Inevitable, el estilo y la política desembocan en
una razón panfletaria, por siempre urgido el respaldo decisivo de las masas en medio del
desconcierto. No pudo ser otra la consecuencia de la interesada invocación que
no, planteamiento, socialista apenas despuntando el presente siglo: está asociado
a un crónico estado de zozobra aún en el curso de la mayor bonanza petrolera o
dineraria de toda nuestra existencia republicana.
Consustancial al sistema político que nos hemos dado, aceptado
o resistido, esa razón ejerce una poderosa y hasta involuntaria influencia en
los cuadros inequívocos de oposición que gustan de las más trilladas
consignas, gozan de una exagerada tonalidad emotiva, el pretendido análisis se
convierte en la enfermiza hazaña del maniqueísmo, desarrollando un gusto por el
amarillismo, el insulto, la destemplanza. La deliberada degradación del debate
público, no es ni será soporte alguno para la reconstrucción polivalente del
país y bien podemos constatar, sobre todo en el lenguaje escrito cotidiano,
portador de la opinión dizque de los sectores más críticos, la más burda y
reiterativa imitación de los estándares oficialistas; por cierto, sin
extendernos en relación a los diarios de debates municipales y parlamentarios de
esta centuria.
La actuación política remite a una dramatización
reiterada de nuestros problemas, añadidos los particularmente muy nuestros, en
la búsqueda afanosa de la unanimidad sentimental con fines exclusivamente
movilizadores, por lo que la persistente promesa de un desenlace preferiblemente heroico constituye una obsesión de la actuación política. Por supuesto, mayores
son los recursos simbólicos empleados por el Estado, directamente proporcional
a su debilidad institucional, tendiendo la oposición a imitarlo paradójicamente
fuera del poder.
Categoría de usos múltiples, la antipolítica se
sincera en el abierto antipartidismo que suele colarse en esa práctica
panfletaria con disfraz de diligente sociedad civil con algunas
individualidades y expresiones organizadas que juran sustituir a los partidos. Varias veces señalado, fuerzan en todo lo
posible un protagonismo que les ahorra los costos inherentes a la
institucionalidad partidísta, o refuerzan la tendencia a hacer de la política
toda una producción a lo Joaquín Riviera con una narrativa totalmente emocional
antes que analítica, una simbología épica o apocalíptica del hartazgo, y una
destreza meramente coreográfica.
Un modo de interpretar la realidad que no comprende,
sino ataca virulentamente, termina por tragarse al cínico, demagogo y
polarizador que entiende la política, lo político y los políticos como
manifestación del espectáculo en línea, sus gestos verbales y escritos neciamente reiterativos y quejumbrosos, encarnando una razón panfletaria, a
veces, doblada en una asombrosa cortesanía. ¿Para qué el diagnóstico, las
propuestas, o los escenarios probables?, ¿por qué de la tediosa tarea de concebir
una estrategia en el inmenso tablero que lo explican las tácticas y vicisitudes que se agotan
en sí mismas?, ¿cabe en la era tecnotrónica la política como una experiencia
profesional?
Hay tradición panfletaria en Venezuela, la orientada a
informar, motivar y amalgamar a las masas en momentos excepcionales, recortando
el ventajismo de los adversarios, pero – igualmente – una distancia entre las
octavillas que imprimió Francisco de Miranda en el “Leander”, distribuidas al
desembarcar en Coro por 1806, y los excesos de Antonio Leocadio Guzmán décadas
más tarde, convertidos en doctrina por Lenin en otro siglo y en otras latitudes. Más de las
veces, esperamos del dirigente político o de sus imitadores, una explicación de
lo que acaece, acaeció y debe acaecer, en lugar de la agitación y denigración
como estilo, (anti)política y modo de razonar.
Ineludible el enorme tablero, es, fue y será necesario estrategizarlo. Que sepamos, el ajedrez no requiere del lanzamiento de dados.
Ilustraciones: ¿MCE? y Houman Al Sayed.
25/11/2025:
https://www.elnacional.com/2025/11/brevisima-critica-de-la-razon-panfletaria/


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