A principios
del presente año, Leonardo Padura estuvo en México; específicamente,
Guadalajara y Coyoacán supieron de sus conferencias en torno a la más reciente
obra, resueltamente citadina (“Ir a La Habana”, Tusquets, Barcelona, 2024), y
al vigésimo aniversario de la primera edición de ”El hombre que amaba a los
perros”, publicada por el mismo sello editorial. Y, es de suponer, nos
enteramos gracias a las redes digitales frecuentemente curioseadas, en la que
el extraordinario novelista tuvo a magníficos entrevistadores que, no luce tan
obvio en este lado del mundo, lo han leído.
En el siglo XX
venezolano, esta celebridad de las letras hubiese compartido entre nosotros su
última entrega, por ejemplo, dictando alguna conferencia en una universidad del
patio con la protesta de los encapuchados (eso sí, muy estrictos con l horario,
siempre que fuese un día jueves o viernes), con portada en la revista Resumen,
y entrevistado útilmente en la televisión comercial (quizá por Carlos y Sofía
Rangel). Empero, estamos en el XXI del que ya no sabemos si más adelante, en
México, se admitirá una interlocución tan libre para el padre de Mario Conde,
como la ha gozado ahora.
La capital
cubana es contada con nostalgia, perspicacia, rabia, amabilidad, impotencia, y
también esperanza, por el nativo que la ha tenido por siempre en sus tinteros.
Y, tal como ocurre con la capital venezolana que la ha imitado, siendo el
epicentro político del país, está caracterizada por un deterioro que no tiene
lómites, preguntándonos cómo serán las condiciones no menos reales de los
caseríos, pueblos y ciudades del interior.
Algo más que
una crónica, hay reminiscencia de la ciudad litoralense que fue
convincentemente cinematográfica, otro ejemplo, y para ello cita las estadísticas correspondientes
(56 s.), pero igualmente lo fue la ciudad del cerro El Ávila, incluyendo la
diversidad de películas distintas a las procedentes de Estados Unidos, con
sendos espacios convincentemente culturales, gastronómicos, recreativos y
deportivos. Leemos con un sentimiento de tristeza el libro digital (incómodo,
sin dudas), como si fuese una carta astrológica de la ciudad venezolana que es,
no faltaba más, tanto o más socialista que la cubana, al modificar sus propios símbolos de origen.
Valga esta
nota final: “Entre un pasado congelado
pero visible en una ciudad que físicamente se estancó hace sesenta años y un
presente en evolución hacia una sociedad de formas y relaciones extrañas, La
Habana vive su presente y mira con suspicacia hacia un futuro de momento
impredecible... La Habana se ofrece entre la nostalgia, con sus símbolos
sobrevivientes, y sus nuevos sitios de altas exigencias económicas, aunque
siempre pasando por el espacio democrático y popular del muro del Malecón,
sobre el que cada noche se sienta el corazón más verdadero de Cuba” (135 s.).
"Quizá, ya abajo, alzó la mirada hacia mis balcones por si acaso yo estaba allí, resguardada tras las cortinas. Quizá dio unas vueltas por la ciudad y regresó varias veces. Pero no, no pudo encontrarme porque la casa siguió vacía. Las luces apagadas, la radio apagada, las copas en el aparador, ningún movimiento. Y, por eso, yo tampoco pude guardar en mi memoria esa última estampa del hombre que llenó mi vida en aquel tiempo raro, el compañero imprevisto al que nada me unía, ni la lengua ni la patria ni el pasado ni el presente. Y el futuro, mucho menos"
María Dueñas
("Por si un día volvemos", Editorial Planeta, Barcelona, 2025:291)
El de la
diáspora venezolana, es un problema y un trauma que resolveremos a mediano y
largo plazo aun cuando superemos las actuales y consabidas circunstancias del
país. Muchos suponen que la solución inmediata y automática, acaso integral, será
la del regreso masivo y de un poderoso simbolismo a través del aeropuerto
internacional de Maiquetía y el suelo no menos patrio diseñado por Carlos +10.
El impacto
demográfico ha sido demoledor, sobre todo por las generaciones más jóvenes y
los sectores de una alta calificación académica. No todas las cifras
disponibles son congruentes y confiables, sumadas las migraciones o
desplazamientos en el propio territorio nacional de consecuencias en buena
medida desconocidas.
