NOTAS SOBRE PUTIN Y UCRANIA
Jonathan Benavides
¿Putin gano o perdió la partida en Ucrania?, ¿está terminado el juego?. Vamos a tratar de explicar la situación y aprender de una jugada estratégica magistral del líder ruso. De paso evaluemos los riesgos de la situación y la posibilidad de una guerra por el Donbas.
La crisis entró en una fase más peligrosa. Putin ya no puede decir que se trata de maniobras de entrenamiento como sostuvo hasta ahora. Hay una ocupación militar de hecho que desafía a occidente. Pero, siempre hay un pero, su objetivo en Ucrania todavía no está logrado. La mitad de Donetsk y Lugansk siguen bajo control ucraniano, de manera que para hacer efectiva la independencia, debe terminar de invadir o apoyar una ofensiva rebelde e ir a la guerra abierta con Ucrania, lo que dispararía una escalada de consecuencias imprevisibles. Es decir que Putin acaba de abrir un conflicto más serio con la Unión Europea y la OTAN que le habían advertido que una invasión motivaría sanciones económicas, militares y financieras. Mostró que debe ser tomado en serio cuando pide que Rusia sea reconocida como potencia
Pero como buen ajedrecista, hizo una jugada magistral distrayendo el verdadero objetivo, que logró sin que occidente reparara en que el balance de costos y beneficios de Putin obedecía a una lógica muy diferente a la de un improvisado que jugaba a la guerra. Veamos la jugada:
Mientras maniobraba por los 20.000 km2 del Donbas, se aseguró el control sobre los 207.600 km2 de Bielorrusia. Luego de los intentos de acercamiento de Lukashenko a occidente, forzó al dictador a ponerse del lado ruso y permitir el despliegue de su ejército en el norte de Ucrania. El líder bielorruso actuaba con cautela con Putin porque Rusia le estaba escatimando el petróleo que es vital para su industria petroquímica y por ende para su entrada de divisas. Ahora, Bielorrusia tiene el petróleo, pero también 70.000 tropas rusas estacionadas dentro de su territorio. Putin logró además que los reclamos por la anexión de Crimea en 2014 sean corridos a un segundo plano para que la OTAN se concentre en el conflicto en Donbas, en reforzar a Ucrania y sus vecinos y calcular que sucederá mañana con las tropas rusas cerca de sus fronteras. La jugada larga fue continental. En medio de la tensión, consiguió que China blanquera su alianza con Rusia, materializada en su apoyo diplomático y en un gasoducto para suplir lo que Europa deje de comprar por el asunto ucraniano. Beijing venia esquivando definirse, hasta ahora.
En una sola jugada, Putin colocó tropas frente a Polonia, Lituania y Letonia, todos ellos miembros de la OTAN y se ganó el apoyo Chino. Pedía que Ucrania no entrara en la alianza porque se sentía amenazado. Dió vuelta la amenaza, ahora es él quien amenaza y habla muy en serio. Pero ante la agresividad de Rusia, Suecia y Finlandia iniciaron contactos para integrarse a la OTAN. La demanda de Putin para que la alianza no aceptara más miembros le salió mal y ahora quizás tendrá nuevos vecinos de la OTAN en el flanco norte que eran neutrales desde 1949.
El tiempo, es ahora el factor que decidirá todo. Decía el filósofo chino Sun Tsu en el siglo 5 AC que “cuando no tienes tiempo, gana terreno. Cuando no puedas ganar terreno, gana tiempo”. Y ese es el dilema crucial de Putin y de sus adversarios en toda esta crisis.
Putin preparó a Rusia para esta situación. Reforzó sus arsenales, pero también acumuló 630.000 millones de dólares en reservas para hacerle frente a las sanciones que previsiblemente vendrían con su decisión de avanzar sobre Donbas, como sucedió luego de la toma de Crimea en 2014. Ya le demostró a Europa en 2021 que también puede presionar económicamente cuando disminuyó el flujo de gas hacia el oeste y provocó un aumento de hasta el 200% en su precio. Putin tiene armas económicas también y causó pérdidas por 600.000 millones a Europa con esa maniobra.
