Desde octubre
de 2022, preside el Consejo de Ministros de la República Italiana gracias al
respaldo de una alianza de centroderecha que incluye a organizaciones de origen
fascista, como su propio partido. Desde entonces, por sus radicales
planteamientos, autodefinida como cristiana y conservadora, creímos que su
gobierno caería prontamente, cosa que no ha ocurrido.
Giorgia Meloni
se ha mantenido, consolidando su liderazgo. A veces, excesiva en relación a la
inmigración ilegal con el desacato también de órdenes judiciales, por ejemplo,
se ha movido cómodamente en el centro político con un extraordinario sentido
del realismo. Sin embargo, sigue consecuente con sus ideas, esperando que las
circunstancias la favorezcan para materializarlas, y, si no fuere así, echaría
las bases para una futura realización, aunque en el camino – no lo descartemos – el ideario puede adquirir otro sentido, significado y alcance.
Indagando en la
prensa de opinión, entre otros, sopesamos tres aspectos que quizá constituyan la
clave de la inesperada permanencia en el poder. De un lado, bandera electoral
por excelencia, luce obvio el impacto que ha tenido su política migratoria de
contención, añadida la pugna con los órganos jurisdiccionales, al mismo que
tiempo que ha buscado soluciones diplomáticas, como los casus de Túnez y
Albania; del otro, todavía débil y confusa la oposición, ha demostrado una gran
habilidad para manejar la coalición gobernante atajando a tiempo
desaveniencias, diferencias y contradicciones que, por cierto, hicieron la
inestabilidad gubernamental de muchísimos años en la península; y, después, la ha
caracterizado una moderación en el ámbito internacional, ganando la confianza
de los aliados occidentales, dejando atrás la vieja retórica euroescéptica.
Imposible de
pasar por alto un aspecto decisivo: es una mujer de mucho temple que no
necesita del harto convencional feminismo, por lo demás, contraria al aborto. Y, dato
fundamental, es una comprobada líder política que llevó a Hermanos de Italia de
4 % en las elecciones de 2018 a 26 % en las de 2022.
Esperamos la
evolución de un curioso ensayo político respecto a la líder y su partido, en
los tiempos venideros. Mientras tanto, seguimos escépticos respecto a la Meloni.
Convengamos, el
de nuestra diáspora es un complejo hecho social mal o insuficientemente diagnosticado
y peor o deficientemente interpretado. Por consiguiente, ha impedido una definitiva
configuración como hecho político con las implicaciones y el liderazgo
correspondiente que, además, trascienda a las meras perturbaciones ocasionadas
en el medio diplomático.
La premisa puede
explicar la fallida propuesta sobre un gobierno de cohabitación para nuestro
país, formulada tan sorpresiva como contradictoriamente en 2022 por Luis Almagro,
por entonces, secretario general de la OEA; el fracaso del llamado Grupo de Trabajo para la Crisis de Migrantes y Refugiados Venezolanos
del organismo interamericano que, ahora, concluye con la asombrosa y consabida
deportación de los connacionales a Guantánamo y El Salvador; y, faltando poco, con
el silencio del sector dirigente de los no menos connacionales, que hace vida
en el norte y en el centro continentales. Principios como el derecho a la
defensa y el debido proceso, nos llevan a discrepar de la administración Trump
respecto a las medidas que facilitan los vuelos de repatriación y la bulliciosa
campaña del oficialismo, cual Sassá Mutema, el salvador de la vieja telenovela
brasileña que acá gozo de una altísima sintonía.
Angustia y mucho, porque hemos
convertido en hábito y tradición aquello de pasar la página con el ilusorio
propósito de resolver el problema, escondiendo debajo de la ya abultada alfombra
errores y negligencias harto repetidas: más allá o más acá del conflicto entre
los diferentes órganos del Poder Público que escenifica el Distrito de
Columbia, urge el más elemental seguimiento sobre las consecuencias de la
valiente decisión adoptada por el juez federal James E. Boasberg para la
orientación de nuestra paisanidad transterrada y sus familiares. Es necesario
atender un caso tan paradigmático de inevitables proyecciones a través de una
comisión política de la oposición que, por lo menos, condense la información
generada principalmente por los despachos ejecutivos de Washington y el de los
estados más importantes por el número de compatriotas que lo habiten; huelga
comentar, no se requiere de una carga burocrática, afamando a los pretendidos
asesores que terminan siendo aún más republicanos y demócratas venezolanos que
los propios republicanos y demócratas estadounidenses, comprometiendo la línea
concebida, consensuada y desarrollada por la dirección unitaria de Caracas.
