DE LA APROPIACIÓN INDEBIDA DE LOS ESPACIOS PÚBLICOS
Luis Barragán
Digamos que es
necesaria la existencia de sendos espacios públicos para que las personas
circulen y se congreguen, requeridos de una mínima disciplina que permita
preservarlos. Ésta, tan obvia premisa, sustenta el derecho fundamental al libre
tránsito ya francamente desconocido en nuestro país.
Por una parte,
es lógico que la regla tenga sus
excepciones. Por motivos de orden público, alguna emergencia, como la búsqueda
de un peligroso delincuente, entre otras situaciones sobrevenidas, hace
necesaria las restricciones momentáneas o temporales.
Demasiado
frecuente, por una parte, son las autoridades las que abusan de tales
restricciones, arbitrariamente adoptadas, colocando alcabalas que juran impedir
la fuga del delincuente, ahorrándoles las pesquisas y haciendo sospechoso a
todo el mundo de la huida de quien finalmente no anda por las arterias
principales. Nadie está a salvo de la matraca, porque se trata del Estado
depredador.
Por otra, el
desconocimiento del derecho al libre tránsito igualmente depende de los
particulares que, muy obvios, cuentan con la protección de los personeros del
Estado, pues, no hay otra explicación para la multiplicación de los tarantines,
carros hamburgueseros, colocadoes de papel ahumado, la repentina aparición de un quiosco hecho de
láminas de acero, por doquier. El
desarrollo de la ciudad como un enjambre de las calles llamadas de hambre,
concibe a las calles y avenidas como sendas pasarelas para el consumo de la
comida-chatarra; precisamente, quienes antes vociferaban contra las exitosas
franquicias por el escaso valor nutritivo de sus productos, ahora se hacen de
la vista gorda frente a “emprendimientos” que no resisten el más elemental
examen sanitario, por citar un caso.
Cierto, muy
antes hubo restaurantes que se apoderaban de las adyacencias para estacionar el
automóvil de su recurrente clientela, pero de la excepción hemos pasado a la
regla y el oficio de parquero en espacios que son absolutamente comunes,
frecuentemente es asumido por el más aventajado malandro del sector que se
impone, cobra en dólares, y sólo sirve para medio espantar a los amigos de lo
ajeno, no ofreciendo garantía alguna respecto al vehículo. Vínculo laboral alguno tiene con el
restaurant, aunque éste también puede asumir y ha asumido la actividad para
mejorar las apariencias con un personal adecuadamente vestido y amable.
Pasa
inadvertido que hay arterias en las que antes no se estacionaba el carro en
forma diagonal, reduciendo los canales, o que la oferta del local hoy se
materializa en un aviso atravesado impidiendo el paso fluido de los peatones.
Se ha consagrado el derecho adquirido de colocar unilateralmente sendos conos
anaranjados, gaveras vacías, u otros peroles para reservar el espacio para la
exclusiva descarga de mercancías.
Completamente
predecible el auge de talleres mecánicos y caucheras, lleva al empleo de las
aceras no sólo para estacionar carros y motocicletas, sino para literalmente
arreglarlos ahí mismo, forzadas las
personas a desviarse. La lista de casos
es interminable y nada ocioso es que el amable lector haga la suya, porque
también la convivencia y el libre tránsito como derecho constituyen un problema
fundamental del país.
Fotografía: LB (CCS, 23/09/23).
02/10/23:

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