Pero también es débil. Su economía no está ni siquiera entre las 10 mayores del mundo. Su alianza con China es una buena jugada, pero incluso el gasoducto hacia ese país demandará dos años y hasta entonces no podrá suplir la entrada de divisas que se cierra desde Europa. Pero además está forzando a Europa a reemplazar proveedores de gas y acudir a los yacimientos del Mar del Norte, de Argelia y a la provisión de GNL de EE.UU. Y empuja a sus vecinos a una dependencia económica, militar y política de Washington. Ensambló una coalición en su contra.
Esta situación obliga a Europa a acelerar la transformación de su matriz energética a fuentes renovables y quizás a regresar a las usinas nucleares para evitar el chantaje ruso. Con eso Putin perderá capacidad de presión, aunque tenga muchas tropas y aparatos militares modernos. Rusia se alejó de la tercera economía global, Europa, y se acercó a la segunda, China; pero empujó a la primera, EE.UU., a unirse a la tercera en un bloque que le impondrá sanciones a su sistema productivo, ya muy debilitado por las sanciones impuestas desde 2014 y el Covid.
El 25% de las divisas de Rusia entran por ventas militares. Sin dudas el rol agresivo de Putin promoverá las armas rusas, que demostraron ser temidas por Occidente. En una carrera armamentística originada por la inestabilidad, Rusia es promotora y tomadora de ganancias. Pero para fabricarlas depende de componentes europeos y financiamiento. Las sanciones y la carrera de alianzas que despierta la crisis ucraniana en el resto del mundo ya afectó ventas a por lo menos cinco naciones, entre ellas India y Egipto. Esa partida termina en tablas. Además, en su alianza con China no queda claro cómo se repartirán los territorios en el "tercer mundo" que ambos aspiran controlar, venderles sus productos civiles y militares y alinearlos a sus estrategias. Los dos necesitan los mercados y no hay suficiente para repartir.
Es el caso de América Latina, en donde rusos y chinos ofertan plantas nucleares y aviones de combate. No se trata solo de vender la central o armas, sino de hacerse con el resultado de la venta de energía y, en un panorama más amplio, ser la potencia regente sobre los gobiernos locales. En la medida que Putin se convierta en paria, China aprovechará esa debilidad para avanzar sobre países en la periferia en donde compite con Rusia y Occidente. La proyección estratégica de Moscú se convertirá en regional. Cambiará Bielorrusia y Donbas por África y América Latina.
Ese avance en la periferia trajo la reacción de las diplomacias de EE.UU. y Europa, que al fin salieron del letargo. El otro problema que ganó Putin es político y es interno. Desde que asumió el poder, fortaleció a un grupo de empresarios de su confianza a los que le fue entregando negocios con el exterior. El entramado del gas y el petróleo es manejado por una casta empresarial cada vez más poderosa. Europa y EEUU amenazaron con obstruir el ingreso de las empresas rusas a los mercados y sistemas financieros. Luego, con cortar lazos comerciales y promover que otros Estados se sumen al boicot. Eso le va a doler más a las compañías que al Estado ruso. Las balas les pegan a ellos.
Las sanciones contra Rusia van a afectar más a esas empresas que al Estado ruso, que después de todo tiene reservas en dólares y negocios como la venta de armas y vacunas, por ejemplo. Pero el círculo que sustenta a Putin, saldrá más perjudicado cuanto más se extienda la crisis. El otro apoyo de Putin es el estamento militar que presiona en el sentido contrario. Necesitan una demostración tangible de fuerza imperial, motivados por la necesidad de recuperar el orgullo nacional perdido con el fin de la era soviética. Putin precisa a ambos para sostenerse.
Y en una sucesión de hechos, todas las previsiones de Putin pueden volverse en su contra en la medida que la crisis se extienda y el costo de mantener desplegadas sus tropas en Donbas o en Bielorrusia vaya comiendo reservas, recursos y la paciencia de sus amigos empresarios. El tiempo, nuevamente, entra en juego. Si Putin decide alargar la crisis o profundizarla, el deterioro económico será mayor y más concesiones deberá hacer a sus aliados internos y externos para compensar las pérdidas que trajeron esas ganancias estratégicas que obtuvo.
En esa carrera por equilibrar factores, Putin sabe que quedó prisionero de su jugada magistral. Demostró que Rusia es una potencia, ocupo tierras y ganó peso estratégico. Pero se expuso a una situación de crisis política y económica que se agudizará con el correr de las semanas. El riesgo, y volvemos a Sun Tzu que es parte de las lecturas de Putin, es que ante el dilema y las presiones el premier ruso decida ganar más terreno en Ucrania porque el tiempo no le es favorable y las presiones en su contra se van a acentuar a medida que transcurran los días.
