España fue el
país que estuvo atrás y, a veces, muy atrás en relación a buena parte del resto
de Hispanoamérica, en términos políticos, económicos y sociales.Y tanto que la emigración fue una constante
de numerosas décadas y, sobre todo, después de la consabida guerra civil de
consecuencias tales que todavía se hacen sentir hasta innecesariamente.
Muerto Franco,
lució también importante el respaldo decidido de la democracia venezolana para
la compleja y difícil transición ibérica, en tiempos que nuestros indicadores
macroeconómicos fueron envidiables y, en contraste con otras épocas, hubo una
mayor calidad de vida y una sustancial mejoría en relación a la equidad
social.Huelga comentarlo, en el
presente siglo, el asunto se ha revertido dramática y radicalmente, despuntando
la península, aunque – motivo de una profunda preocupación – todos sus avances
y progresos amenazan con irse por el desagüe por las consabidas dislocaciones
institucionales, la hondura cada vez más temeraria de la ideología de género y
la posibilidad misma de una injusta y pronta desintegración del país.
Recientemente,
sabemos de una gigantesca e increíble inundación de la Valencia de Iberia que
ha suscitado la atención más allá de las fronteras y generado un vasto
movimiento de espontánea solidaridad con la suerte de los miles de afectados,
incluyendo la pérdida de vidas humanas y de los bienes indispensables que
costará y, demasiado,reponer. La
población local ha protestado, insultado y rechazado a las autoridades del
poder central que se apersonaron, incluyendo al rey que no sólo soportó los
dicterios, sino que se plantó tolerantemente en el lugar para dar un vivo
testimonio de su solidaridad.
Quizá haya la
tentación de comparar la actual tragedia valenciana con la que padecimos acá,
en el estado Vargas, bajo un completo deslave, y que no pudo votar el referéndum
constitucional que continuó andando la Venezuela apenas asomada al novísimo
siglo. Empero, lo cierto fue que produjo un vasto movimiento de identificación y
solidaridad nacional e internacional con los habitantes del litoral central que
frenó el poder central, siendo necesario destacar la presencia in situ del por entonces príncipe de
Asturias.
Ciertamente,
el escenario valenciano se ha convertido en motivo de una reyerta política
indeseable, aunque tiene razones e intereses de fondo, y, aunque no sentimos
una particular atracción por la fórmula monárquica, nos parece importante señalar
al hoy Felipe VI, quien metió los pies
en el barro, conversado con las víctimas que le fueron posibles, en plena
intemperie, y que no se distingue mucho del aquél joven que envió su padre a un
viaje largo para caminar la devastación varguense, portador de la ayuda de su
país.
Todo apunta al
tardío auxilio madrileño, aumentando la severidad del cuestionamiento. Bastará
con los titulares de la prensa, como el de Chapu Apaolaza para un reportaje de
ABC, referido a los voluntarios (“El Estado eran ellos”); para el mismo diario,
el columnista Ignacio Camacho cuestiona al liderazgo con una pregunta lapidaria
(“¿Hay alguien al mando”, mientras que Joaquín Manso es directo para El Mundo (“El
Estado ausente”), o la nota editorial de El País acusa a la jefatura de los
populares, sin más (“El uso político del horror”).
A los más
sonantes debates de la actualidad, se suma otro que está fondeando tan severo
cuestionamiento del Estado para legos y especialistas. El marxismo indicó su
desaparición, pero sospechamos que nunca del modo que la opinión pública
organizada ya plantea.
Escribo estas líneas mientras la dramática cifra de personas fallecidas por la DANA en Valencia sigue creciendo y supera ya los doscientos. Desgraciadamente, todos los indicios apuntan a que la cifra de víctimas mortales no va a dejar de crecer y de forma acelerada según se vaya avanzando en las tareas de búsqueda. Hemos visto localidades destruidas como en la guerra, pero solo las fotos desde el cielo de la NASA nos permiten comprender la enorme extensión de territorio afectado.
La lluvia de un año concentrada en unas pocas horas. Son muchos los factores que aumentaron ya en tierra la peligrosidad de unas descargas de agua que al final incluso triplicaron hasta las previsiones de la Aemet. La mañana del miércoles, del día después, ya se avisaba desde Valencia que el infierno que habían provocado las riadas de agua era mucho peor de lo que hasta ese momento se conocía. Daban igual las noticias. Para el gobierno y sus socios era más importante aprobar urgentemente el asalto a RTVE que el respeto a los muertos. Una infamia que estoy seguro de que muchos valencianos y castellanos manchegos no olvidarán en muchos años.
