DE UNA ÉPICA TELEVISIVA DEL QUIRÓFANO
Luis Barragán
De muy niños, recordamos en casa dos celebérrimas
series transmitidas en ruda competencia por los otrora principales canales venezolanos
de televisión. Relacionadas con la rutina médica y sus emergencias, nuestra
audiencia hizo suya el Dr.
Kildare y Ben Casey, abnegados
y heroicos galenos, como mucho más tarde ocurrió con el Dr. House y Grey's Anatomy
de un distinto y muy particular enfoque, ya por canales de suscripción.
De consultar a las redes,
encontraremos seguramente otras más actualizadas alternativas propias de una
pujante industria del entrenamiento que versa sobre los centros hospitalarios,
por cierto, holgadamente equipados y con un personal frecuentemente especializado,
decidido y eficaz. Nada difícil imaginar la riqueza de los libretos de tratarse
de nuestros hospitales, médicos, enfermeros y camilleros de guerra, claro está,
cuando existen en la extensa geografía
nacional.
De un modo u otro, la
programación incentiva posibles vocaciones en un ámbito que también exige
insólitos sacrificios, e informa de algunos pormenores del ejercicio
profesional, por superficial que fuere. Excepto que seamos pacientes y
afrontemos la cruda realidad de un servicio público de tan precarias
condiciones y recursos, o de otro privado capaz de devorar toda la póliza de
seguro para quedar en la calle a los días, igualmente enfermos, poco se sabe de
la rigurosa disciplina.
Presumimos que, muy antes,
los jóvenes conocían más del asunto, ora, por el relativo funcionamiento y
acceso a los servicios de salud; ora, por una básica libertad de prensa que
daba cuenta de las fallas e, igualmente, aciertos que entraban legítimamente al
debate político, partidista y gremial. En todo caso, por décadas, la medicina
fue el óptimo camino hacia un rápido ascenso social, dependiente o no del
Estado, que bien lo puede sintetizar el Albertico Limonta, protagonista de una
telenovela de profunda penetración en los sectores populares: “El derecho de
nacer”.
Nos preguntamos de los
actuales incentivos para cursar estudios medios y superiores en materia de
salud, incluyendo aquellos orientados a las innovaciones tecnológicas que les
son tan indispensables. De surgir la ilusión silvestre de salvar vidas en un
quirófano, el aspirante ha de pasar por la dura realidad de aspirar, acceder y
sostener el cupo en una acreditada institución educativa, informándose de su
propia existencia, circunstancia ésta que ya no es tan común como pudiera
pensarse.
Quizá, la natural y profusa
publicidad de la santidad de José Gregorio Hernández contribuya a exaltar el heroico ejercicio profesional del médico que realmente también lo fue, avanzado investigador y profesor de
nuestra emblemática universidad. Porque
la fe sin obras, es cosa muerta, el trujillano finalmente conjugó una profunda
preparación espiritual – precisamente – obrando como un médico confiable y de
una extraordinaria formación académica y un eximio desempeño como investigador
y docente: Dios actuó a través del médico que fue, mas no del curandero que ha
de tentar a los propagandistas del momento.
Reproducciones: John Dugdale / “This series follows
Royal Blackburn Hospital’s critical care teams”. The Sunday Times, 20/04/25.


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