Por supuesto, no es fácil conseguir y mantener una
actitud serena en medio de las más persistentes dificultades y crispaciones. Y
de extenderse en consejos para lograr la hazaña, sobre todo, cuando no somos
terapeutas egresados en alguna especialidad de la psicología y psiquiatría, o
de las dudosas alternativas que ofrece la ya antiquísima “nueva era", con un coach para cada dolencia corporal,
mental, profesional, doméstica y hasta espiritual. Sin embargo, nos aventuramos
a recomendar un poco más de sosiego frente a los problemas personales y
personalísimos, individuales y colectivos, y, en definitiva, sociales y
societales respecto – en un caso – a la interacción entre las personas y los grupos
problematizados, y – el otro – a los que atañen a la sociedad entera como sistema.
En buena medida, los contratiempos y disgustos no dependen
exclusivamente de nuestra propia voluntad, disponiendo de escasos recursos para
afrontarlos a entera satisfacción. Aquello de arroparse hasta donde llegue la
cobija, adquiere características de una ley universal, pero sería una estupidez
no admitir nuestra cuota de responsabilidad y la falta de diligencia por resolver
un poco la situación.
Tengan carácter coyuntural o estructural los contratiempos
que se convierten en angustia doméstica, real o presuntamente irremediables, lo
importante es preservar la calma para meditarlos y la paciencia adecuada para
encararlos. Esta verdad de Perogrullo es tan obvia que pasa desapercibida y se
hace ausente, por lo que la tempestad de nervios aparece una y otra vez, los
remolinos de la angustia nos asedian constantemente y solemos tomar decisiones sin la quietud necesaria.
Hasta nuevo aviso, los tropiezos domésticos requieren
de nosotros una determinada disposición de asumirlos y de fajarnos, evitando el
colapso nervioso si los pensamos, inventariamos nuestras recursos y
posibilidades, implementando las tácticas que mejor respondan a la estrategia
elegida y sostenida para reevaluar otra vez los hechos. Salvando las distancias
de algo más que tiempo, modo y lugar, hay bastante familiaridad con el
desempeño de los decisores políticos que intentan improvisar lo menos posible
y, para ello, cuentan con una mínima virtud y voluntad que se convierte en experiencia:
momentos del fundamental sosiego que permite un eficaz autocontrol a la hora
de idear o asumir las respuestas que les demandan.
Perder la calma no constituye una opción válida en medio de los apremios y tensiones de casa, de la comunidad y de la sociedad a
la que no podemos renunciar, aunque lo queramos. Así las cosas, conviene
compartir con uno mismo o con los demás, una taza de café o de cualquier otra infusión
que obligue a esos instantes de cuerda paz interior para la vida que es
permanente lucha.
“Cuando se te ofrece la carta de la atención, se hace con la exigencia de posicionarte en uno de los bandos. O te conviertes en la asilvestrada insolente, la favorita de las redes, derrochando un desparpajo estoico para que la ofensa del resto no te afecte, o te exhibes como la adoctrinada ideal, la que borra cualquier rastro de sus orígenes y se erige como imagen prístina de su proyecto integrador. El espacio intermedio, mucho más interesante, rico, plural, trans, no interesa porque no se entiende. O te exotizas o te asimilas”
Noelia Ramírez
(“Nadie me esperaba aquí.
Apuntes sobre el desclasamiento”, Anagrama, Barcelona, 2025: 48)
Pocos saben quién fue el senador estadounidense
asesinado en 1968, cuando bregaba por la candidatura presidencial de los
demócratas, aunque es el padre del actual y polémico secretario de Salud de
Donald Trump del que conocen un poco más. Algunos lo dirán hermano del único de
la familia que ha ejercido la presidencia en el norte, mientras que, otros,
como si resolviesen por completo uno de los problemarios de Navarro del viejo
bachillerato, deducirán que tratamos del mismísimo tío del ministro.
En todo caso, tendemos a despotricar de cualquier
reminiscencia que actualice a los oficialistas, opositores, correvéydiles y
relacionados de los tiempos que corren, quienes juran que la política arrancó
con el socialismo de la presente centuria. Por consiguiente, con el libro de
Copi en mano, la conclusión dizque lógica es que no cabe ninguna comparación
entre los líderes consumados y los prospectos de ayer, con los de hoy
inequívocamente integrantes de la era de la IA, todos galácticos e insuperables
en sus gracias y en sus morisquetas: no faltaba más, antipartidos.