Pero lo peor no lo habíamos visto llegar. Lo peor ha sido ver a los dirigentes de un estado moderno y democrático, de la decimocuarta economía del mundo, fracasando en algo tan sencillo como prestar inmediata ayuda a sus ciudadanos. Esta vez no era un desastre natural en el otro extremo del mundo. No. Es en Valencia. Hemos sido incapaces de prestar ayuda a miles de personas afectadas a menos de cien kilómetros de la capital valenciana. Incapaces de llevarlos en estos primeros días ni agua, ni alimentos, ni de garantizar su seguridad. No voy a entrar en si las alertas de la Comunidad Valenciana llegaron tarde. La justicia tendrá que determinar si se hizo en tiempo o no. Y lo mismo para un gobierno que además de «sopesar», tuvo la ocasión de haber declarado el estado de emergencia ante una durísima emergencia nacional y no lo hizo.
Una vez conocida la realidad del infierno desencadenado es todavía difícil de entender que el gobierno nacional no decidiera ofrecer y usar todos sus recursos, medios y personal para hacer frente inmediatamente a las necesidades de los miles de ciudadanos abandonados a su suerte. Es también difícil de entender que el presidente valenciano tardara tanto tiempo en pedir una mayor presencia del Ejército, más allá de la petición inicial de la UME, que sí fue solicitada el mismo día. Dicen desde el gobierno que, por protocolo, hasta que no lo pidiera el gobierno autónomo ellos no lo podían enviar. Lo increíble es que el mismo protocolo, exactamente el mismo, es el que tiene la UE y lo mismo está haciendo ahora el propio Sánchez con las ayudas ofrecidas por Bruselas. No quiere pedirlas. Tampoco ha aceptado las ayudas internacionales. Ni los 200 bomberos especializados en rastreos que Francia ofrece ni las ayudas ofrecidas por Alemania, Portugal o Marruecos entre otros países. Una actitud no explicable y que llega al punto de que el Gobierno español ni siquiera ha puesto en marcha todavía los mecanismos de ayuda existentes y ofrecidos por la Unión Europea. La duda es si es se hace por soberbia, por ineficacia, por estulticia o por las tres razones a la vez.
Volviendo a España, pareciera que la polarización y enfrentamiento políticos de dos administraciones de distinto signo les hubiera hecho jugar a un ajedrez de la muerte. En pocas horas, y pese a las fotos de Mazón y Sánchez, se cruzaban ya acusaciones. Mientras tanto, todavía ahora, cuando lee usted estas líneas, hay personas que llevan cuatro días conviviendo en su casa con el cadáver de algún familiar. Todavía hay decenas y decenas de garajes, de sótanos, de pisos bajos, de coches volcados y cruzados en los que nadie ha mirado, pero en los que tememos que haya muchos más fallecidos.
Casi tres días ha tardado el presidente valenciano en pedir la presencia del Ejército y más de tres días ha tardado la responsable de defensa en enviar solo a 500 militares. La incomprensión de la racanería ha hecho que en apenas unas horas se haya aumentado la cifra con otros 500 militares más. Es inexplicable todo. Dice que por cuestiones de logística. Puede ser, y serían muy lentos, por el traslado de maquinaria pesada, pero no es justificable en el caso de la distribución de agua y alimentos. Cualquier país hubiera enviado desde la primera hora de conocer el alcance, a miles de soldados para tareas de desescombro, de suministro de agua, comida, energía y comunicaciones a unos ciudadanos que han perdido todo en horas. Ahora se acelera el envío de legionarios, de paracaidistas, de marines. Ellos no van a fallar pero también ellos saben que llegan tarde.
Se dice ahora, a los dos lados del espectro ideológico, que el estado ha fallado. Se cuestiona el estado de las autonomías. El estado no ha fallado. Los hombres que trabajan para el Estado no han fallado. Los militares de la UME no han fallado. Los agentes de la Guardia Civil no han fallado. Tampoco los de la Policía Nacional. Ni los esforzados miembros de las distintas policías locales. Los bomberos no han fallado. El personal de Protección Civil no ha fallado. No han fallado los servicios médicos. Ni los judiciales. Ellos han vuelto a dar a todos una lección de sacrificio y heroísmo en su objetivo de ayudar a salvar vidas y ayudas a los ciudadanos.