Un mínimo ejercicio de sociología
política, aconseja que los comisionados sean – precisamente – políticos de
oficio y experiencia, capaces de realizar el trabajo por una profunda
convicción personal e ideológica, ya que nuestra copiosa emigración, por
variadas circunstancias, proporcionalmente no cuenta con el número necesario de
dirigentes, siendo subutlizados aquellos procedentes de los partidos
democráticos, añadidos los que están bajo anonimato después de salir del país.
Hay personas de buena fe que intentan hacer el trabajo, aunque carecen del
conocimiento y la destreza indispensables para un desempeño al que nunca se
atrevieron en el terruño, creyéndolo propio del relacionista público que no ha
encontrado qué hacer ante las deportaciones en cuestión.
Por estas latitudes, el continuismo agravará el problema de las
migraciones: externamente, en las dimensiones ya conocidas de imposibles
postergaciones luego de varios años; e, internamente, con los desplazamientos
en un territorio fundamentalmente inseguro. Y, al respecto, el asunto nos lleva
a constatar las observaciones que ha hecho Leonardo Padura en su más reciente
libro (“Ir a La Habana”, Tusquets, Barcelona, 2024), con una ciudad de
multiplicados carteles que anuncian la “venta” de la casa para cumplir con el
sueño de huir de la isla, extendido un sentimiento de ajenidad entre quienes
permanecen en la ciudad, más aún frustrados todos los proyectos: “Junto a esas ruinas, La Habana de hoy
exhibe otros rostros que acentúan esa sensación de extrañamiento o «ajenitud».
El florecimiento de pequeños negocios privados es una de esas señales: desde
cafeterías y establecimientos de cierto lujo hasta candongas callejeras
de resonancias tercermundistas. En las casas, mientras tanto, ahora pululan los
carteles ofreciendo la venta de inmuebles que nadie compra…” (231).
A principios
del presente año, Leonardo Padura estuvo en México; específicamente,
Guadalajara y Coyoacán supieron de sus conferencias en torno a la más reciente
obra, resueltamente citadina (“Ir a La Habana”, Tusquets, Barcelona, 2024), y
al vigésimo aniversario de la primera edición de ”El hombre que amaba a los
perros”, publicada por el mismo sello editorial. Y, es de suponer, nos
enteramos gracias a las redes digitales frecuentemente curioseadas, en la que
el extraordinario novelista tuvo a magníficos entrevistadores que, no luce tan
obvio en este lado del mundo, lo han leído.
En el siglo XX
venezolano, esta celebridad de las letras hubiese compartido entre nosotros su
última entrega, por ejemplo, dictando alguna conferencia en una universidad del
patio con la protesta de los encapuchados (eso sí, muy estrictos con el horario,
siempre que fuese un día jueves o viernes), con portada en la revista Resumen,
y entrevistado útilmente en la televisión comercial (quizá por Carlos y Sofía
Rangel). Empero, estamos en el XXI del que ya no sabemos si más adelante, en
México, se admitirá una interlocución tan libre para el padre de Mario Conde,
como la ha gozado ahora.
La capital
cubana es contada con nostalgia, perspicacia, rabia, amabilidad, impotencia, y
también esperanza, por el nativo que la ha tenido por siempre en sus tinteros.
Y, tal como ocurre con la capital venezolana que la ha imitado, siendo el
epicentro político del país, está caracterizada por un deterioro que no tiene
límites, preguntándonos cómo serán las condiciones no menos reales de los
caseríos, pueblos y ciudades del interior.
