jueves, 21 de abril de 2022

Llegó al futuro desolador

RODOLFO IZAGUIRRE: SOBREVIVO PORQUE TENGO HELECHOS QUE CUIDAR

José Pulido  

Rodolfo Izaguirre (Caracas, 9 de enero de 1931): “Hoy, agobiado por el régimen militar, casi no vivo porque tampoco vive el país envenenado por la toxina bolivariana”.

Un día lejano, la gente comenzó a leerlo bajo una fascinación, algo que funcionaba como un embrujo de palabras. No les interesaba tanto la película que analizaba como la manera en que lo hacía. Atrapaba esencias con gracia y precisión. Desde ese principio, el nombre de Rodolfo Izaguirre se encendió con un modo civilizado de iluminar.

Quienes han tenido el privilegio de conocerlo en persona, entendieron que el molde se había roto después que hicieron a ese hombre erguido, elegante, sobrio, ecuánime y justo. Su sensibilidad es como de ángel que sólo aspira al cielo si los demás lo alcanzan. Él es como la representación de una patria amorosa y fugaz que alguna vez pasó y siguió de largo dejando esa muestra. En su juventud vivió París como un romántico a quien le quitan París. Caracas habita dentro de Rodolfo. Ningún poder podría sacar de raíz esa ciudad.

Rodolfo Izaguirre fue un hijo criado por una madre sola, como muchos. Se enamoró de una mujer que era puro amor y arte y creció con ella, como pocos. Tuvieron tres hijos talentosos y pusieron todo el amor de la existencia en ellos. Su amada falleció y él la sigue amando en el cuidado de los helechos, de las matas, de la casa. La enorme soledad se encueva en el silencio y a veces sale para ver qué están haciendo Belén y Rodolfo. Ajá: él la besa, habla con ella: siguen tan juntos que el jardín la siente pasar.

Rodolfo Izaguirre es un señor de las letras que ha entregado al país su espíritu de caballero. Sus lectores, sus amigos y sus paisanos saben perfectamente que así deberían actuar los hombres, con esa decencia.

Ha vivido y ha escrito la belleza. Y ha tratado de no perderla jamás. Ha vivido y escrito la verdad y ha tratado de no perderla nunca.

¿Quién no quiere abrazarlo? ¿Quién no quiere celebrarlo en sus noventa años de lucidez? Un día lejano, de esos días que se están gestando en el futuro, la gente seguirá leyéndolo.

Añorar es como deslizarnos en la nostalgia y la nostalgia es, a su vez, una trampa que nos tiende el tiempo para atraparnos, para no dejar que avancemos.

Una vez le dije a Belén…

¿Qué es lo que más recuerdas de Belén?

Son muchos los recuerdos que me dejó. Elijo este: una vez le dije: Belén, llevamos juntos cincuenta años de serena felicidad. ¿No es admirable? Me miró a los ojos, sonrió suavemente y dijo: ¡Ha sido como un juego!

Pero dos días antes de morir, devastada por el cáncer, me agarró la mano y dijo, mirándome nuevamente con mirada que provenía desde el infortunio: ¡Hice de ti un águila y un trueno! ¡No permitas que esta gente bolivariana arruine tu vida!

Son más que recuerdos. ¡Son anhelos de vida!

¿Qué añoras?

Añorar es como deslizarnos en la nostalgia y la nostalgia es, a su vez, una trampa que nos tiende el tiempo para atraparnos, para no dejar que avancemos y poder darnos latigazos. Pero el pasado sigue estando allí y volvemos a él buscando una armonía, un respiro, algún aire fresco. Me basta con recordar la caída de la hoja al desprenderse de la rama del árbol. Conocer una nueva ciudad, leer una buena novela, dejarme llevar por el poema. Besar a mi mujer.

De estos pequeños deseos está impregnada mi vida más secreta. En la otra, visible y estentórea, aparecen la política, los destinos humanos, las peripecias del país, las toxinas ideológicas que tratamos de combatir a manotazos.

