LOS VEJARRACOS DEL ROCK
Luis BarragánEn los años sesenta del veinte, el rock encarnó una
poderosísima ilusión de inmortalidad. El género se impuso como la más natural
expresión de las juventudes del mundo desarrollado que, nada casual, gozaron de
una vigorosa industria discográfica de estupendas cifras de exportación.
La vejez prácticamente constituía un insulto o una
afrenta social, demandado en todas las latitudes un inmediato relevo
generacional. Vejez incomprendida mientras avanzaban en edad y madurez las
grandes superestrellas que nunca se imaginaron portadores de un emporio de
arrugas, a pesar de la vida desordenada que llevaban y prometía, como ocurrió
en varios casos, una muerte prematura.
Frecuentemente, se lamentaba el rompimiento de una banda, pues, valga la paradoja, se les quería disfrutar - por décadas - bien intacta. Además, era un negoción el reencuentro. Sin embargo, paradigmático, The Beatles permanecieron separados por siempre y sus integrantes desarrollaron sus talentos independientemente, pues, el asesinato de John Lennon acabó con esa magnífica oportunidad de negocios que anunciaba la sola coincidencia en el concierto para Bangladesh de fines estrictamente humanitarios.
Los ídolos del rock, inexorablemente envejecieron y, hasta octogenarios, se han encaramado a cantar y danzar con las multitudes, como The Rolling Stones, y, no podía faltar, la banda Oasis (pop británico), originada en los remotos años noventa del siglo pasado, volvió a sonar recientemente tras la reconciliación aparente de sus líderes, los hermanos Liam y Noel Gallagher, cincuentones que tuvieron un serísimo problema personal. Por cierto, en julio próximo pasado, al llenar el estado de Wembley (Londres), perdió la vida accidentalmente una persona adulta, por lo que dijeron que reforzarán las medidas de seguridad durante la gira internacional de pronto inicio, lo cual ha de asombrarnos el perfeccionamiento del espectáculo que probablemente tiene en Coldplay, su mejor expresión.
Ilustración: Pablo Lobato.
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