Algo más que
una crónica, hay reminiscencia de la ciudad litoralense que fue
convincentemente cinematográfica, otro ejemplo, y para ello cita las estadísticas correspondientes
(56 s.), pero igualmente lo fue la ciudad del cerro El Ávila, incluyendo la
diversidad de películas distintas a las procedentes de Estados Unidos, con
sendos espacios convincentemente culturales, gastronómicos, recreativos y
deportivos. Leemos con un sentimiento de tristeza el libro digital (incómodo,
sin dudas), como si fuese una carta astrológica de la ciudad venezolana que es,
no faltaba más, tanto o más socialista que la cubana, al modificar sus propios símbolos de origen.
Valga esta
nota final: “Entre un pasado congelado
pero visible en una ciudad que físicamente se estancó hace sesenta años y un
presente en evolución hacia una sociedad de formas y relaciones extrañas, La
Habana vive su presente y mira con suspicacia hacia un futuro de momento
impredecible... La Habana se ofrece entre la nostalgia, con sus símbolos
sobrevivientes, y sus nuevos sitios de altas exigencias económicas, aunque
siempre pasando por el espacio democrático y popular del muro del Malecón,
sobre el que cada noche se sienta el corazón más verdadero de Cuba” (135 s.).
"Quizá, ya abajo, alzó la mirada hacia mis balcones por si acaso yo estaba allí, resguardada tras las cortinas. Quizá dio unas vueltas por la ciudad y regresó varias veces. Pero no, no pudo encontrarme porque la casa siguió vacía. Las luces apagadas, la radio apagada, las copas en el aparador, ningún movimiento. Y, por eso, yo tampoco pude guardar en mi memoria esa última estampa del hombre que llenó mi vida en aquel tiempo raro, el compañero imprevisto al que nada me unía, ni la lengua ni la patria ni el pasado ni el presente. Y el futuro, mucho menos"
María Dueñas
("Por si un día volvemos", Editorial Planeta, Barcelona, 2025:291)
El de la
diáspora venezolana, es un problema y un trauma que resolveremos a mediano y
largo plazo aun cuando superemos las actuales y consabidas circunstancias del
país. Muchos suponen que la solución inmediata y automática, acaso integral, será
la del regreso masivo y de un poderoso simbolismo a través del aeropuerto
internacional de Maiquetía y el suelo no menos patrio diseñado por Carlos +10.
El impacto
demográfico ha sido demoledor, sobre todo por las generaciones más jóvenes y
los sectores de una alta calificación académica. No todas las cifras
disponibles son congruentes y confiables, sumadas las migraciones o
desplazamientos en el propio territorio nacional de consecuencias en buena
medida desconocidas.
Huelga
comentar las causas que auspiciaron el inédito fenómeno, por lo menos, las que
gozan de una generalizada apreciación, aunque – sospechamos – las respuestas específicas
y concretas, más acá o más allá del cambio de régimen, faltan. Y es que,
sentimos, la materia no ha llegado a los predios de la política, lo político y
los políticos, siendo tanto o más importante que el asunto petrolero, por
ejemplo.
Una pequeña
consulta realizada entre varios amigos, señalan varios nombres de expertos del
drama venezolano que, posiblemente, juzgamos, puede – trastocándose - abrir las puertas más generosas a largo plazo en
términos de progreso social y económico. Todas las muestras informales las encabeza
Tomás Páez, meritorio sociólogo y precursor investigador, seguido por Anitza
Freitez e Iván de la Vega; seguramente, habrá otros de una notable y, a la vez,
humilde labor.
Lo cierto es
que, a pesar de cargar con un problema de varios años y de tanto peso, no cuenta con nombres
equivalentes en el mundo político que se les reconozca como tales, autorizados
para ejercer una vocería seria, responsable y convincente. Aclaremos,
seguramente Rómulo Betancourt nunca supo ni tenía por qué saberlo, de los más
acuciosos detalles técnicos de la exploración, perforación, extracción,
almacenamiento, comercialización, distribución, transportación y refinación del
petróleo, pero sí destacó por profundizar y acertar en la materia sabiéndola
conjugar con otra mucho más exigente y arriesgada: la política. A buen entendedor, … ni que lo fajen chiquito.
