DIÁSPORA, DEPORTACIONES Y AJENITUD
Luis Barragán
A Iruña Urruticoechea
Convengamos, el
de nuestra diáspora es un complejo hecho social mal o insuficientemente diagnosticado
y peor o deficientemente interpretado. Por consiguiente, ha impedido una definitiva
configuración como hecho político con las implicaciones y el liderazgo
correspondiente que, además, trascienda a las meras perturbaciones ocasionadas
en el medio diplomático.
La premisa puede
explicar la fallida propuesta sobre un gobierno de cohabitación para nuestro
país, formulada tan sorpresiva como contradictoriamente en 2022 por Luis Almagro,
por entonces, secretario general de la OEA; el fracaso del llamado Grupo de Trabajo para la Crisis de Migrantes y Refugiados Venezolanos
del organismo interamericano que, ahora, concluye con la asombrosa y consabida
deportación de los connacionales a Guantánamo y El Salvador; y, faltando poco, con
el silencio del sector dirigente de los no menos connacionales, que hace vida
en el norte y en el centro continentales. Principios como el derecho a la
defensa y el debido proceso, nos llevan a discrepar de la administración Trump
respecto a las medidas que facilitan los vuelos de repatriación y la bulliciosa
campaña del oficialismo, cual Sassá Mutema, el salvador de la vieja telenovela
brasileña que acá gozo de una altísima sintonía.
Angustia y mucho, porque hemos
convertido en hábito y tradición aquello de pasar la página con el ilusorio
propósito de resolver el problema, escondiendo debajo de la ya abultada alfombra
errores y negligencias harto repetidas: más allá o más acá del conflicto entre
los diferentes órganos del Poder Público que escenifica el Distrito de
Columbia, urge el más elemental seguimiento sobre las consecuencias de la
valiente decisión adoptada por el juez federal James E. Boasberg para la
orientación de nuestra paisanidad transterrada y sus familiares. Es necesario
atender un caso tan paradigmático de inevitables proyecciones a través de una
comisión política de la oposición que, por lo menos, condense la información
generada principalmente por los despachos ejecutivos de Washington y el de los
estados más importantes por el número de compatriotas que lo habiten; huelga
comentar, no se requiere de una carga burocrática, afamando a los pretendidos
asesores que terminan siendo aún más republicanos y demócratas venezolanos que
los propios republicanos y demócratas estadounidenses, comprometiendo la línea
concebida, consensuada y desarrollada por la dirección unitaria de Caracas.
Un mínimo ejercicio de sociología
política, aconseja que los comisionados sean – precisamente – políticos de
oficio y experiencia, capaces de realizar el trabajo por una profunda
convicción personal e ideológica, ya que nuestra copiosa emigración, por
variadas circunstancias, proporcionalmente no cuenta con el número necesario de
dirigentes, siendo subutlizados aquellos procedentes de los partidos
democráticos, añadidos los que están bajo anonimato después de salir del país.
Hay personas de buena fe que intentan hacer el trabajo, aunque carecen del
conocimiento y la destreza indispensables para un desempeño al que nunca se
atrevieron en el terruño, creyéndolo propio del relacionista público que no ha
encontrado qué hacer ante las deportaciones en cuestión.
Por estas latitudes, el continuismo agravará el problema de las
migraciones: externamente, en las dimensiones ya conocidas de imposibles
postergaciones luego de varios años; e, internamente, con los desplazamientos
en un territorio fundamentalmente inseguro. Y, al respecto, el asunto nos lleva
a constatar las observaciones que ha hecho Leonardo Padura en su más reciente
libro (“Ir a La Habana”, Tusquets, Barcelona, 2024), con una ciudad de
multiplicados carteles que anuncian la “venta” de la casa para cumplir con el
sueño de huir de la isla, extendido un sentimiento de ajenidad entre quienes
permanecen en la ciudad, más aún frustrados todos los proyectos: “Junto a esas ruinas, La Habana de hoy
exhibe otros rostros que acentúan esa sensación de extrañamiento o «ajenitud».
El florecimiento de pequeños negocios privados es una de esas señales: desde
cafeterías y establecimientos de cierto lujo hasta candongas callejeras
de resonancias tercermundistas. En las casas, mientras tanto, ahora pululan los
carteles ofreciendo la venta de inmuebles que nadie compra…” (231).
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