Huelga
comentar las causas que auspiciaron el inédito fenómeno, por lo menos, las que
gozan de una generalizada apreciación, aunque – sospechamos – las respuestas específicas
y concretas, más acá o más allá del cambio de régimen, faltan. Y es que,
sentimos, la materia no ha llegado a los predios de la política, lo político y
los políticos, siendo tanto o más importante que el asunto petrolero, por
ejemplo.
Una pequeña
consulta realizada entre varios amigos, señalan varios nombres de expertos del
drama venezolano que, posiblemente, juzgamos, puede – trastocándose - abrir las puertas más generosas a largo plazo en
términos de progreso social y económico. Todas las muestras informales las encabeza
Tomás Páez, meritorio sociólogo y precursor investigador, seguido por Anitza
Freitez e Iván de la Vega; seguramente, habrá otros de una notable y, a la vez,
humilde labor.
Lo cierto es
que, a pesar de cargar con un problema de varios años y de tanto peso, no cuenta con nombres
equivalentes en el mundo político que se les reconozca como tales, autorizados
para ejercer una vocería seria, responsable y convincente. Aclaremos,
seguramente Rómulo Betancourt nunca supo ni tenía por qué saberlo, de los más
acuciosos detalles técnicos de la exploración, perforación, extracción,
almacenamiento, comercialización, distribución, transportación y refinación del
petróleo, pero sí destacó por profundizar y acertar en la materia sabiéndola
conjugar con otra mucho más exigente y arriesgada: la política. A buen entendedor, … ni que lo fajen chiquito.
Gráfica: Carlos Cruz Diez, aeropuerto internacional de Maiquetía. Tomada de la red.
De las tres parábolas que se contienen en el capítulo 15, solamente la oveja perdida tiene un paralelo en los sinópticos (Mateo 18.12), y una amplificación en "El buen pastor" de Juan 10. La moneda perdida y el hijo pródigo están sólo en Lucas, y produce sorpresa que estos mensajes que nosotros consideramos tan reveladores de Jesús no aparezcan en ninguna otra parte. Los expertos más radicales llegan a afirmar que la parábola del Hijo Pródigo sea una amplificación redaccional lucana sobre la línea general del perdón expresada por Jesús. Pero esta teoría no ha tenido apenas aceptación.
Como todas las parábolas, están tomadas de la vida cotidiana y buscan la identificación del auditorio (¿quién de vosotros?). Su contexto vital es la permanente discusión con los fariseos y escribas, que reprochan a Jesús su trato con pecadores. En este sentido, la situación vital es la misma que la del banquete en casa de Leví, y su mensaje es el mismo de "no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos", con su velada ironía respecto a los "sanos".
Las dos pequeñas parábolas, de la oveja y de la moneda son paralelas, tienen el mismo mensaje. Llama la atención en ellas la pasividad del encontrado (la oveja, la moneda). No son parábolas de conversión sino revelaciones del corazón de Dios.
Son, por otra parte, parábolas paradójicas, especialmente para aquellos a quienes se dirigen - fariseos y letrados - porque ofrecen una imagen de Dios sorprendente para su mentalidad. Los escribas y fariseos que aparecen en los evangelios representan una religiosidad perfectamente razonable: Dios está con los buenos, los buenos son los que cumplen la ley de Dios, nosotros cumplimos la ley de Dios, nosotros somos los buenos, Dios está con nosotros. Lo más que se puede pedir de Dios es que esté dispuesto a recibir al que se convierte.
Jesús va más allá. El pastor y la mujer preocupados por lo que han perdido son una imagen de Dios más atrevida. No es que Dios esté dispuesto a recibir al pecador "si se convierte", sino que Dios es un activo buscador de algo suyo que ha perdido.
Una vez más, Jesús está desmontando la imagen de Dios-Juez. Nada más opuesto a la imagen del juez que la figura de la mujer pobre que se vuelve loca de alegría al encontrar su monedilla hasta el punto de hacer el ridículo alborotando a toda la vecindad por algo tan insignificante. Esto nos lleva a dos consideraciones.
En primer lugar. Nuestra fe se basa en la Palabra. Conocemos de Dios lo que Dios ha dicho de sí mismo. Pero nuestra mente es orgullosa, y se permite definir a Dios y especular sobre Dios. Puede hacerlo hasta cierto punto, pero puede engañarse y crear ídolos, dioses a su imagen y semejanza.