Gráfica: Carlos Cruz Diez, aeropuerto internacional de Maiquetía. Tomada de la red.
De las tres parábolas que se contienen en el capítulo 15, solamente la oveja perdida tiene un paralelo en los sinópticos (Mateo 18.12), y una amplificación en "El buen pastor" de Juan 10. La moneda perdida y el hijo pródigo están sólo en Lucas, y produce sorpresa que estos mensajes que nosotros consideramos tan reveladores de Jesús no aparezcan en ninguna otra parte. Los expertos más radicales llegan a afirmar que la parábola del Hijo Pródigo sea una amplificación redaccional lucana sobre la línea general del perdón expresada por Jesús. Pero esta teoría no ha tenido apenas aceptación.
Como todas las parábolas, están tomadas de la vida cotidiana y buscan la identificación del auditorio (¿quién de vosotros?). Su contexto vital es la permanente discusión con los fariseos y escribas, que reprochan a Jesús su trato con pecadores. En este sentido, la situación vital es la misma que la del banquete en casa de Leví, y su mensaje es el mismo de "no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos", con su velada ironía respecto a los "sanos".
Las dos pequeñas parábolas, de la oveja y de la moneda son paralelas, tienen el mismo mensaje. Llama la atención en ellas la pasividad del encontrado (la oveja, la moneda). No son parábolas de conversión sino revelaciones del corazón de Dios.
Son, por otra parte, parábolas paradójicas, especialmente para aquellos a quienes se dirigen - fariseos y letrados - porque ofrecen una imagen de Dios sorprendente para su mentalidad. Los escribas y fariseos que aparecen en los evangelios representan una religiosidad perfectamente razonable: Dios está con los buenos, los buenos son los que cumplen la ley de Dios, nosotros cumplimos la ley de Dios, nosotros somos los buenos, Dios está con nosotros. Lo más que se puede pedir de Dios es que esté dispuesto a recibir al que se convierte.
Jesús va más allá. El pastor y la mujer preocupados por lo que han perdido son una imagen de Dios más atrevida. No es que Dios esté dispuesto a recibir al pecador "si se convierte", sino que Dios es un activo buscador de algo suyo que ha perdido.
Una vez más, Jesús está desmontando la imagen de Dios-Juez. Nada más opuesto a la imagen del juez que la figura de la mujer pobre que se vuelve loca de alegría al encontrar su monedilla hasta el punto de hacer el ridículo alborotando a toda la vecindad por algo tan insignificante. Esto nos lleva a dos consideraciones.
En primer lugar. Nuestra fe se basa en la Palabra. Conocemos de Dios lo que Dios ha dicho de sí mismo. Pero nuestra mente es orgullosa, y se permite definir a Dios y especular sobre Dios. Puede hacerlo hasta cierto punto, pero puede engañarse y crear ídolos, dioses a su imagen y semejanza.
El problema está en que no comparamos las creaciones de nuestra mente con La Palabra, para verificar si acertamos, sino que sometemos la Palabra a las creaciones de nuestra mente. Y así llegamos a la definición de Dios como Juez Misericordioso (juez más bien blando).
Pero Jesús no habla de Dios juez en el sentido jurídico judicial. Las imágenes de estas dos parábolas lo dejan muy claro. Tampoco hace Jesús definiciones de Dios en sí, sino de cómo se porta Dios con nosotros. Pero nuestra razón investiga sin descanso la esencia de Dios, hasta el punto de que las mayores fracturas de la Iglesia se producen en este campo, y nos hemos rechazado como herejes ante todo por cuestiones de comprensión de la esencia divina. ¿No sería importante, quizá necesario, volver a una teología más evangélica y menos elucubrativa?
En segundo lugar. Jesús propone estas parábolas para defenderse de una acusación de los fariseos y letrados. Jesús justifica su propia actuación. Come con pecadores porque quiere rescatarlos. Toma la iniciativa del médico que se acerca al enfermo porque el enfermo le necesita, porque quiere curar.
