miércoles, 13 de agosto de 2025

Bemoles del espectáculo

LOS VEJARRACOS DEL ROCK

Luis Barragán

En los años sesenta del veinte, el rock encarnó una poderosísima ilusión de inmortalidad. El género se impuso como la más natural expresión de las juventudes del mundo desarrollado que, nada casual, gozaron de una vigorosa industria discográfica de estupendas cifras de exportación.

La vejez prácticamente constituía un insulto o una afrenta social, demandado en todas las latitudes un inmediato relevo generacional. Vejez incomprendida mientras avanzaban en edad y madurez las grandes superestrellas que nunca se imaginaron portadores de un emporio de arrugas, a pesar de la vida desordenada que llevaban y prometía, como ocurrió en varios casos,  una muerte prematura.

Frecuentemente, se lamentaba el rompimiento de una banda, pues, valga la paradoja, se les quería disfrutar - por décadas -  bien intacta. Además, era un  negoción el reencuentro. Sin embargo, paradigmático, The Beatles permanecieron separados por siempre y sus integrantes desarrollaron sus talentos independientemente, pues, el asesinato de John Lennon acabó con esa magnífica oportunidad de negocios que  anunciaba la sola coincidencia en el concierto para Bangladesh de fines estrictamente humanitarios.   

Los ídolos del rock, inexorablemente envejecieron y, hasta octogenarios, se han encaramado a cantar y danzar con las multitudes, como The Rolling Stones, y, no podía faltar, la banda Oasis (pop británico), originada en los remotos años noventa del siglo pasado, volvió a sonar recientemente tras la reconciliación aparente de sus líderes, los hermanos Liam y Noel Gallagher, cincuentones que tuvieron un serísimo problema personal. Por cierto, en julio próximo pasado, al llenar el estado de Wembley (Londres), perdió la vida accidentalmente una persona adulta, por lo que dijeron que reforzarán las medidas de seguridad durante la gira internacional de pronto inicio, lo cual ha de asombrarnos el perfeccionamiento del espectáculo que probablemente tiene en Coldplay, su mejor expresión. 

Estas facetas de la cultura popular, añadida la relativa aceptación de la senilidad en camino, poco, muy poco, se ve en este lado del mundo respecto a los grandes astros de la canción definitivamente olvidados, dada la quiebra evidente de nuestra industria musical. Y, menos, que ocurra algo semejante al también reciente concierto que dio Ozzy Osbourne (uno de los favoritos de Alfredo Escalante), semanas antes de morir.

Ilustración: Pablo Lobato.

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