EL NACIONAL - Domingo 07 de Julio de 2013 Opinión/9
LA VIDA DE NOSOTROS
Raúl Fuentes
Antes de que el director Florian Henckel von Donnersmarck nos asombrara y estremeciera con La vida de los otros (Das Leben der Anderen, Alemania, 2006), y comenzáramos a cobrar conciencia de que el espionaje nada tiene que ver con el romántico mundo de aventuras que Hollywood y las novelas de intriga, inspirados en la Guerra Fría, crearon para solaz de los aficionados al género, un cineasta cubano, Eduardo del Llano, retrataba, en clave satírica, la omnipresencia de los servicios secretos en la vida cotidiana de los isleños que se apañan para sobrevivir bajo la asfixiante dictadura de los hermanos Castro.
El sórdido proceder del capitán de la Stasi (Ministerio para la Seguridad del Estado de la extinta RDA) encargado de escudriñar la conducta de un dramaturgo cuya novia está en la mira del ministro de cultura contrasta con la desfachatez de los dos pícaros agentes de inteligencia que invaden la intimidad de Nicanor O’Donnell, el personaje central de Mounte Rouge, cortometraje que, en 2005, causó furor en la isla y, por supuesto, en Miami y Caracas. Ambos casos tienen, sin embargo, un vértice de convergencia, pues el G2 cubano fue asesorado por la Stasi y, también como ésta, por la tenebrosa KGB de la desaparecida Unión Soviética.
La intervención de teléfonos, las grabaciones ilegales de audio y video, la implantación de artilugios para el registro de conversaciones y su posterior manipulación y edición como instrumentos de chantaje y propaganda, el acoso y persecución a periodistas y dirigentes de oposición, en fin, los métodos y procedimientos utilizados por los fisgones antillanos que son ya de uso frecuente en Venezuela revelan que el gobierno de Maduro, como antes lo hizo el de Chávez, ha puesto bajo el mando de los cubanos la gestión de los organismos de inteligencia encargados de la seguridad nacional.
"Seguridad Nacional" se llamaba, por cierto, la temible policía política de Pérez Jiménez y de ella los servicios secretos venezolanos, antes y después de Chávez, adoptaron la tortura como sistema de investigación, porque seguimos siendo un país tercermundista donde los derechos humanos son para la retórica discursiva de quienes no diferencian entre la Constitución y el papel tualé. Pero, también somos, o creíamos ser, un país rico; por ello nos podemos dar el lujo de comprar sofisticados equipos de apoyo a operaciones de inteligencia equiparables a las que conduce Ethan Hunt en Misión imposible, tal como lo quería Chávez cuando contrató con China la adquisición del satélite Simón Bolívar, destinado a lograr un "manejo absoluto y seguro de la información".
Con los cubanos bien dispuestos, con tecnología de punta a su merced y con un ministerio de información dado al sensacionalismo, se montó un dispositivo de escucha en la residencia de un ilustre venezolano, Germán Carrera Damas, cuyo talento y el hecho de haber sido profesor de una destacada mujer de la oposición, María Corina Machado, lo señalaban como sospechoso de subversivo y autorizaban su seguimiento.
El ilícito monitoreo de una conversación que se prolongó más de dos horas fue transformado por los editores al mando del ministro Villegas en nueve minutos de diálogo descontextualizado, el cual fue difundido por "el canal de todos los venezolanos" a fin de desacreditar a la MUD. La jugada dejó mal parados a Ernesto Villegas y a Jorge Rodríguez, quienes en virtud del fallido gambito se desacreditaron ellos mismos.
Lo acontecido podría pasar al anecdotario nacional como una torpeza más de un gobierno genéticamente incompetente, pero el asunto tiene otras implicaciones porque desnuda la doble moral del régimen, por lo menos es lo que queda al descubierto cuando el impugnado presidente Maduro salió de safrisco a prender su vela en el entierro, perdón, el asilo Edward Snowden.
"Nadie puede espiar a nadie, nadie puede perseguir a nadie", afirmó Maduro al referirse al ex agente norteamericano cuya extradición pretende Estados Unidos. Por eso dijo estar dispuesto a ofrecer la hospitalidad venezolana a quien, según su limitado entender, podía ser capturado y asesinado por el imperialismo yanqui.
Esta postura oficial en materia de espionaje y contraespionaje podría mover a la risa, como el ofrecimiento de una antena parabólica que le hicieran los agentes del G2 a Nicanor O’Donnell al final de Mounte Rouge, o el desconsuelo que nos invadió cuando vimos al capitán Wiesler convertido en humilde repartidor al término de Das Leben der Anderen. Pero, no. Ni lo uno ni lo otro. Y, mucho menos, todo lo contrario: hay que estar alerta ante esta abusiva, continua y, sobre todo, ilegal intromisión en la vida de nosotros.
Ilustración: Ugo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario