LA REBELIÓN DEL PALADAR
Luis Barragán
Frecuentemente
reducidas al modesto testimonio hogareño, culminan las festividades decembrinas
con las consabidas limitaciones que harán de los días de enero ocasión para los
más obvios y terribles presagios económicos. La inflación y el correlativo desahorro,
cual plaga de langostas, se ha enseñoreado en un país forzado al vil libreto de
los bienestares públicos llevando todos, la procesión por dentro.
Sobran los
comentarios en torno a la cruel imposibilidad de cubrir la canasta básica de
los alimentos (y medicamentos), al mismo tiempo que inadvertidamente sufrimos
la pérdida de viejos y gratos sabores.
Como niños resignados a la cucharada sopera del indisimulado aceite de
hígado de bacalao, por una lejana época tan común entre nosotros, tragamos
grueso importando más llenar el estómago
que calibrar la alcabala gustativa de la que no va quedando memoria alguna.
El paladar de
los venezolanos ha cambiado paulatina e imperceptiblemente en más de una
década, entre otros motivos, gracias a la muy dudosa calidad de los productos
de consumo masivo que hacen la ilusión de una sana alimentación. La amplia
comercialización de numerosos rubros lícita y, sobre todo, ilícitamente
importados, reporta el desconocimiento de sus valores nutricionales, controles de calidad, composición y peso real.
De macerado
gesto anti-imperialista, quienes se quejaban de la comida-chatarra de
franquicias de conocido origen y abundante publicidad, aceptan y celebran la literal chatarrización
de ahora, masiva y obscena, anegando las calles de colesterol, bacterias y parásitos. La
oferta de los emblemáticos carros hamburgueseros y de perro-calientes, con sus
mesas invasoras de los espacios
públicos, entre el polvo y los gases de la urbe, tiende a habituarnos a la
inexistencia de sabores con una copiosa y variada textura que repleta la boca:
además de acostumbrarnos a comer en la calle, prefiriendo a hacerlo vez de un
adecuado lugar cerrado con agua y servicio sanitario, confrontamos un problema
gastroenterológico que es algo un poco más que gastronómico.
De lo poco que
hay o queda, cobra un inmenso valor los aliños en el esfuerzo inaudito de darle
una mínima dignidad al plato. Las especias increíblemente encarecidas y los más
variados modos de preparación, adquieren una extraordinaria importancia
cotizándose las recetas ya clásicas que aguzan el ingenio de no pocos cocineros
que hacen resistencia a la coyuntura demasiado prolongada.
Todavía
recordamos la magnífica degustación de inicios del mes pasado, añadido el grato
contexto artístico, en apoyo económico a las empobrecidas escuelas de
matemáticas y de comunicación social de la UCV. Nos impuso de una rebelión
necesaria frente al socialismo de los desmanes: la del paladar, por pésimas que
sean las circunstancias actuales,
recuperando la intimidad de sanos sabores que, en verdad, lo sean.
Composiciones fotográficas: LB.
02/01/2024:
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