El senador en cuestión, demócrata por Massachusetts, RobertF. Kennedy, arribó a Caracas el 30 de noviembre de 1965 para cumplir con una apretadísima agenda de trabajo que incluyó una
reunión con el presidente Leoni, otras con líderes sindicales y dirigentes
políticos, y, en horas de la noche, un foro televisado con la dirigencia
representativa de la juventud venezolana, bajo la moderación de Óscar Yánes,
antes de dar un breve paseo por el este de la ciudad. A tempranas horas del
primero de diciembre,previo al abordaje
del avión que lo llevó a casa, visitó varias barriadas populares (Los Frailes,
Gato Negro, Cútira, Los Taladros, Continente, Kennedy), pues, la gira planeada
para cuatro días la redujo a 24 horas en el contexto de los disturbios
callejeros promovidos por los sectores de la insurrección armada que, faltando
poco, no permitirían ni permitieron que visitara la sede de la Universidad
Central de Venezuela, cuya autonomía e inviolabilidad del recinto los protegía
descaradamente.
Por cierto, contexto característico al pasar por
Brasil, Chile, Perú y Argentina, en tiempos de la Guerra Fría ahora
desconocida, añadida la crisis de cohetes en Cuba que no fue precisamente una
zoquetada. América Latina tenía una importancia ahora perdida, respecto a los
líderes estadounidenses que comprometía severamente porque contábamos en este
lado del mundo con interlocutores de semejante estatura. Este solo detalle nos
lleva a considerar que el liderazgo político no se improvisa, no nace de una
caja de detergente, ni le incumbe a todo aquél que se siente predestinado no se
sabe a qué cosa.
Robert F. Kennedy se enfrenta a un panel libérrimo
compuesto por Narciso Romero (estudiante de economía), Douglas Dáger (bellas artes),
Adelis Romero (derecho), Rodolfo Porro Aletti (derecho),Carlos Torre Bracho, pero fueron las
intervenciones de Abdón Vivas Terán (economía) y Joaquín Marta Sosa (derecho),
las que sacudieron a la opinión pública. Apenas un mes antes, Vivas Terán y
Marta Sosa fueron también protagonistas principales de la convención juvenil de
los demócrata-cristianos, cuyos planteamientos políticos e ideológicos fueron –
por entonces – audaces y demostrativos de que, rondando un poco más de la
veintena de edad, se era capaz de pensar al mismo tiempo que actuar en el mundo
estudiantil para confrontar a los marxistas-leninistas de aquélla etapa y
combatir simultáneamente a favor de un nuevo orden social.
Las intervenciones de Vivas Terán y Marta Sosa,
escandalizaron a la opinión pública al tratar temas tabúes como la
nacionalización petrolera, la propiedad privada, entre otros (puede verse: https://apuntaje.blogspot.com/2025/11/escandalo-en-caracas.html). El senador visitante cumplió con un inesperado
papel, pues, quien tuvo el coraje de venir y polemizar libre y abiertamente a
través de la televisión con los muchachos, protocolizó la existencia de una
juventud alternativa, pensante y actuante, frente a una sociedad que la vio
organizar y realizar una histórica convención apenas un mes antes.
Reparemos en otras circunstancias: por ejemplo, la de
un país muy antes visitado frecuentemente por líderes políticos, artistas
populares y académicos, deportistas connotados, etc., de otros países. Además,
había medios para cubrirlos impresa, radial y televisivamente, con reporteros
capaces de abordarlos espontáneamente, sin cortapisas.
En dos pequeñas parábolas,
el texto del evangelio insiste en la actitud de la vigilancia.
En la primera de ellas,
parece advertirse una intencionalidad clara: el mayor enemigo de la vigilancia
es la inconsciencia, revestida de rutina y apego a lo acostumbrado
("comer, beber, casarse").
En la segunda, la
insistencia se sitúa en la importancia de "estar en vela", porque lo
que se halla en juego es nada menos que la seguridad de la "casa", es
decir, la consistencia de la propia persona.
Tanto en los sueños, como en
los cuentos y en las parábolas, la casa es un símbolo arquetípico de la
persona. Desde esta perspectiva, el mensaje de Jesús es una llamada a tomar
conciencia de quienes somos, favoreciendo la actitud que nos permite
"construirnos" –la vigilancia- y estando atentos a aquella otra que
nos "rompe" o arruina –la inconsciencia-.