Putin logró su objetivo estratégico y se paró frente a la OTAN, se aseguró el colchón bielorruso y que todos entiendan que es una potencia militar dispuesta a hacerse valer. Desde el otro lado esperan que eso sea todo, y que el tiempo lo obligue a no ir más allá o que lo derrote. Putin sabe que Rusia no está en condiciones de enfrentar una crisis eterna y que con una economía similar a la de Brasil y 160 millones de habitantes, no puede sostener una guerra con occidente por más poderoso que sea su ejército. Las guerras se ganan con recursos y aliados.
Rusia es gigante, pero el avance en Ucrania logró poner a 400 millones de europeos y 330 millones de norteamericanos en la trinchera opuesta y a ejércitos que sumados lo superan en número y tecnología. Y del otro lado hay una economía que unida es 27 veces más grande que la suya. Y no, la opción nuclear es una fantasía. Las doctrinas y protocolos no permiten que Putin se despierte un día con ganas de volar todo y lo haga con apretar un botón. Los rusos son mucho más sofisticados que los Iván Drago, grandes y brutos que venden las series y películas de Hollywood.
Putin sabe que China es su primer socio comercial y que hay coincidencias y adversarios comunes, pero también que Europa es el principal mercado de Beijing. Y que ante un error de cálculo, fortalecerá a su adversario en Asia y se atará a su carro por muchos años. Putin no es tonto.
Como buen lector de la historia, recuerda que Nicolás II cayó por no poder sostener su participación en la Primera Guerra Mundial al agotarse su economía. Que Japón y Alemania cayeron por falta de recursos. Que la URSS se desplomó exhausta por el largo esfuerzo de la Guerra Fría. Y lejos de ser un ignorante, conoce la debilidad de la Rusia actual, que pese a sus aviones, tanques, misiles y buques, no podría sostener esta tensión que ya viene del 2014 y que en caso de entrar en Ucrania, puede convertirse en un dolor de cabeza similar al de Afganistán y Chechenia.
Occidente no envió a Ucrania armamento pesado. Entregó misiles antiaéreos, antitanques y comunicaciones para fortalecer a la resistencia por parte de los 400.000 reservistas preparados para una larga guerra de guerrillas. Le propuso a Putin un pantano militar como advertencia.
Volvimos al principio. En esa franja que cruza como una cicatriz al Donbas, se juega el futuro de Putin. Ya dió un paso firme con el reconocimiento de las repúblicas separatistas, ahora debe demostrar hasta donde está dispuesto a llegar. Desde arriba de ese nuevo Muro que otra vez divide oriente y occidente, la observan aliados y adversarios. Putin no puede frenarse ahora. Si lo hace, occidente buscará debilitarlo hasta que retroceda. Si avanza será el líder que prometió, pero en una realidad sangrante. Si se retira y deja que Ucrania recupere lo perdido, será parte de la historia. Tiempo o territorio, esa es la cuestión.
Irónicamente Putin también juega con el tiempo. Busca que se acepte el nuevo status quo y que su exhibición bélica haga entender a Occidente el papel que juega junto China en la estabilidad del este europeo y en el Pacífico sur. Y que las sanciones, se diluyan de a poco.
EE.UU. afronta una inflación récord y Europa necesita el gas ruso para recuperarse tras dos años patéticos. A la larga, supone Putin, la lógica económica los atravesará a todos y el Donbas no valdrá una guerra ruinosa y una guerra armamentista. Apostó fuerte sin certeza alguna. La situación en Ucrania está lejos de resolverse. Europa y EE.UU. entendieron que la tregua de 1989 se acabó. Ya refuerzan sus presupuestos de defensa y su diplomacia para asegurar aliados y mercados. En Donbas se juega el primer partido de un nuevo torneo por el control del mundo, por un nuevo orden mundial.
Desde 1989 se especuló con un mundo unipolar con EE.UU. como potencia dominante. Ahora estamos ante cuatro jugadores poderosos que se disputan el liderazgo global y tejen alianzas mentirosas: EE.UU., China, Europa y Rusia. Es el turno de Putin.
23/02/2022:
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