Han fallado los políticos. Han fallado los responsables de las distintas administraciones. Han fallado en usar bien los mecanismos de coordinación. Se ha hecho otras veces. Ahora no. Habrá tiempo para ver la graduación de las responsabilidades de cada uno. Tengo claro que por encima de todo está la obligación de un gobierno nacional de decretar el estado de emergencia cuando estamos ante la mayor tragedia que ha vivido España en décadas. Escudarse ahora en supuestos respetos al poder autonómico es bastante miserable y cobarde. Y el haber tardado tanto por parte de los responsables autonómicos en pedir la ayuda al gobierno central ha sido bastante ingenuo y también peligroso.
Los hombres y mujeres que trabajan en servicios públicos del Estado están dando lo máximo. Como siempre. Me consta el malestar en cuarteles y en comisarías porque no se les haya permitido acudir antes a la zona cero a ayudar. Esas órdenes políticas tendrán que ser explicadas. Es muy probable que en las zonas afectadas se hubiera necesitado desde el primer momento la presencia de militares y de una ley marcial que hubiera impedido el miedo e indefensión que han vivido muchos valencianos en algunas localidades durante dos noches en las que se han producido saqueos de negocios e incluso robos en viviendas.
No falla el estado, no fallan los eficientes hombres y mujeres que trabajan para todos los ciudadanos. Y por supuesto, una vez más, no fallan los españoles. Las riadas de valencianos que han andado decenas de kilómetros con sus picos y palas, con mochilas llenas de alimentos, con bicicletas con bidones de agua, con fregonas o simplemente con su espíritu de ayuda es un peregrinaje de solidaridad que conmueve, emociona y nos da esperanzas de que no todo está perdido. No solo en Valencia. Toda España se moviliza en la ayuda con donativos, comida y todo tipo de material.
No. Ni el Estado, ni los españoles han fallado. Han sido ellos. Otra vez.
"Para llegar hasta la isla había que recogerse las faldas y caminar por el Índico. No había puente ni barca. Las olas te mojaban el trasero, pese a que la distancia que había que recorrer se podía andar en minuto y medio. Resultaba de lo más desagradable pasarse el día entero con el trasero húmedo, pero era la única manera. La belleza del entorno compensaba por todas las incomodidades, que eran muchas. En la isla no había agua y los sirvientes tenían que llevarlo todo sobre la cabeza. Debido a ello era prácticamente imposible bañarse salvo en el mar"
Peggy Guggenheim
("Confesiones de una adicta al arte", Lemen, Barcelona, 2024: 149)
-Miguel Aguilera. “La tentativa de asesinato contra El Libertador en el Perú”. Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Caracas, N° 47 del 24/07/1955.
-José Antonio Calcaño. “¿Quién compuso el ´Bravo pueblo´”. El Farol, Caracas, N° CLXIX de marzo-abril de 1957.
-Oscar Lovera. “Esbozo histórico: Los muelles de La Guaira de 1589 a 1945”. El Nacional, Caracas, 26/02/46.
-“Obras públicas en Anzoátegui”. La Esfera, Caracas, 09/01/28.
-Gabriel Espinosa. “Contrastes de ahora: La incineración de los billetes de banco”. El Heraldo, Caracas, 11/09/33.
Reproducción: Ana Luisa Llovera. Momento, N° 601 del 21/01/1968.
A partir de 1958,
en medio de las más tercas conspiraciones y sublevaciones desde todo el
espectro político e ideológico del país, hubo que llevar a pulso, día por día,
el mínimo consenso necesario en todas las direcciones colegiadas dentro y fuera
del Estado, a objeto de estabilizar su conducción.Numerosas las entidades políticas con
representación en el parlamento nacional y en los regionales, en el organismo nacional electoral y en las municipalidades, al igual que ocurría en las organizaciones
de la sociedad civil, hacía cada vez más difícil llegar a acuerdos, e, incluso,
como ocurrió con la retardada instalación del Congreso, el conflicto llegó a la
Corte Suprema de Justicia que hizo innecesario decidirla tratándose de un año
de elecciones generales (1968)..
El llamado
pacto institucional, permitió poner un poco más de orden en el parlamento, pero
fue en 1973 que surgió el bipartidismo como una respuesta natural a la cierta
ingobernabilidad del multipartidismo.E,
igualmente, fue natural que el resto de los excluidos electoralmente
combatieran a las dos entidades favorecidas, aspirando estratégicamente el MAS
a un trípode, pero la satanización fue tan extraordinariamente prolongada y
profunda que el cuestionamiento no era de AD y COPEI que acentuaron lógicamente
sus tendencias internas como parte de la recomposición bipartidista, sino de la
propia institución e institucionalidad partidista.