Podemos comprender mejor a
lo que apuntan ambas actitudes si las relacionamos con la atención, entendida
como la capacidad de vivir en el momento presente.
La inconsciencia es el
estado habitual de quien se halla identificado con sus pensamientos,
sentimientos, emociones o reacciones. En esa identificación consiste lo que
llamamos ego: la creencia de que somos esos contenidos mentales y emocionales,
en la ignorancia más completa de nuestra verdadera identidad.
El pensamiento ha sustituido
a la conciencia y el automatismo a la comprensión.
La vigilancia, por el
contrario, se refiere a la capacidad de no perdernos en la maraña de los
pensamientos ni caer en la trampa de identificarnos con ellos. Requiere, por
tanto, la actitud de observar todo lo que pasa por nuestra mente, tomando
distancia de ello.
Gracias a esa distancia y
observación, venimos a descubrir que en nosotros hay pensamientos,
sentimientos, emociones, reacciones..., pero que no somos eso.
Como escribe Eckhart Tolle,
cuando me hago consciente de...
"que lo que yo percibo,
experimento, pienso o siento no es en definitiva lo que yo soy, y que no puedo
encontrarme a mí mismo en todas esas cosas que pasan continuamente...,
cuando me conozco como tal
[como la Conciencia, en la
que van y vienen las percepciones, experiencias, sentimientos y pensamientos]
lo que ocurra en mi vida ya
no tendrá una importancia absoluta, sino sólo relativa"
Sin distancia, nos vemos
confundidos y perdidos en nuestros pensamientos: son ellos, con sus vaivenes,
los que guían nuestra vida y los que dictan nuestra felicidad o infelicidad;
somos marionetas en sus manos.
No sólo eso. Sin distancia
de ellos, vivimos convencidos de que somos el "yo" que nuestra mente
piensa que somos; es decir, quedamos reducidos y constreñidos a una identidad
puramente mental.
Cuando ponemos atención, no
sólo quitamos importancia a todos nuestros contenidos mentales –sean los que
sean, no son más que "objetos" en nuestra conciencia; un conjunto de
pautas o patrones condicionados por nuestra historia psicológica, que se nos
repiten una y otra vez-, sino que empezamos a percibir que somos más que ellos.
No somos los pensamientos,
sino la Conciencia que está detrás y que es consciente de ellos. Porque no
somos nunca lo observado, sino "Eso" que observa.
Así leídas, esas dos
pequeñas parábolas encierran una profunda sabiduría. Todo se juega en la
atención.
"La atención es la
moneda más valiosa que tengo para pagar la libertad interior".
Y tenía razón: donde
pongamos la atención, estará nuestra vida (o nuestra falta de vida). La manera
en que enfocamos nuestra atención es fuente de equilibrio o de desequilibrio,
ya que nuestras emociones serán radicalmente diferentes.
Dicho de un modo más
tajante: la serenidad no viene de vivir en unas supuestas circunstancias
"ideales", sino de la capacidad de mantener centrada la atención, aun
en medio de la dificultad, en aquello que es lo más constructivo.
En ese sentido, puede
afirmarse que el cuidado de la atención es el precio de nuestra libertad; no se
puede ser libre, si no se es dueño de la propia atención.
Planteado desde el ángulo
inverso, significa reconocer que una mente vagabunda es fuente de esclavitud y
de sufrimiento, que nos mantiene a merced de sus vaivenes sin sentido: es la
"inconsciencia" de que habla la primera parábola.
Los maestros espirituales
han insistido siempre en la importancia decisiva de ser dueños de la propia
mente, es decir, de mantener una atención constante y, así, trascender el
pensamiento gracias a la práctica perseverante de la meditación.
Eso es, exactamente,
meditar: aquietar los movimientos mentales, gracias a la atención a aquello que
está aconteciendo aquí y ahora; de ese modo, la práctica meditativa se
convierte en una forma de vida, en una forma de ser, caracterizada por vivir
habitualmente en el momento presente, del que surge la percepción de nuestra
identidad más honda (transpersonal), que trasciende el yo mental o psicológico.