¿Cuál fue la enseñanza principal que les dieron ustedes a sus hijos?

Les enseñamos a cada momento lo que habría de ser el más difícil de sus actos: ¡ser libres! Ser cada uno su propio camino. Evitar la academia, el rigor de lo inamovible. Cuestionar. No aceptar de entrada lo que se aprende sino después de verificar que es cierto. Me tocó siendo niño darle la mano a un sátrapa paraguayo que vino de visita en tiempos de Medina Angarita, mi presidente militar civilista. Cuando supe que aquel Higinio Morínigo era un espantoso dictador, me convertí en el alumno más rebelde que hayan conocido los anales educativos venezolanos. Belén, en cambio, se negó siendo bailarina a darle la mano a Stroessner, otro tirano del Paraguay. Quisimos advertir a nuestros hijos. Por eso les enseñamos a ser libres.

Un día escuché la música…

¿Qué hecho o circunstancia te convirtieron en escritor?

Durante un tiempo fui crítico o comentarista de cine. Me preocupaba no poder transcribir en palabras la belleza visual de las escenas cinematográficas. Batallar con dos lenguajes. Dos códigos. Descubrí o se me reveló que tenía que aprender mi idioma, afinarlo, tratarlo con más respeto y veneración, y un día escuché la música que se esconde detrás o en el fondo de las palabras y ese día me convertí en escritor, pero también en mejor crítico porque siendo escritor comprendía mejor el lenguaje del cine.

¿Qué significó el cine en tu formación?

Avivó mi imaginación, mostró nuevos ángulos de percepción. Pero hubo algo que me estremeció y me afirmó en la vida. Le ocurrió también a mi hijo Boris. Se trata de Lo que el viento se llevó. El melodrama más perfecto del cine de todos los tiempos. La heroína, Scarlett O’Hara, latifundista arruinada por la guerra, arranca una raíz y dice: “¡Juro que jamás volveré a pasar hambre!”. Yo hice, siendo niño, ese mismo juramento. Es decir, me hice O’Hara. El cine se fusionó conmigo. Desde niño ya estaba en mi propia formación humana.

En el arco de mi propia vida he padecido tres dictaduras. Son demasiadas. Entre una y otra, espacios ocupados por democracias imperfectas.

¿Cuál es el recuerdo más alegre que tienes de tu madre y de tu padre?

De mi padre pocos o ninguno. Soy hijo de paternidad irresponsable. Por favor, ¡no me pidas detalles! De mi madre, muchos, no obstante recordarla tendida en una cama clínica. Pero cuando más grande leía a Víctor Hugo, a Stendhal o a Hamlet, sentía que sus historias me eran familiares y descubrí que ella, en lugar de contarme historias de hadas, de Cenicientas y gigantes que viven en las montañas, me contaba las historias de sus lecturas porque era una mujer bella, rica, que recitaba sus oraciones en francés, pero desafortunadamente se topó con un aventurero que la descuartizó, acabó con la fortuna familiar y le clavó siete hijos. Soy el menor.

Esa fue la enseñanza imborrable que me dieron. La cultura y la sensibilidad por el lado materno y la irresponsabilidad por el otro.

Nunca pensé que me iba a doler el alma…

Tu escritura es el país y la gente del país. ¿Cómo vives y sientes el país en estos tiempos?

He llegado sin mayores contratiempos a los noventa años. Cuando escalaba los dieciocho veía el futuro del país venezolano próspero y espléndido, en democracia, como un jardín edénico. Pero llegué al futuro y lo que encuentro es desolación, ruina y despojos. En el arco de mi propia vida he padecido tres dictaduras: la de Juan Vicente Gómez no me tocó directamente porque apenas tenía cuatro años cuando murió en Maracay. Pero la de Pérez Jiménez me agarró en plena juventud y la de Chávez-Maduro en la senectud. Tres son demasiadas. Entre una y otra, espacios ocupados por democracias imperfectas.

