DEL ANALFABETISMO DIGITAL
Luis Barragán
Impresiona cuan habilidosos son los jóvenes para manejar
los más recientes artefactos y aplicaciones que, por cierto, tenerlos, pareciera
que dan estatus y distinción. La tecnología resignadamente importada, los
desafía especialmente al darles y prometerles una diversión ilimitada y,
además, a través del corrector automático, si lo desearan, pueden extenderse en
sus mensajes escritos, aunque – vale más la pereza – tienden a abreviarlos
arbitrariamente en caso de faltarles una aplicación que lleve el audio a la
letra. Sin embargo, la demanda estelar es la de una mayor banalidad,
característica esencial del mercado digital, siendo proporcionalmente pocos los
que se atreven a profundizar – incluso – técnicamente en la herramienta o medio
utilizado.
Carecemos de cifras confiables, intuyendo que hay
sectores de la población que saben y pueden arreglar a nivel básico los
teléfonos inteligentes y otros artilugios afines, o instalar redes. Que sepamos,
no hay el número deseable de aulas que enseñen las nociones más elementales
para arreglar los peroles electrónicos, por lo que la cosa se aprende en el
camino al igual que ocurre con la conducción de los vehículos automotores; esto
es, a pepa de ojo.
Un caso parecido es el de la población un poco más o
lo bastante adulta, que completa la mayoría que nos alistamos en las huestes
del analfabetismo electrónico. Nacimos y
crecimos en otra era, y, no faltaba más, siendo distinto el oficio personal,
nos cuesta solventar casi todos los problemas del aparato sea de mesa o portátil,
y las aplicaciones correspondientes. No
obstante, persistimos en su empleo, porque no hay maneras más expeditas en un país
de creciente aislamiento, para acceder a un mundo del que profesionalmente
también nos servimos.
Obviamente, gustamos más del papel, extrañando aquellos
periódicos casi hipertextuales que nos permitían ir directamente a sus secciones,
páginas o cuerpos de interés, sabiendo de sus reporteros y columnistas de
opinión, como de sus servicios (quizá la cartelera cinematográfica era la más
popular de sus ventajas). En teoría, virtualmente todo lo tenemos a mano,
añadida nuestra caracterización como consumidores, pero no ocurre nada igual al
papel: la conexión es más costosa y accidentada, en este país en el que todo se
encarece, y las reparaciones se hacen tanto o más difíciles, ya que cada día
son más numerosas e inalcanzables las novedades, y no siempre resultan honestas
las personas que dicen resolver los problemas.
En medio de las precariedades, el mercado privilegia a
aquellos que son capaces de arreglar nuestros artefactos interneteanos,
frecuentemente diestros autodidactas que constituyen una mano de obra buena, bonita
y barata en las tiendas especializadas. Y esto, mientras entren divisas en el
país para sostener una rama comercial tan exigente.
Ilustración: Gerhard Hereder.
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