El problema está en que no comparamos las creaciones de nuestra mente con La Palabra, para verificar si acertamos, sino que sometemos la Palabra a las creaciones de nuestra mente. Y así llegamos a la definición de Dios como Juez Misericordioso (juez más bien blando).
Pero Jesús no habla de Dios juez en el sentido jurídico judicial. Las imágenes de estas dos parábolas lo dejan muy claro. Tampoco hace Jesús definiciones de Dios en sí, sino de cómo se porta Dios con nosotros. Pero nuestra razón investiga sin descanso la esencia de Dios, hasta el punto de que las mayores fracturas de la Iglesia se producen en este campo, y nos hemos rechazado como herejes ante todo por cuestiones de comprensión de la esencia divina. ¿No sería importante, quizá necesario, volver a una teología más evangélica y menos elucubrativa?
En segundo lugar. Jesús propone estas parábolas para defenderse de una acusación de los fariseos y letrados. Jesús justifica su propia actuación. Come con pecadores porque quiere rescatarlos. Toma la iniciativa del médico que se acerca al enfermo porque el enfermo le necesita, porque quiere curar.
Nosotros entendemos así muy bien el corazón de Jesús, sus sentimientos, su actitud ante las personas. Y nuestra fe consiste en subir desde ahí hacia Dios. No pensamos que Jesús es así simplemente porque es un buen hombre: creemos que Jesús es así porque está lleno del Espíritu de Dios.
Por eso, el que ve a Jesús ve cómo es Dios. Creemos que Dios es así porque lo vemos actuar en Jesús. Este es un pilar de la fe cristiana: Jesús revelación de Dios. Es al revés que el ingenuo planteamiento del libro del Éxodo, cuando Moisés aplaca a Dios airado, o el del Génesis, cuando Abrahán regatea con Dios por la salvación de los pocos justos de Sodoma. Dios es el bueno: Jesús es bueno porque el Espíritu de Dios estaba con él. El Padre es el Salvador: Jesús es salvador porque se parece a su padre. Jesús es capaz de dar la vida porque el padre es capaz de dar la vida, y no, desde luego, porque el Padre exija sangre para aplacarse.
Es de radical importancia que reflexionemos cómo nos sentimos ante Dios. En muchos de nosotros predomina la sensación de siervo de un Amo Poderoso a quien hay que obedecer. Si esto es así, no hemos recibido la Buena Noticia, la mejor de las noticias: Dios te quiere, y está dispuesto a cualquier cosa por ti. Toda la vida espiritual de un cristiano nace de aquí: sentirse querido por Dios, como nos sentíamos queridos por nuestra madre. Sin esta base, toda nuestra vida espiritual se ve falseada, y nuestra relación con los demás también.
Si el Primer Mandamiento es amar a Dios y al prójimo, esto significa que o fundamos todo, nuestra relación a Dios y a los demás, sobre el amor, o no hemos entendido nada. Pero cada cosa en su sitio: el amor de Dios, saber, sentir que Dios me quiere, es la fuente. De ahí nace todo lo demás.
El amor de Dios no es una evidencia, es un acto de fe; a esta fe no podemos llegar con argumentos, no es una deducción de la lógica. A esta fe llegamos por la contemplación de Jesús, sólo así. Y es la esencia de la fe: creo en Jesús significa que me fío de él y acepto a Dios como él lo muestra, en sus palabras y en sus acciones. Y nosotros, cristianos viejos, seguimos oyendo la invitación primera de Jesús: "convertíos", cambiad, cambiad de Dios, abrir el corazón al amor de vuestra Madre.
Esto es aún más importante en nuestras situaciones de fallo, lo que llamamos pecado. La reacción normal de un cristiano normal es ante todo apartarse, sentirse indigno de acudir a Dios. La reacción normal es también sentir la necesidad de pedir mil veces perdón a Dios, la necesidad de pagar, de expiar. Una vez más, convertíos, cambiad: si estás enfermo, acudes rápidamente al médico. Dios madre, médico, pastor que recorre el monte en busca de la oveja, mujer que se afana en buscar la moneda... Es fuerte decirlo, pero sentirse pecador es la situación privilegiada para acercarse a Dios.
Una aplicación importante es nuestra concepción del sacramento de la reconciliación. Hasta tal punto lo hemos entendido con categorías del Antiguo testamento que le llamábamos "sacramento de la penitencia", porque dábamos más importancia a nuestra penitencia. "Sacramento de la reconciliación" suena mejor, pero aún parece que los dos amigos estaban enfadados. Se podrían usar otras fórmulas: sacramento del encuentro, sacramento del abrazo, sacramento del regreso... Cualquier cosa que sirva para entender y expresar que Dios no está enfadado, ni ofendido, ni airado, ni cosas de esas que decía el Antiguo Testamento. Dios está preocupadísimo, buscando afanosamente cómo sacarme del mal paso en que me he metido.