Lo curioso es
que, derrotado ese bipartidismo en 1993, la dinámica condujo a la reaparición
del multipartidismo y a la consolidación de la descentralización a finales del
siglo XX. La pesada artillería de la antipolítica no sólo malinterpretó el
novedoso fenómeno, sino que fue absolutamente indiferente a su genuina expresión, como si otra cosa se
hubiese dado, pasando por debajo de la mesa para auspiciar el mesianismo
chavista.
Indudable,
deseando llevarse por el medio a los partidos establecidos de entonces, los
artilleros en cuestión devastaron sociológicamente al partido político, pero –
inevitable – entronizaron al partido único, confundido con el Estado mismo. Fue el resultado obvio de una larga campaña,
todavía sufrida, de carácter preterintencional de metaforizar una tipificación
propia del derecho penal.
Un cuarto de
siglo ha transcurrido y, con frecuencia,se oye y lee de los partidos opositores, nada casual, un cuestionamiento
semejante al del distante pasado, faltando poco, formulado por voces que suponemos ilustradas,
aún las más aventajadas por un exilio (in)voluntario. Agreguemos, sinceración de un
retroceso de la cultura política promedio.
El Evangelio de Marcos es un pasaje presente en los tres Sinópticos. (Mateo 22,34. Lucas 10,25). Marcos y Mateo sitúan la escena en Jerusalén, en la predicación del Templo, dentro de las polémica con los Fariseos (el tributo al César), con los Saduceos (la resurrección), y en tercer lugar, con los Legistas o Doctores, que es el tema de hoy.
Lucas lo desplaza de este contexto y lo sitúa al principio de la "subida a Jerusalén". Lucas acompaña esta enseñanza con la parábola del Buen Samaritano, que sólo se ha conservado en su evangelio. Esta versión del Lucas será el evangelio del domingo 15 del ciclo C.
Dado que en ese domingo tendremos ocasión de tratar esa aplicación concreta y genial de Jesús expresada en el parábola del Buen Samaritano, no trataremos hoy del tema bajo ese aspecto, sino solamente del "mandamiento del amor" en sí mismo.
Reflexión
Hemos visto que los dos "Mandamientos" están ya presentes en el AT, pero debemos señalar dos características significativas:
La plenitud en Jesús
El AT ha tenido que ir cambiando mucho para llegar a la formulación de "amarás al Señor tu Dios", partiendo del temor y sumisión al Poder del Amo, y partiendo del Dios tribal, de "nuestro Dios", que incluso "mandaba" exterminar a los enemigos, que tenía como nombre "Señor de los ejércitos" e incluso "El Terrible" (hasta doce veces en el AT, en diversos contextos)
Si hemos definido muchas veces el AT como una maravillosa "crónica del descubrimiento de Dios", éste es uno de los ejemplos más evidentes y merecedores de reflexión. Dios es el mismo, desde siempre, pero Israel tiene que ir conociéndolo, poco a poco.
El AT muestra todo el camino recorrido por la fe de Israel, con todos sus altibajos, sus aciertos y sus errores. Y es bueno que tengamos esto muy presente cuando (quizá demasiado a la ligera) proclamamos ante cualquier pasaje "¡palabra de Dios!". Y no porque no lo sea sino porque son "palabras" de Dios muy diferentes: tan pronto pueden ser una cumbre e la fe de Israel como un valle de sombras en que se nos muestra su superstición o su mala comprensión, en obras o en ideas.
En el AT también aparece Dios airado, Dios exterminador, Dios que manda matar, Dios que pasa factura del pecado en los hijos y los nietos del pecador... Es extraordinario el pasaje de Mateo 5, 38-48:
"Oísteis que se dijo a los antiguos 'ojo por ojo y diente por diente', pero Yo os digo.....Oísteis que se dijo a los antiguo 'amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo', pero Yo os digo...... Vosotros, pues seréis perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos". (Paralelo en Lucas 6:27-35)
Nos encontramos pues ante el término "PLENITUD", tan importante para nuestra lectura del AT. Lo leemos como "la prehistoria de Jesús". Lo que llega a plenitud en Jesús, nos vale. Lo que en Jesús desaparece o se niega, no nos vale. Y vemos cómo Israel ha ido tanteando en su historia, los caminos equivocados, los errores y los pecados que, a pesar de tantas dificultades, traiciones y malentendidos de la Palabra, se nos revela como un "Camino hacia Jesús" guiado por el Espíritu.