Nosotros entendemos así muy bien el corazón de Jesús, sus sentimientos, su actitud ante las personas. Y nuestra fe consiste en subir desde ahí hacia Dios. No pensamos que Jesús es así simplemente porque es un buen hombre: creemos que Jesús es así porque está lleno del Espíritu de Dios.
Por eso, el que ve a Jesús ve cómo es Dios. Creemos que Dios es así porque lo vemos actuar en Jesús. Este es un pilar de la fe cristiana: Jesús revelación de Dios. Es al revés que el ingenuo planteamiento del libro del Éxodo, cuando Moisés aplaca a Dios airado, o el del Génesis, cuando Abrahán regatea con Dios por la salvación de los pocos justos de Sodoma. Dios es el bueno: Jesús es bueno porque el Espíritu de Dios estaba con él. El Padre es el Salvador: Jesús es salvador porque se parece a su padre. Jesús es capaz de dar la vida porque el padre es capaz de dar la vida, y no, desde luego, porque el Padre exija sangre para aplacarse.
Es de radical importancia que reflexionemos cómo nos sentimos ante Dios. En muchos de nosotros predomina la sensación de siervo de un Amo Poderoso a quien hay que obedecer. Si esto es así, no hemos recibido la Buena Noticia, la mejor de las noticias: Dios te quiere, y está dispuesto a cualquier cosa por ti. Toda la vida espiritual de un cristiano nace de aquí: sentirse querido por Dios, como nos sentíamos queridos por nuestra madre. Sin esta base, toda nuestra vida espiritual se ve falseada, y nuestra relación con los demás también.
Si el Primer Mandamiento es amar a Dios y al prójimo, esto significa que o fundamos todo, nuestra relación a Dios y a los demás, sobre el amor, o no hemos entendido nada. Pero cada cosa en su sitio: el amor de Dios, saber, sentir que Dios me quiere, es la fuente. De ahí nace todo lo demás.
El amor de Dios no es una evidencia, es un acto de fe; a esta fe no podemos llegar con argumentos, no es una deducción de la lógica. A esta fe llegamos por la contemplación de Jesús, sólo así. Y es la esencia de la fe: creo en Jesús significa que me fío de él y acepto a Dios como él lo muestra, en sus palabras y en sus acciones. Y nosotros, cristianos viejos, seguimos oyendo la invitación primera de Jesús: "convertíos", cambiad, cambiad de Dios, abrir el corazón al amor de vuestra Madre.
Esto es aún más importante en nuestras situaciones de fallo, lo que llamamos pecado. La reacción normal de un cristiano normal es ante todo apartarse, sentirse indigno de acudir a Dios. La reacción normal es también sentir la necesidad de pedir mil veces perdón a Dios, la necesidad de pagar, de expiar. Una vez más, convertíos, cambiad: si estás enfermo, acudes rápidamente al médico. Dios madre, médico, pastor que recorre el monte en busca de la oveja, mujer que se afana en buscar la moneda... Es fuerte decirlo, pero sentirse pecador es la situación privilegiada para acercarse a Dios.
Una aplicación importante es nuestra concepción del sacramento de la reconciliación. Hasta tal punto lo hemos entendido con categorías del Antiguo testamento que le llamábamos "sacramento de la penitencia", porque dábamos más importancia a nuestra penitencia. "Sacramento de la reconciliación" suena mejor, pero aún parece que los dos amigos estaban enfadados. Se podrían usar otras fórmulas: sacramento del encuentro, sacramento del abrazo, sacramento del regreso... Cualquier cosa que sirva para entender y expresar que Dios no está enfadado, ni ofendido, ni airado, ni cosas de esas que decía el Antiguo Testamento. Dios está preocupadísimo, buscando afanosamente cómo sacarme del mal paso en que me he metido.
Y el sacramento no es un acto judicial en que un juez blando pasa por encima de la justicia y me perdona sin pagar nada. Es que me vuelvo a Dios y le encuentro, que me quiere como siempre, o más que antes, porque le necesito más. Hemos de recordar que el sacramento de la reconciliación no es para que Dios me perdone, sino para celebrar que Dios me perdona. No es una condición para que Dios me perdone, sino una fiesta porque Dios es siempre así y mis pecados no le hacen quererme menos sino más.