Lo más novedoso, sin
embargo, es que ahora no son sólo los maestros espirituales, sino los
profesionales de la salud mental –médicos, psiquiatras y psicólogos- los que
están descubriendo la potencialidad de la meditación, de cara a garantizar una
buena salud psicológica, previniendo el estrés, la ansiedad, la depresión y, en
general, todos aquellos trastornos relacionados con un funcionamiento
exageradamente cerebral.
¿Por qué es tan eficaz la
atención? Si tenemos en cuenta que "atención plena" es exactamente lo
opuesto a "divagación mental", en la que nos vemos tan frecuentemente
perdidos, traídos y llevados, arrastrados en definitiva por una "mente de
mono" vagabunda y errática, podremos empezar ya a intuir sus beneficios.
A falta de esa atención, no
somos en absoluto dueños de nuestra persona; ni siquiera usamos nuestra mente
para pensar. Lo que ocurre realmente es que, más que pensar, "somos
pensados", a veces de una manera tan compulsiva e incontrolable como
agudamente dolorosa.
La mente nos tiraniza en la
misma medida en que "va por libre", es decir, siempre que no es
observada. De esa mente no observada es de donde surge todo sufrimiento
emocional, incluidos los funcionamientos psicológicos y mecanismos mentales
autodestructivos. Basta reconocer que los pensamientos perturbadores no pueden
existir si no se les presta atención, es decir, si no se alimentan desde la
propia mente.
La atención sanadora
empieza, pues, con la observación de la propia mente. Observarla significa que
hemos empezado a poner nuestra atención en ella y que, en esa misma medida,
hemos tomado distancia de su cháchara interminable.
"Atención" y
"pensamiento no observado" se excluyen mutuamente. Por eso, basta
atender a la mente –sin dejarse involucrar en ella-, para que el pensamiento se
detenga. Ahora bien, como decía antes, para que sea tal observación, es preciso
mantener en todo momento la distancia con respecto a cualquier contenido mental
que pueda aparecer.
Porque no se trata de querer
modificarlos o eliminarlos, sino simplemente hacerse consciente de ellos. Si no
se pierde la distancia, pronto caeremos en la cuenta de dos fenómenos igualmente
importantes:
1) los pensamientos van
ralentizándose, hasta silenciarse por completo;
2) emerge una percepción
distinta y nueva de nuestra propia identidad: de pronto, constatamos, con una
sensación de gran libertad interior, que no somos nuestra mente, sino
"Eso" que la observa; no somos el pensamiento, sino la Conciencia en
la que aparecen; no somos el "yo mental", sino la Presencia atemporal
e ilimitada, el "Yo Soy" universal, que compartimos con todo lo que
es.
De la misma manera que
observamos nuestra mente y, así, llegamos a reconocer su carácter de
"objeto" –como un "órgano" más- dentro de lo que somos,
podemos dirigir nuestra atención directamente hacia el "yo" que
creíamos ser.
Al observar cualquiera de
nuestros yoes –el yo sólo existe acompañado de un adjetivo: yo asustado,
airado, triste, preocupado, juzgador, violento...-, nos veremos sorprendidos
por el mismo descubrimiento: ese yo al que podemos observar no constituye
nuestra verdadera identidad; es sólo el actor de una película que habíamos
confundido con la realidad.
Por tanto, en la medida en
que nos liberemos de la mente no observada, estaremos liberándonos del ego.
De un modo y otro, gracias a
la observación-atención, empezamos a entrar por el camino de la calma y la
serenidad, la ecuanimidad y el gozo, la maestría en ser dueños de nuestra vida
y la libertad interior, la conciencia de quienes realmente somos y la
plenitud...
La conclusión no puede
quedar más patente: la clave radica en ganar el dominio de nuestra atención,
manteniéndonos presentes en el aquí y ahora, poniendo los medios que, gracias a
una práctica perseverante, nos vayan haciendo diestros en ese arte, en el que
nos jugamos nada menos que la calidad de nuestra vida y el encuentro con
nuestra verdadera identidad.
Es claro, por lo demás, que
la atención únicamente puede vivirse en el momento presente. Cualquier escape
al pasado o proyección al futuro no es sino una claudicación a la mente
errática.
