martes, 22 de julio de 2025

Autoritarismo sentimental

PENSAR Y DEJAR (DE) PENSAR ... POLÍTICAMENTE

Luis Barragán

Debemos admitirlo, ya no luce tan obvio que el pensamiento sea un elemento fundamental de la política, pues, ahora, ella jura hacerse únicamente de las emociones y, en buena medida, lo ha logrado por lo que respecta al presente siglo venezolano: principalmente en, desde y por el poder forzado de alguna u otra manera a zanjar sus contradicciones, diferencias y liderazgos, con mayor facilidad y holgado ventajismo frente a sus adversarios. Quizá contrariando a Manuel Arias Maldonado y uno de sus específicos libros sobre la democracia, asistimos al cabal desarrollo de un autoritarismo sentimental que obliga a caracterizarlo y a escrutarlo como toda una experiencia inédita de ese marxismo guevarista obcecado por el socialismo de la renta inalcanzable; por cierto, habrá que indagar en qué medida las actuales heredaron de las viejas generaciones la propensión a dramatizar la vida propia más que la ajena, en clave de radio/telenovela para facilitar la realización de un proyecto político devenido espectáculo.

Comprendemos y asumimos nuestras urgencias, pero – entre ellas – está la impostergable reflexión de profundidad sobre las alternativas pendientes y la conquista de un consenso indispensable que obligue a la reinvención del liberalismo, la socialdemocracia, el humanismo cristiano, el propio marxismo, o la actualización de aquellas novedades que reclaman un nombre definitivo, como aportantes. No pretendemos la ociosa academización de los partidos de naturaleza esperamos que consabida, pero sí de la politización del pensamiento requerido de liderazgos con una materia gris un poco más densa, acotemos, algo típico de aquellos propulsores de la transición democrática de la pasada centuria; vale decir, reivindicando la razón que es tan esencial hasta para idear, discutir, elaborar y realizar una estrategia de oposición que no ha de ganar su identidad confiándose a una simple apuesta por las circunstancias y a los juegos digitales que suscita.

Quien no quiera hacerlo tampoco debe impedir que otros lo hagan, pretendiendo encarnar toda la habilidad, destreza y pericia de sus aún más modestas actuaciones, fallando consecutivamente, y descalificando a quienes demandan una mínima racionalidad. Lo peor es dejar de pensar, induciendo a otros, renunciando a una básica colegiación de la conducción política y de la formulación estratégica, suponiendo que todo dependerá del más sórdido pragmatismo y de una viveza que la aseguran inherente a nuestro gentilicio.

Por definición, la democracia liberal es competitiva, o creciente y fuertemente competitiva, capaz de ofrecer resistencia, como ocurre, según la fortaleza de sus instituciones, frente a la manipulación de las emociones que ejercen o tienden a ejercer un sobrepeso considerable, y, por ello, es importante el seguimiento de todo lo acaecido y lo que acaezca en  la era Trump, algo más que una administración. Convengamos que el miedo y el resentimiento como artificios, por ejemplo, empleados sistemáticamente para fines arbitrarios, nunca expresarán una sentimentalidad genuinamente limpia y democrática, y esa “intimidad pública” de la que habla Lauren Berlant habrá de convertirse en una franca, cotidiana y descarada intimidación.

La política es vida ineludiblemente compartida, e, igualmente, oficio y trayectoria, por lo que, encaminados hacia una sociedad abierta y competitiva, centrada en la dignidad de la persona humana, ha de combatir los sesgos y prejuicios a través de una pedagogía de sus modos y formas que son tan importantes como el fondo y trasfondo. La legítima reprofesionalización de la política, apostolado y servicio que exige vocación y talento, no debe confundir jamás un comunicado de prensa orientador de la opinión pública, con un documento de trabajo, verbal o escrito, cuya densidad puede hablar de una especialidad, una determinada formación y experiencia acumulada, y un fuerte compromiso conciudadano; además, la política es también actuar y dejar (de) actuar con sus variadas (in)satisfacciones.

Probablemente, el curso ambiental que ha tomado el país hoy emotivamente condicionado, tenga por remoto origen la absurda renuencia de determinados sectores a aceptar la derrota guerrillera desde mediados de los años sesenta, convertida en cultura y aptitud, frente a aquellos compañeros de armas que acogieron luego la política de pacificación y protagonizaron un extraordinario debate que marcó época y, no por casualidad, produjo una copiosa y meritoria bibliografía. Todo lo ocurrido posteriormente, desembocó en una cancha electrificada de tensiones de variado voltaje, en rechazo de cualquier reflexión y polémica, afecto y sensatez, respeto y tolerancia, a favor del sectarismo, el fanatismo y la satanización de la contraparte.

Aceptemos que no siempre fue así, y viene a nuestra memoria un encuentro con Iván Loscher en la FIA de 2013: recordemos que fue un exitoso locutor y publicista radial, como un reconocido amante del rock, e, igualmente, inclinado a la izquierda, le interesó la filosofía política e hizo buenas entrevistas a dirigentes e intelectuales trastocando el micrófono en dos o tres libros relacionados. Y es que a la política le concernía el irrenunciable deber de pensarla, y, así no fuese la persona un profesional u oficiante de ella, ajena a la pugna interpartidista, la invocaba sin temor a la controversia en un clima de libertades públicas.  

Fotografía: LB, Iván Loscher en la Feria Iberoamericana de Arte (Caracas, 2013).

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