LA UNIVERSIDAD REPUBLICANA
Luis Barragán
En las
postrimerías del siglo pasado, el término desregulación gozó de un
extraordinario auge en el ámbito económico, proyectado – no mentado -
abusivamente en el político para buscar la mínima formalidad posible de sus
procederes y procedimientos; esto es, la promoción e imposición de aquellas
conductas derivadas de un liderazgo personal, afortunado y quizá
circunstancial, en detrimento de toda expresión institucional, estable y
perfectible. En un sentido, pareció fácil confundir el modelo de desarrollo
abierto y competitivo que pugnaba por consensuarse, con una total y absurda
ausencia del Estado, mientras que, en el otro, la antipolítica arremetió fundamentalmente
contra los partidos y cualesquiera otras instancias colegiadas de conducción
política y social en clara apuesta por el mesianismo de ocasión.
Jurando
combatirlo, la paradoja estuvo en la entronización de un populismo de izquierda,
como pudo serlo de derecha, según el canon, consagrando la anomia en la
presente centuria, pues, la desregulación se ha cumplido a plenitud por la
interesada abstracción y manipulación de las normativa vigente, la conveniente
y oportuna interpretación judicial, y, constituyendo una mayor ventaja, la
pérdida generalizada, creciente, distraída o inadvertida del sentido y del
sentimiento republicanos. Metidos en un gigantesco berenjenal que J. G. A. Pocock
denominó el “momento maquiavélico” de más de prolongado, todo apunta a la
reconstrucción de la sociedad civil desde abajo para reivindicar y darle
soporte a una distinta experiencia política, aunque parezca una osada utopía de acuerdo a
las circunstancias actuales: división y
equilibrio efectivo de los órganos del Poder Público, ejercicio real de las
virtudes cívicas a las que conducen los principios y valores constitucionales,
y una libre, limpia y transparente participación y competencia ciudadana.
En principio,
significa el reaprendizaje de la convivencia social, la autorregulación del genuino comportamiento ciudadano, el redescubrimiento de la política fuera de los
cauces de la fulanización extrema y
mesiánica, al encuentro de la sanción moral eficaz, como algún remoto día lo demostró la ejemplar disciplina de los
usuarios del metro de Caracas, igualmente atendidos por las fallas del servicio que pudieran sufrir.
Agreguemos el acatamiento voluntario de los peatones y automotores frente a las
señales del semáforo, el respeto al orden de una cola que se haga frente a toda
taquilla, la moderación del volumen de los equipos de sonido en vehículos e
inmuebles, como indicio de una cultura cívica alternativa en gestación, añadida
la realización de los comicios que las legítimas organizaciones de la sociedad
civil tienen pendientes para volver a la más amplia y promisoria acepción de la
política.
En poco
tiempo, la Universidad Simón Bolívar cumplirá cuatro años bajo la dirección de
las autoridades interventoras designadas por el Ejecutivo Nacional, las cuales –
en su momento – tuvieron un plazo de 180 días para convocar las elecciones
rectorales de conformidad con la normativa vigente. Siendo un caso particular de desregulación
política, importa reivindicar la vida
institucional de la casa de estudios como dato fundamental de su recuperación,
propulsando – como lo ha hecho decididamente el gremio profesoral – las elecciones
en mora y ventilando abiertamente los problemas; vale decir, reinscribiéndose
en una tradición republicana que les es tan indispensable para cumplir la misión
ética, académica y sociopolítica que la inspiró al fundarse.
Acotemos, las
sedes de Sartenejas y del Litoral Central exponen sendos problemas que son los
estructuralmente propios de la universidad venezolana, por lo que la deseada
excelencia y prestigio no dependen de una absurda ocultación, sino de la reemergencia
de una cultura cívica capaz de ventilarlos y de solventarlos por los medios
institucionales, por lo además, actualizadores. Incluso, aún las entidades de
una expresa vocación científica y tecnológica, son y deben ser compatibles, por
una parte, con los valores republicanos como la libertad, la igualdad, la
participación, el compromiso con el bien común; y, por otra, nociones tan
angulares como la autonomía universitaria y la libertad de cátedra,
constitucionalmente establecidas, nos orientan a la autorregulación, necesariamente
democrática, que ha de fundamentar la indispensable vida institucional, hoy,
urgidos frente al populismo obviamente mesiánico de cualquier signo.
Composición gráfica: Steph Goralnick.
Fotografía: LB, Universidad Simón Bolívar (Sartenejas, 08/05/2023).
29/07/2025:
https://www.elnacional.com/2025/07/la-universidad-republicana/
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