Por eso siempre he vivido mal, porque casi siempre la cultura ha sido mal vista por los políticos en el gobierno. Hoy, agobiado por el régimen militar, casi no vivo porque tampoco vive el país envenenado por la toxina bolivariana.

¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más? ¿Ves algo apocalíptico o es sólo una cuestión de que el ser humano supere sus ignorancias?

Nunca pensé que me iba a doler el alma. Y es lo que más me conmueve. Hay un país devorado por la ignominia criminal del narcotráfico, las desconsideradas armas militares y la aplastante mediocridad de sus mandatarios. Otro país permanece aventado por todas partes víctima de una diáspora absurda. Y está el país en el que creo vivir. Sobrevivo porque tengo helechos que cuidar, porque siempre hay esperanzas y el sol muere cada tarde para renacer mañana.

Y repito acá lo que digo donde quiera que me encuentre: “Cuando el país vuelva a ser y el horizonte recupere esa línea imprecisa que confunde al cielo con el mar y creíamos perdida nosotros, tú y yo, juntos, navegaremos hacia el sol”.

Las enormes minas de carbón que salvaron y martirizaron a Europa surgieron de los helechos que murieron hace millones de años.

La última palabra la tienen los helechos

Los helechos son inmortales. Desde hace 350 millones de años están conectados al sol convirtiendo sus rayos en vida. Su existencia es más antigua que la de los seres humanos; estaban en el planeta mucho antes de que los dinosaurios nacieran. Los helechos son muy interesantes y misteriosos, pero sólo sería permitido describirlos y narrarlos a través de una palabrería científica y antigua que nadie podría comprender. Si en alguna parte figura la lengua de Dios, es ahí donde pueden hallarla, en la intimidad de los helechos.

—Las esporas pueden dar gametos masculinos y femeninos…

—¿De qué estás hablando?

—De esporófitos isosporados…

—Está bien.

Los helechos se alimentan con los rayos de la enorme estrella. No tienen semillas ni flores. Las enormes minas de carbón que salvaron y martirizaron a Europa surgieron de los helechos que murieron hace millones de años.

Gabriela Mistral escribió un poema titulado “Helechos”. He aquí unos versos: “Óiganlos dormir, dormir / sin moverles un cabello / Ellos no viven ni mueren / sólo escuchan el silencio”.

Lope de Vega se inspiró: “Caen de un monte a un valle, entre pizarras / guarnecidas de frágiles helechos / a su margen carámbanos deshechos / que cercan olmos y silvestres parras”.

Vicente Gerbasi mencionó varias veces los helechos en Mi padre, el inmigrante: “Hay un resplandor cóncavo de helechos / una resonancia de insectos / una presencia cambiante del agua en los rincones pétreos”.

Y don Julio Flórez, cuando se volvió canción: “Ellas son mis dolores, capullos hechos / los intensos dolores que en mis entrañas / sepultan sus raíces, cual los helechos / en las húmedas grietas de las montañas”.

Emily Dickinson adoraba las flores, pero también dedicó amorosos cuidados poéticos a los helechos. Dylan Thomas escribió un poema titulado “La colina de los helechos”, en donde aparentemente no los menciona, pero quizá los sugiere: “y un juego lleno de belleza y agua / y el fuego verde como pasto”. Pura especulación.

—Rodolfo Izaguirre ama los helechos.

—Sí. Él entiende los lenguajes sagrados de las matas.

—Muchísimas personas amamos a Rodolfo… ¿Significa que también queremos a los helechos?

—Sí. Todo esto es un cariño inmortal.

