no pocas reacciones de las autoridades eclesiásticas que parecen actuar más de acuerdo al propio establishment religioso que al mensaje de Jesús. La postura de L'Osservatore Romano, a raíz de la muerte del escritor y premio Nobel José Saramago, es un ejemplo de lo que, en nombre de Jesús, no deberíamos hacer jamás.

Reproduzco a continuación un breve artículo del periodista Manuel Alcántara, comentando el texto aludido del diario vaticano.

"El diario oficial de la Santa Sede ha aprovechado la muerte de Saramago para reprocharle su conducta, que aparte de haber sido ejemplar desde un punto de vista personal, estuvo siempre a favor de los más desamparados.

Con una escandalosa falta de piedad, que hace sospechar que quienes redactan las páginas del frecuentemente hirsuto diario no tienen a los Evangelios entre sus lecturas predilectas, acusan al gran escritor de profesar «una ideología antirreligiosa» y le piden cuentas póstumas por ser marxista. Una madre no debe despedirse así de uno de sus pobres hijos. Ni siquiera la Santa Madre Iglesia.

Saramago, que no es uno de mis escritores favoritos, ni siquiera entre los que más me han ayudado a vivir entre los que nacieron en su tierra, era un ser humano importante, o sea, alguien a quien le importaban los otros seres humanos. Estuvo siempre comprometido con la vida, a pesar de que nunca esperó nada de ella, y nunca disfrazó sus ideas.

Era muy callado, muy reservado, muy cortés. ¿Por qué aprovecharse para zaherirle su comportamiento a que la muerte le obligue a mantener una reserva aún mayor? Los muertos, sean quienes sean, quiero decir quienes hayan sido, merecen indulgencia. Ya lo saben todo, o siguen ignorándolo todo. Un respeto para ellos.

La falta de piedad mostrada por las páginas del diario vaticanista no sólo es sobrecogedora, sino que desmiente la teoría del perdón, que es lo único que nos permite rectificar el pasado. Repito que esa actitud es impropia de la madre misericordia, pero además aquella dignísima persona tenía derecho a sospechar la verisimilitud de algunos mitos que le fueron transmitidos.

Hay que ser o creyente o pensante, dijo Schopenhauer, pero eso ha sido desmentido en ocasiones. ¿Qué culpa pueden tener algunos de no creerse las promesas post mortem? La fe es un don, según dicen sus usuarios. No hay que reñirle a los muertos. Está muy mal que lo haga una madre. Todos somos hijos de Dios".

Finalmente, bajo la perspectiva de la parábola que venimos comentando, tiene razón el obispo Jacques Gaillot cuando afirma que "una Iglesia que no sirve, no sirve para nada" –es el titulo de un libro que publicó en 1995, en la editorial Sal Terrae-. Y es que la Iglesia que se remite a Jesús únicamente puede ser fiel al Maestro si es, en la práctica, "una Iglesia samaritana".

Pero, a su vez, sólo podrá ser esa Iglesia, cuando quienes la integramos vayamos creciendo en capacidad de amar, porque hayamos empezado a descubrir que el Amor es el núcleo de nuestra misma identidad.

Fuente:

https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/1866-una-iglesia-samaritana.html

Ilustración:  Rembrandt. 

Brevísima nota LB: Nos equivocamos y, en lugar de san Lucas, colocamos a san Mateo. 

Padre S. Martín: Sinodalidad, clero agobiado: https://www.youtube.com/watch?v=gwR9CM0rxCw

Padre Peraza: https://www.facebook.com/arperaza/videos/1181385063757267

León XIV: https://www.youtube.com/watch?v=66gKiWNYfnA


Cardenal Porras: https://www.youtube.com/watch?v=1rmE1h8BO2E&list=RD1rmE1h8BO2E&start_radio=1


Monseñor Biord:https://www.youtube.com/watch?v=e-Q7JSGRRBc&list=RDe-Q7JSGRRBc&start_radio=1



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