lunes, 11 de agosto de 2025

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DEL ANALFABETISMO DIGITAL

Luis Barragán    

Impresiona cuan habilidosos son los jóvenes para manejar los más recientes artefactos y aplicaciones que, por cierto, tenerlos, pareciera que dan estatus y distinción. La tecnología resignadamente importada, los desafía especialmente al darles y prometerles una diversión ilimitada y, además, a través del corrector automático, si lo desearan, pueden extenderse en sus mensajes escritos, aunque – vale más la pereza – tienden a abreviarlos arbitrariamente en caso de faltarles una aplicación que lleve el audio a la letra. Sin embargo, la demanda estelar es la de una mayor banalidad, característica esencial del mercado digital, siendo proporcionalmente pocos los que se atreven a profundizar – incluso – técnicamente en la herramienta o medio utilizado.

Carecemos de cifras confiables, intuyendo que hay sectores de la población que saben y pueden arreglar a nivel básico los teléfonos inteligentes y otros artilugios afines, o instalar redes. Que sepamos, no hay el número deseable de aulas que enseñen las nociones más elementales para arreglar los peroles electrónicos, por lo que la cosa se aprende en el camino al igual que ocurre con la conducción de los vehículos automotores; esto es, a pepa de ojo.

Un caso parecido es el de la población un poco más o lo bastante adulta, que completa la mayoría que nos alistamos en las huestes del analfabetismo electrónico.  Nacimos y crecimos en otra era, y, no faltaba más, siendo distinto el oficio personal, nos cuesta solventar casi todos los problemas del aparato sea de mesa o portátil, y  las aplicaciones correspondientes. No obstante, persistimos en su empleo, porque no hay maneras más expeditas en un país de creciente aislamiento, para acceder a un mundo del que profesionalmente también nos servimos.

Obviamente, gustamos más del papel, extrañando aquellos periódicos casi hipertextuales que nos permitían ir directamente a sus secciones, páginas o cuerpos de interés, sabiendo de sus reporteros y columnistas de opinión, como de sus servicios (quizá la cartelera cinematográfica era la más popular de sus ventajas). En teoría, virtualmente todo lo tenemos a mano, añadida nuestra caracterización como consumidores, pero no ocurre nada igual al papel: la conexión es más costosa y accidentada, en este país en el que todo se encarece, y las reparaciones se hacen tanto o más difíciles, ya que cada día son más numerosas e inalcanzables las novedades, y no siempre resultan honestas las personas que dicen resolver los problemas.

En medio de las precariedades, el mercado privilegia a aquellos que son capaces de arreglar nuestros artefactos interneteanos, frecuentemente diestros autodidactas que constituyen una mano de obra buena, bonita y barata en las tiendas especializadas. Y esto, mientras entren divisas en el país para sostener una rama comercial tan exigente.

Ilustración: Gerhard Hereder.

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