La unidad de los os mandamientos
Los dos mandamientos están en el AT, pero separados (Deuteronomio 6,4 – Levítico 19,18). Como mucho podríamos decir que "el segundo es consecuencia del primero". Hay que amar al prójimo porque Dios lo manda así. Jesús tiene la genialidad de mostrar que "el segundo es como el primero", y no sólo en importancia, sino en esencia, de tal manera que ninguno de los dos puede existir sin el otro.
Y podemos afirmar que es este planteamiento el más característico de Jesús y de la espiritualidad cristiana. El Antiguo Testamento difícilmente podría justificar por qué hay que amar a Dios. Al Amo, Creador, Juez... se le obedece, se le respeta, se le admira... se le teme. ¿Amar?. Jesús ha dado la razón profunda de por qué hay que amar a Dios. "Amarás a Dios, porque es tu madre, porque él te quiere".
De aquí nace todo lo demás: si hijos, hermanos: el descubrimiento de Dios/Abbá descubre también quiénes son los demás. Por eso los dos mandamientos son "semejantes"; en el fondo, son el mismo. Éste es el genio de Jesús, que al revelar a Dios revela al ser humano. La Ley no es el poder ni la sumisión, sino el amor. El mundo no se mueve por la sola Omnipotencia, sino por el Amor creador.
La humanidad no se mueve por la venganza, ni aun por la mera justicia, sino por la fraternidad. Porque somos Hijos estamos en las cosas del Padre, porque nos parecemos a Él. Todos, todos los hijos. Si Hijos, hermanos.
Estos textos nos llevan por tanto a la esencia del ser cristiano que empieza siempre por cambiarse al Dios de Jesús y lleva como consecuencia otro modo de estar en el mundo.
La primera conversión del cristiano es creer "Dios me quiere", a mí, personalmente, como las madres quieren a sus hijos. Este "convencimiento íntimo" es el centro de la fe. El amor a Dios no es ni puede ser mandamiento: es respuesta: me siento querido y quiero. Los que creen esto son la Iglesia.
Esta Madre Universal nos convierte en familia. En nuestras relaciones podrá haber competencia, justicia, corrección, advertencia de errores y maldades... el amor no nos hace ciegos ni tontos y el mal está en el ser humano, en los demás y en mí. Podrá haber todo eso, necesariamente lo habrá, pero como puede y debe haberlo entre hermanos que se quieren.
Esa "consanguinidad afectiva" que lleva consigo la fraternidad, eso que hace que el otro, por muy mal que se haya portado sigue siendo mi hermano... esa posición básica que significa que no le quiero por sus cualidades sino por algo anterior, que es mi hermano... Eso es lo que Jesús traslada a nuestras relaciones. Los que se sienten así en relación a los demás son la Iglesia.
Y todo esto, por construir. No somos así. Los humanos no han sentido que Dios les quiere, ni muchos de ellos tienen motivos para creerlo, encerrados en tanto mal. Los humanos no han sentido a los demás como hermanos. Ni lo pueden sentir viéndose constantemente agredidos explotados y crucificados por los demás.
Construir ese mundo, hacer creíble que Dios nos quiere, querer para que el mundo crea. A eso llamamos "la Misión" porque es la obra de Dios, la plenitud de la Creación, el destino para el que Dios es Creador. Los que aceptan esa misión son la Iglesia.
Nosotros, la iglesia, los que hemos descubierto que Dios es Madre, los que nos sentimos hermanos, los que aceptamos la misión de que la humanidad lo descubra. Los que nos sentimos hijos y nos sentimos tan bien así que queremos que todo el mundo viva así. Por todo esto, el Evangelio no es Ley, es Buena Noticia, Noticia liberadora de temor, noticia que da sentido, noticia a la vez comprometedora y tranquilizadora, que exige siempre más. Porque el amor es muchísimo más exigente que la ley.
Para nuestra oración
El amor de Dios no es un conocimiento, una deducción ni una evidencia. Es fe, a la que llegamos por Jesús. Podemos contemplar a Jesús curando al leproso, defendiendo a la adúltera, a Jesús en la cruz... repitiendo "así ama Dios a los hombres... así me ama Dios". La fe en el amor de Dios pasa por la fe en Jesucristo.
