DE LA URBE DESAMURALLADA
Luis Barragán
Luego de los
duros acontecimientos conocidos como El Caracazo, la ciudad venezolana
incrementó progresiva y quizá rápidamente la instalación de puertas de acero
para los locales comerciales y la construcción de altos muros para las casas y
edificios residenciales, extendidos en el presente siglo hasta el más modesto
kiosco y referente de oficinas. Las
rejas se apoderaron de las terrazas, ventanales y portales, como nunca antes, aunque
habría que indagar cuán lejos llegó la adquisición de alarmas y otros
instrumentos electrónicos afines, como la multiplicación de los servicios privados
de vigilancia.
La nada
inocente violencia política se tradujo en cotas extraordinarias de los hechos
delictivos comunes, y, valga el dramático contraste con el presente, fue
posible conocer las estadísticas oficiales y suscitar el más amplio debate
público en la materia. Posiblemente,
fuimos una sociedad más ingenua en los tiempos de la inacabables bonanza
petroleras que, por una suerte de alquimia política, a la postre diseñó un
paisaje urbano de guerra extremado en los días que cursan.
El
amurallamiento de los sectores residenciales de un mayor poder adquisitivo,
permitió hablar de un radical y novedoso apartheid social, pero – relativamente
cierto – la izquierda marxista de la época jamás dio respuesta a una medida que
le dio alcance a todos los sectores populares, caracterizando la mirada
citadina. A tal extremo llega la
inseguridad personal que es una experiencia común el cierre de avenidas,
calles, veredas y callejuelas, aunque no siempre haya la alcabala de acceso con
el personal requerido por razones económicas.
A tal nivel ha
llegado el fenómeno que obras tan importantes e imponentes del brutalismo
arquitectónico, como la sede del Tribunal Supremo de Justicia y el Teatro
Teresa Carreño, traicionan el diseño original, amurallándose. E, incluso, por mucho que cuenten con la
vigilancia de la Guardia Nacional, no hay despacho oficial que no esté
blindado.
En días
recientes, irreconocible, encontramos una vieja gráfica del liceo Fermín Toro,
ubicado en el centro histórico de Caracas. La pieza, tomada de la revista
Momento (Caracas, nr. 902 del 28/10/73), al ejemplificar una enorme cola de
votantes para los exitosos comicios presidenciales de entonces, nos entrega la
versión de una institución educativa abierta, accesible y objeto de admiración
por los transeúntes, ahora, escondida en una infame camisa de fuerza que
entristece y angustia.
Quisiéramos
ver y disfrutar también de la ciudad arquitectónicamente liberada, limpia y
confiable en la que no se reconocen ya las nuevas generaciones, habituadas
también las más antiguas al deterioro y la obscenidad. Por supuesto, esto pasa
por una necesarísima transición democrática que reivindique a la ciudadanía, la
haga personalmente segura, pacificadas las relaciones urbanas.
Nada
extemporánea es la demanda de un hábitat realmente humano, digno y confiable
que, en última instancia, remite a la importancia de derrotar a Nicolás Maduro
para auspiciar una diferente etapa histórica para Venezuela. Y, esto, nos remite a los problemas
fundamentales del país que sufren el trauma de los socialistas de la hora que
los banalizan.
06/11/2023:
https://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/40267-de-la-urbe-desamurallada
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