DE UNA VUELTA A LA ANOMIA
Luis Barragán
Ya sentimos
los años de una creciente desescolarización ya imposible de pretextar con la
consabida pandemia, por lo demás, irresistible por las causas estructurales que
la empujan. Nada gratuito es que los hechos de fuerza digan de una coexistencia
obviamente forzada, porque la agresión se impone por encima de toda norma y,
salvo que huyamos despavoridos del país, nos vemos obligados a soportar una
situación que raya en la anarquía.
El caos
cotidiano favorece al régimen que no encuentra autoridad pública que lo sea
real y convincentemente, con todo lo que jurídicamente comporta. Valga acotar,
muy distinto al autoritarismo cotidiano, los abusos de poder y otras facetas
propias de este socialismo del siglo XXI.
Nada gratuita
la anomia destructiva que nos aqueja, entendida como el incumplimiento y burla
de las normas de convivencia social, pacíficas y respetuosas orientadas al bien
común. Sobre todo, en la selva de
cemento, cada quien debe bregar por sí mismo y la supervivencia física antecede
y explica la económica, según condena que los venezolanos sufrimos desde hace
más de veinte años.
El mejor
ejemplo, es el del tránsito terrestre y la emblemática violencia de los
motociclistas, transportistas públicos, e individualidades que surcan la
geografía nacional amparadas por guardaespaldas, vehículos sin placas que
constituyen la mejor presunción de un intocable chivo pesado. Se dirá que hay
conductores conscientes, pero - ¿para qué llamarnos a engaño? – la pauta la
marca una gran mayoría de la que también dudados que haya presentado los
exámenes correspondientes para manejar, por no citar aquellos que autoricen un
certificado médico.
Otra escena
frecuente, muy pocos muchachos andan por la derecha en la calle, respetan las
colas de personas, saludan en la mañana o en la tarda al llegar a un sitio, dan
las gracias, cantan públicamente el himno nacional, o respetan la bandera
tricolor. Y es que no tuvieron, ni tienen, escuela que les enseñe la más
elemental caminata por los espacios públicos, tampoco aprendieron a hacer filas
o los gestos de cortesía, no cantaron el
himno a diario y jamás izaron la bandera, ya que – contrario a las décadas de
muy antes – no tuvieron, ni tienen, una casa escolar para convivir, aprender,
aprender a aprender, y desarrollar relaciones de afecto.
E, incluso,
preocupa que haya manifestaciones desenfadadas de adultos en los oficios
religiosos. La anomia les está dando alcance: por ejemplo, consecuentes con una
manía muy venezolana, hay quienes
reservan espacios y hasta todo el banco para quienes llegan tarde a la misa, o
existen feligreses que burlan la cola nada más y nada menos que para
confesarse.
Volvemos al
tema, reconociéndonos en un socialismo anómico.
Y, por consiguiente, necesariamente violento.
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