El pasillo de Ingeniería fue un espacio estelar e intocable de la Universidad Central de Venezuela. Remoto el recuerdo, se vendían en ofertas libros que estaban tendidos en el suelo. Después, con el tiempo, la estantería adquirió una estructura permanente. Al frente, venta de una insigne filmografía, programas informáticos, copias fotostáticas y otros elementos. Copados todos los puestos, los había tan extendidos que parecían casi un “centro comercial” del libro. Buenos libreros, buenas ofertas. Recordamos tanto a la llamada “camarada del politburó”, pero también los “locales” con empleados: alguna vez, preguntamos a uno de ellos, y nos dijo que aspiraba a estudiar en la UCV; y, en otra, una muchacha, nos dijo que era un trabajo como cualquiera, desinteresada en las aulas. ¡Ay de quien osara siquiera balbucear que los armatostes de metal afeaban al lugar! Primero salía de la universidad, cual victimario del pensamiento crítico, que los propietarios de las bienhechurías.
Habituados al paisaje, no lo imaginamos sin las caparazones de libros. Se vería completamente desnudo, despejado, semejante a otros espacios, pero, a la vez, recuperaríamos la mirada y perspectiva original, la de Carlos Raúl Villanueva.
Es la crisis, la catástrofe, la molicie que saca a los libreros. Digamos que impunemente. Porque nadie reclama la destrucción de la universidad. Ni siquiera ellos. Algunos concurren a ver qué hacen. Otro, abandonan – además – los sitios antes privilegiados. Se mantiene al finalizar el pasillo, intacto, el pendón de la comisión de allanamiento de la universidad. Nadie l toca, ni como un gesto de tremendura. Fuese una placa imperecedera para dejar constancia de los trabajos hechos. ¿La mandaría a hacer? En todo caso, hace las veces un pendón de material sintético diseñado con mal gusto.
Después de tantas veces vistas, nos antojamos con una ardilla mientras tomábamos el café. Repitiendo la rutina de sus letrados antepasados.
Fotografías: LB (Caracas, 08/02/2022).
LB
El pasillo de la Facultad de Ingeniería era justamente eso, un camino de tránsito entre facultades, un lugar limpio, despejado, rodeado de plantas que lo adornaban a cada lado, y que podían hasta olerse desde las aulas de la planta baja del edificio de la Escuela Básica de Ingeniería al igual que las de su otro lado, las de Humanidades. Esa estética de pulcritud desapareció con la "renovación" universitaria, convirtiendo esos pasillos en un mercado persa, con ranchos de cartón donde habitaban familias que hasta vendían fritangas, y libros, con el inmediato deterioro de toda la infraestructura. Hay más episodios de esa época, como el que arrasó con el auditorio de mi facultad, anexo a su biblioteca, y el asqueroso mural en la área central de ese edificio. Todo valía pues a partir de 1972 para darle cabida a un errado concepto de cultura y participación popular, al tiempo que, paradojicamente, se deterioraba el comedor popular, entre otros servicios. Todo en nombre de aquella izquierda ignorante e incompetente que sembró esos pasillos de artesanos suramericanos, confundiendo el espacio universitario con el de un mercado. Los libros bien se podían vender en un espacio habilitado en otra parte de la universidad. Hay que haber vivido la época anterior a los inicios de los 70 para poder valorar en toda su magnitud la degradación estética y física de aquella nuestra casa. Cuestión de defender ese espacio académico, que ninguno de los decanos de esa facultad se atrevió a hacer. Luego la cosa mejoró y los estantes de libros fueron más "modernos", aunque de todas formas, nuestros pasillos nunca debieron ser puntos de venta, y si vamos al detalle, tampoco debieron existir algunos cafetines fuera de los edificios mismos, ya concebidos originalmente para ello. En fin....
ResponderBorrarToda la razón, Hermann.
ResponderBorrar