Es el centro de la Revelación, la esencia del Cristianismo. La razón nos puede quizá llevar al reconocimiento de Dios-Señor, de Dios-Juez. Jesús revela el corazón de Dios, Dios Padre, Dios Salvador, Dios amor, Dios que da la vida por sus hijos. Este es el centro de nuestra fe. Hemos visto el amor de Dios en Jesús. "Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo".
En Jesús viéndole y entendiéndole, hemos comprendido a Dios y hemos comprendido lo que le importamos a Dios y nuestra propia importancia: somos los hijos. Y así nos encontramos con que Jesús nos instala en "la nueva Alianza", "el Reino", una nueva relación con Dios y con los hombres.
Jesús habla de "El Padre", se dirige a Dios llamándole "Abbá", nos encarga que lo hagamos así nosotros ... La mejor de la Buena Noticia es una información novedosa sobre Dios mismo. Para imaginar a los dioses, los humanos siempre hemos recurrido a imágenes de poder: el rey, el animal fuerte, la tempestad, el rayo (curioso parecido con los emblemas de nobleza que aparecen en los escudos de los poderosos).
Jesús cambia las imágenes: si queréis imaginar a Dios, pensad más bien en un campesino que siembra, en un médico que sana, en un pastor preocupado por su rebaño, en una mujer feliz de haber encontrado su moneda, en un padre que se vuelve loco de alegría al recuperar a su hijo ... o mejor todavía, pensad en vuestra madre. Es una estupenda noticia, se puede uno sentir en buenas manos, se puede sentir agradecimiento, se puede sentir amor.
Sentirse querido por Dios es la fuente del amor a Dios. Nuestro amor a Dios es respuesta al amor de Dios, a sentirse amado por Él. Pero esta consideración es aún incompleta, por demasiado individual y espiritualista. Se ama al que me cuida, a aquel a quien puedo recurrir en mis problemas y me ayuda cariñosamente. Al que está ausente, al que no me soluciona problemas, al que no parece enterarse de que sufro ... a ése no se le ama, más bien se le ignora. Más aún, si sabemos que está enterado de mis problemas, de que puede solucionarlos, y no lo hace, a ése más bien se le tiene aborrecimiento, se siente resentimiento respecto a él, porque parece que no le importo, es decir, que él no me quiere.
Jesús en la cruz, ¿se sintió querido o abandonado?. Nosotros en el mundo, ¿nos sentimos queridos o abandonados? La contemplación de la humanidad crucificada ¿es una evidencia del amor de Dios?
Creo que no hay una palabra razonable que rompa este terrible cerco de evidencias. Pero creo también que hay una persona, una acción, en un momento concreto y trágico, que nos permite intuir por dónde se sale de este laberinto. Jesús, en la cruz, reza el salmo 21 y repite ¿por qué me has abandonado?
Pero poco después, ante la inminencia de la muerte, grita "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Es un grito, una "desesperada confianza", una fe en su Padre contra toda evidencia. Es saltar al vacío con la fe indestructible de que hay unas manos que me recibirán. Es fe, no es evidencia. Una vez más, creer en Jesús es creerle, fiarse de él. También creerle acerca de Dios, también fiarse de que Dios, a pesar de todas las evidencias, me quiere más que mi madre.
¿Cómo sentir el amor de Dios? ¿Será una experiencia interior, una mística convicción, algo experimentado en lo más íntimo del espíritu, en la soledad de la contemplación, en el diálogo interior con ÉL? ¿Quiere esto decir que sentir el amor de Dios es propio de místicos contemplativos, evadidos de la áspera realidad de la vida cotidiana?
¿Quiere decir que para sentir el amor de Dios hay que cerrar los ojos a la aparente evidencia de que el mundo funciona cruelmente, a la total evidencia de una humanidad desgraciada, hambrienta, injusta, desamparada, a la tentación permanente de pensar que Dios está ausente, lejano, desinteresado de los problemas de sus hijos?
También aquí, estamos en proceso, en camino. Nuestra fidelidad a Jesús, nuestra confianza en su palabra, va, poco a poco, convirtiéndose en una íntima convicción, que rebasa lo intelectual para invadir la afectividad. Podemos llegar a sentirnos queridos por Dios, y esta íntima convicción, tan mental como afectiva, crece en nosotros. La fe crece, la fe en al amor de Dios crece, invade nuestro ser, la mente y el sentimiento.