(*) Poeta, narrador y periodista venezolano (Villa de Cura, Aragua, 1945). Reside en Génova, Italia. Dirigió las revistas BCVCultural, del Banco Central de Venezuela (BCV), hasta 2012, y Circunvalación del Sur, del Círculo Metropolitano de Poesía, en 2008, así como las páginas de arte de los diarios venezolanos El Nacional (1981-1988), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Universal (1996-98). También fue jefe de redacción de la revista Imagen (1994-1996). Ha publicado los poemarios Esto (1971), Paralelo lelo (1971), Los poseídos (1999, Premio Municipal de Literatura 2000, mención Poesía), Peregrino de vidrieras (2001), Duermevela (2004) y Heridas espaciales y mermelada casera (2019), y las novelas Muro de confesiones (1985), Pelo blanco (1987), Una mazurkita en La Mayor (1989), Los mágicos (1999), La canción del ciempiés (2004), El bululú de las ninfas (2007, II Premio Miguel Otero Silva de Novela), El requetemuerto (2012) y Ponzoña de paisaje (2015). Además es autor de los libros de cuentos Vuelve al lugar que se te ha señalado (1998) y Los héroes son villanos tímidos (2013), de los libros de entrevistas Muro de confesiones (1985) y La sal de la tierra (2004), y de las biografías Dudamel, la sinfonía del barrio (2011), y Luis Domínguez Salazar: el pintor de los misterios (2013). Textos suyos forman parte de antologías como Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, España, 2018), Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà (Borella Edizioni, 2018) y El puente es la palabra, antología de poetas venezolanos en la diáspora (Kira Kariakin y Eleonora Requena, compiladoras; Caritas Venezuela, 2019), entre otras. Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. En 2012 participó como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En 2018 y en 2019 fue invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova. En 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la serie “José Pulido pregunta” y publica las entrevistas que ha realizado a creadores literarios y demás artistas.

Fotografía: Andrés Kerese • Prodavinci

01/11/20:

https://letralia.com/entrevistas/2020/11/01/rodolfo-izaguirre/?fbclid=IwAR1Ness5pB_XpixlUfmcqhQ7BU64Zm9sx7iXHM9cxocJLPufAKXUfIdPutE


HOLA, RODOLFO IZAGUIRRE

José Pulido (*)

Alto en lo cimbreante estilo palmera
su alegría atraviesa avenidas turbadas de monóxido
hasta que ve surgir bailarinas de brisa en las acacias
obtiene júbilos cuantiosos, una selva dentro de otra selva,
con apenas quedarse contemplando
un helecho pequeño atormentado
por un insecto que pasa y se camufla

(¿Ves aquella hermosísima figura
danzando en las nieblas del recuerdo?
Yo soy su danza cada vez que siento)

Sus alegrías son más bonitas
que ir el domingo a un restaurante chino en compañía de tu amor
su espíritu sereno equivale a sentarse en la montaña coronada
y mirar hacia abajo

(¿Ves la bicicleta de cuando no circulaban tantos carros?
Era mía)

El silencio se mueve en las hojas secretas del jardín
un diminuto torbellino entró y salió y es de suponer que inclusive
hizo que los rayos de luz cambiaran de lugar y se detuviera la erosión de
todas las superficies alisadas en los reinos censados por los ojos
y eso también deviene en alegría de hombre solo

Los que se fueron y lo dejaron ahí pensando en ellos
saben que tiene a mano una irrepetible cualidad, una historia
para estremecerse en la amistad
como una selva dentro de otra selva

¿Qué puede hacer el arte en un cuerpo humano?
eso que ha venido haciendo con él desde la infancia
esa conciencia de una bella decencia que se extingue
en el infierno extinguidor
esa asunción de lo portentoso y lo sencillo
Esa manera de enviciarte el cariño
para que nunca se te ocurra olvidar
su nombre, su apellido y su persona.

(*) Un poema que le escribí a Rodolfo Izaguirre en el año 2018 y que hoy sale para que sepa que lo queremos. La fotografía es de Manuel Sardá, otro artista de la imagen.

21/04/2022:

https://www.facebook.com/photo/?fbid=10228829755109812&set=a.4673512116907

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