Eso no significa que no se
pueda programar el futuro; significa, más bien, que la programación no requiere
huir del presente. Estando conscientemente aquí y ahora, atendiendo a lo que
ocurre, logramos salir de la maraña del pensamiento que nos aturde, del
parloteo mental interminable y agotador, y vivimos en la atención que descansa:
quitamos pensamiento inútil y ponemos conciencia en nuestra vida; dejamos de
percibirnos como un "yo" a merced de la mente y nos experimentamos
como Conciencia ecuánime, la Presencia que –más allá de todo parloteo mental-
sencillamente es. Eso es el "despertar espiritual".
Matthew Killingsworth y
Daniel Gilbert, dos especialistas del equipo de neurología de la Universidad de
Harvard, han publicado, en la prestigiosa revista Science, las conclusiones de
un estudio, que confirma, punto por punto, lo que los sabios nos han dicho
siempre: el precio que pagamos por divagar es nada menos que la propia
felicidad.
Según una reseña de este
estudio, publicada en el diario El Mundo, el pasado día 11 de noviembre,
Killingsworth y Gilbert afirman que "el cerebro es una especie de 'super
ordenador', de funcionamiento complejo, del cual conocemos sólo una pequeña
parte. Sabemos que tiene actividad consciente e inconsciente, ambas de igual
importancia ya que permiten realizar acciones complejas a la vez y de forma
fluida; y que es capaz de pensar en el menú de la cena mientras atendemos una
llamada de trabajo, todo un logro evolutivo".
Esta capacidad de divagación
"parece ser el modo operativo por defecto del cerebro". Pero
'abusamos' de este recurso. Killingsworth y Gilbert se preguntaron si centrarse
en el 'ahora mismo' y dejar a un lado el pasado y el futuro es bueno para la
salud emocional.
En su estudio, analizaron
los datos obtenidas a partir de 2.250 adultos representativos de las
principales actividades laborales del mercado. Pero, fuera lo que fuera lo que
hacía cada uno de ellos, sus mentes se dedicaban a divagar una media del 46,9%
de las horas de vigilia.
Así que, "nuestra vida
mental está dominada en un grado destacable por el no-presente". Cuando
menos nos invaden estos pensamientos es durante la actividad sexual, el trabajo
o en una conversación.
En los instantes en los que
los participantes se ceñían a lo que estaban haciendo, es cuando eran más
felices. Este fenómeno era cierto incluso cuando la actividad realizada no
fuera especialmente entretenida e independientemente de si los pensamientos
versaban sobre temas placenteros, neutros o negativos, aunque estos últimos eran
los de peores consecuencias.
La conclusión a la que
llegaron fue la siguiente: Divagar, 'per se', es una fuente de infelicidad. Y
"el pensamiento errático es una excelente forma de predecir la infelicidad
de la gente".
¿La lectura de Hermann Hesse,con bastante de Les Luthiers y de Serrat, muy mezclados, puede retratar la remota etapa de
juventud? Probablemente, aunque jamás hemos alcanzado siquiera un nivel modesto
de humor corrosivo, con una mirada preocupada y poética a la vez, a objeto de
redondear la más inadvertida de nuestras aficiones.
Jamás sospechamos de aquella remota ocasión en la que Renny
Ottolina los presentó con sus raros instrumentos y humores, un mediodía de la semana
laboral, cuando regresábamos de clases, a mediados de los años setenta del
veinte. Oímos y grabamos uno de sus
discos en sendos cassettes, después los vimos en el Teatro Municipal de
Caracas: era posible comprender el mundo entre Johan Sebastian Mastropiero y
Warren Sánchez, tensado el arco para saber que un sargento o cabo segundo
ocuparía la cartera de Educación en el gabinete de fuerza.
No hubo gira de despedida en Venezuela de lo que
quedaba del grupo, por 2023, y, amurallado por el idioma, el público de países
de diferente lengua, todavía no se imaginan de lo que se han perdido y quizá la
IA ayude al tardío descubrimiento de la talentosa e inclasificable banda algo
más que sonora. Completando el fenómeno que representan, a los mejor los nietos
y biznietos de los fundadores e integrantes de Les Luthiers, sepan de un
rentabilísimo doblaje que haga industria del grupo.
De muy escasa bibliografía, tenemos pendiente la
búsqueda de un acertado ensayo en torno al surgimiento y trayectoria de los humoristas.