Y el sacramento no es un acto judicial en que un juez blando pasa por encima de la justicia y me perdona sin pagar nada. Es que me vuelvo a Dios y le encuentro, que me quiere como siempre, o más que antes, porque le necesito más. Hemos de recordar que el sacramento de la reconciliación no es para que Dios me perdone, sino para celebrar que Dios me perdona. No es una condición para que Dios me perdone, sino una fiesta porque Dios es siempre así y mis pecados no le hacen quererme menos sino más.
En días
pasados, apreciamos una formidable gráfica de un niño caminando unas esculturas
consecutivas de monjes budistas en un templo de Trapeang Thma, provincia de
Banteay Meanchey, Camboya.Nos interesó
inmediatamente la magnífica imagen de Tang Chhin Sothy (AFP/Getty Images),
publicada originalmente con una tonalidad anaranjada por The Guardian
(24/03/25), y, al día siguiente, sin identificar al autor, con una tonalidad
amarilla, por La Vanguardia.
¿Cuál fue el
interés, se dirá? Digamos, la supervivencia de la obra artística en el país de
una ubicación tan propicia para toda suerte de conflictos bélicos, el rápido
registro de autoría de la gráfica, y, lo que podría denominarse, el inmenso cementerio
de la información digital.
Antes,
habríamos tardado en conseguir información sobre los particulares a través de
gruesos tomos impresos, acaso, disponibles en casa y quién sabe si otras
enciclopedias más areditadas en una biblioteca cercana; ahora, las redes se
encargan inmediatamente de reportarnos la novedad. No obstante, Camboya fue un
nombre que tan familiar desde la infancia, muy raras veces ahora se lee y
escucha: excepto las fuentes especializadas o académicas, a sabiendas que sólo
son fáciles de conseguir las imágenes y textos ligeros de una mayor y
consistente demanda de usuarios, transitamos y fallamos con un vasto y difícil
cementerio digital.
En nuestros
tiempos mozos, el país en cuestión era una trillada noticia al convertirse en
el otro escenario de la guerra de Vietnam, ocasionando el genocidio de los Jémeres
Rojos (Khmers Rouges, en francés; Khmer Krahom, en camboyano), entre 1975 y
1979, valga recalcar, tan injusta y terriblemente olvidado (casi dos millones
de víctimas). Luego de los acuerdos de París en 1991, cesó la confrontación
camboyano-vietnamita, brevemente conducida la nación por la Autoridad
Provisional de las Naciones Unidas; se
estableció en Camboya una monarquía constitucional, aunque el Partido Popular
lo gobierna desde 1997, tras un golpe de Estado, según la curiosa información
de Wikipedia que da cuenta de un gran crecimiento económico en los últimos
años, gozando de significativas inversiones extranjeras e importantes reservas
petroleras y gasíferas todavía vírgenes dada una disputa fronteriza con
Tailandia.
De una
predominante población budista, explicamos no sólo la importancia de las
pagodas en Camboya, sino su antigüedad y, gracias a la IA asociada a nuestra
cuenta de correos, nos percatamos de una confusión informativa: Ang Trapeang
Thma es una localidad establecida hace mil años, muy reconocida por su embalse.
Luego, no encontramos rastro del templo y, lo que es peor, la fotografía que
nos atrajo tanto es la de un sendero que no sabemos si conduce o no al
inmueble, y, faltando poco, presuntamente tratamos de un estancia surcoreana.
De modo que
nuestra intención original era la de rendir tributo a una pagoda que había
sobrevivido con el tiempo, en una región de historial muy rudo, en contraste
con la destrucción talibana de monumentos de antigua data en Afganistán, por
citar un caso; o la recuperación de un país y el automático como universal
registro de la autoría y propiedad de la gráfica. Pero, en el mare magnum
comercial de la información incesante, repleta de contradicciones.
Una nota de
divertimento, se hizo de inesperada indagación en menos de veinte minutos. Y,
seguramente, quedará por ahí el tópico hasta que podamos aclarar
definitivamente el asunto que afecta la credibilidad de los diarios ya citados.