lunes, 31 de marzo de 2025

¿Ganamos tiempo obviando el drama de las deportaciones?

DIÁSPORA, DEPORTACIONES Y AJENITUD

Luis Barragán

A Iruña Urruticoechea

Convengamos, el de nuestra diáspora es un complejo hecho social mal o insuficientemente diagnosticado y peor o deficientemente interpretado. Por consiguiente, ha impedido una definitiva configuración como hecho político con las implicaciones y el liderazgo correspondiente que, además, trascienda a las meras perturbaciones ocasionadas en el medio diplomático.

La premisa puede explicar la fallida propuesta sobre un gobierno de cohabitación para nuestro país, formulada tan sorpresiva como contradictoriamente en 2022 por Luis Almagro, por entonces, secretario general de la OEA; el fracaso del llamado Grupo de Trabajo para la Crisis de Migrantes y Refugiados Venezolanos del organismo interamericano que, ahora, concluye con la asombrosa y consabida deportación de los connacionales a Guantánamo y El Salvador; y, faltando poco, con el silencio del sector dirigente de los no menos connacionales, que hace vida en el norte y en el centro continentales. Principios como el derecho a la defensa y el debido proceso, nos llevan a discrepar de la administración Trump respecto a las medidas que facilitan los vuelos de repatriación y la bulliciosa campaña del oficialismo, cual Sassá Mutema, el salvador de la vieja telenovela brasileña que acá gozo de una altísima sintonía.

Angustia y mucho, porque hemos convertido en hábito y tradición aquello de pasar la página con el ilusorio propósito de resolver el problema, escondiendo debajo de la ya abultada alfombra errores y negligencias harto repetidas: más allá o más acá del conflicto entre los diferentes órganos del Poder Público que escenifica el Distrito de Columbia, urge el más elemental seguimiento sobre las consecuencias de la valiente decisión adoptada por el juez federal James E. Boasberg para la orientación de nuestra paisanidad transterrada y sus familiares. Es necesario atender un caso tan paradigmático de inevitables proyecciones a través de una comisión política de la oposición que, por lo menos, condense la información generada principalmente por los despachos ejecutivos de Washington y el de los estados más importantes por el número de compatriotas que lo habiten; huelga comentar, no se requiere de una carga burocrática, afamando a los pretendidos asesores que terminan siendo aún más republicanos y demócratas venezolanos que los propios republicanos y demócratas estadounidenses, comprometiendo la línea concebida, consensuada y desarrollada por la dirección unitaria de Caracas.

Un mínimo ejercicio de sociología política, aconseja que los comisionados sean – precisamente – políticos de oficio y experiencia, capaces de realizar el trabajo por una profunda convicción personal e ideológica, ya que nuestra copiosa emigración, por variadas circunstancias, proporcionalmente no cuenta con el número necesario de dirigentes, siendo subutlizados aquellos procedentes de los partidos democráticos, añadidos los que están bajo anonimato después de salir del país. Hay personas de buena fe que intentan hacer el trabajo, aunque carecen del conocimiento y la destreza indispensables para un desempeño al que nunca se atrevieron en el terruño, creyéndolo propio del relacionista público que no ha encontrado qué hacer ante las deportaciones en cuestión.  

Por estas latitudes, el continuismo agravará el problema de las migraciones: externamente, en las dimensiones ya conocidas de imposibles postergaciones luego de varios años; e, internamente, con los desplazamientos en un territorio fundamentalmente inseguro. Y, al respecto, el asunto nos lleva a constatar las observaciones que ha hecho Leonardo Padura en su más reciente libro (“Ir a La Habana”, Tusquets, Barcelona, 2024), con una ciudad de multiplicados carteles que anuncian la “venta” de la casa para cumplir con el sueño de huir de la isla, extendido un sentimiento de ajenidad entre quienes permanecen en la ciudad, más aún frustrados todos los proyectos: “Junto a esas ruinas, La Habana de hoy exhibe otros rostros que acentúan esa sensación de extrañamiento o «ajenitud». El florecimiento de pequeños negocios privados es una de esas señales: desde cafeterías y establecimientos de cierto lujo hasta candongas callejeras de resonancias tercermundistas. En las casas, mientras tanto, ahora pululan los carteles ofreciendo la venta de inmuebles que nadie compra…” (231).

Collage: LB.
01/04/2025:

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