Sobre todo, en la nación que produjo el peronismo antes que a Perón, a Borges y Cortázar, a Sosa Stereo y Fito, a Favio y Pastorutti, a Galtieri y Maradona. Ojalá
transnacionalicen a los luthiersanos
para conmover al mundo en menos de ochenta días, comenzando por los propios
sureños.
Dispensen por el temor: antes de que caiga Occidente, debemos reivindicar a Les Luthiers. Quizá sus humores y secuelas salven esta civilización, o,
convengamos, lo que dicen que queda de ella.
Inevitable, el estilo y la política desembocan en
una razón panfletaria, por siempre urgido el respaldo decisivo de las masas en medio del
desconcierto. No pudo ser otra la consecuencia de la interesada invocación que
no, planteamiento, socialista apenas despuntando el presente siglo: está asociado
a un crónico estado de zozobra aún en el curso de la mayor bonanza petrolera o
dineraria de toda nuestra existencia republicana.
Consustancial al sistema político que nos hemos dado, aceptado
o resistido, esa razón ejerce una poderosa y hasta involuntaria influencia en
los cuadros inequívocos de oposición que gustan de las más trilladas
consignas, gozan de una exagerada tonalidad emotiva, el pretendido análisis se
convierte en la enfermiza hazaña del maniqueísmo, desarrollando un gusto por el
amarillismo, el insulto, la destemplanza. La deliberada degradación del debate
público, no es ni será soporte alguno para la reconstrucción polivalente del
país y bien podemos constatar, sobre todo en el lenguaje escrito cotidiano,
portador de la opinión dizque de los sectores más críticos, la más burda y
reiterativa imitación de los estándares oficialistas; por cierto, sin
extendernos en relación a los diarios de debates municipales y parlamentarios de
esta centuria.
La actuación política remite a una dramatización
reiterada de nuestros problemas, añadidos los particularmente muy nuestros, en
la búsqueda afanosa de la unanimidad sentimental con fines exclusivamente
movilizadores, por lo que la persistente promesa de un desenlace preferiblemente heroico constituye una obsesión de la actuación política. Por supuesto, mayores
son los recursos simbólicos empleados por el Estado, directamente proporcional
a su debilidad institucional, tendiendo la oposición a imitarlo paradójicamente
fuera del poder.
Categoría de usos múltiples, la antipolítica se
sincera en el abierto antipartidismo que suele colarse en esa práctica
panfletaria con disfraz de diligente sociedad civil con algunas
individualidades y expresiones organizadas que juran sustituir a los partidos. Varias veces señalado, fuerzan en todo lo
posible un protagonismo que les ahorra los costos inherentes a la
institucionalidad partidísta, o refuerzan la tendencia a hacer de la política
toda una producción a lo Joaquín Riviera con una narrativa totalmente emocional
antes que analítica, una simbología épica o apocalíptica del hartazgo, y una
destreza meramente coreográfica.
Un modo de interpretar la realidad que no comprende,
sino ataca virulentamente, termina por tragarse al cínico, demagogo y
polarizador que entiende la política, lo político y los políticos como
manifestación del espectáculo en línea, sus gestos verbales y escritos neciamente reiterativos y quejumbrosos, encarnando una razón panfletaria, a
veces, doblada en una asombrosa cortesanía. ¿Para qué el diagnóstico, las
propuestas, o los escenarios probables?, ¿por qué de la tediosa tarea de concebir
una estrategia en el inmenso tablero que lo explican las tácticas y vicisitudes que se agotan
en sí mismas?, ¿cabe en la era tecnotrónica la política como una experiencia
profesional?
Hay tradición panfletaria en Venezuela, la orientada a
informar, motivar y amalgamar a las masas en momentos excepcionales, recortando
el ventajismo de los adversarios, pero – igualmente – una distancia entre las
octavillas que imprimió Francisco de Miranda en el “Leander”, distribuidas al
desembarcar en Coro por 1806, y los excesos de Antonio Leocadio Guzmán décadas
más tarde, convertidos en doctrina por Lenin en otro siglo y en otras latitudes. Más de las
veces, esperamos del dirigente político o de sus imitadores, una explicación de
lo que acaece, acaeció y debe acaecer, en lugar de la agitación y denigración
como estilo, (anti)política y modo de razonar.
Ineludible el enorme tablero, es, fue y será necesario
estrategizarlo. Que sepamos, el
ajedrez no requiere del lanzamiento de dados.