MIGRACIÓN, MUERTE E IMPUESTOS
Luis Barragán
Pocos días
atrás, ocho venezolanos cruzaron la calle para tomar el autobús después de pernoctar
en un centro para personas sin hogar, en
Brownsville, localidad de Texas, zona fronteriza entre Estados Unidos y México.
Esperando por el transporte público, una camioneta literalmente se los llevó
por el medio.
El conductor
homicida estuvo bajo los efectos de marihuana y cocaína, según varias fuentes.
De amplio prontuario policial, le harán cargos por un delito culposo. No
obstante, el asunto no está en precisar la naturaleza y los alcances del tipo
penal, sino en la responsabilidad del régimen que domina por la fuerza a los
venezolanos que en un elevado y alarmante porcentaje se ha visto obligado a
salir del país; por cierto, abrigamos la convicción de una expulsión premeditada,
sistemática y paciente, acaso, ideada una suerte de invasión masiva de los
países desarrollados por los teóricos de la derecha o izquierda que, igual da,
antioccidental.
Al igual que
en Ciudad Juárez, México, donde falleció un número importante de paisanos
encerrados bajo un voraz incendio, con conocimiento de los funcionarios de
Inmigración, poco o absolutamente nada comentaron los voceros del sector
oficialista por estas comarcas. Simplemente, no se sienten aludidos ni
compelidos a balbucear un mensaje de condolencia, aunque ellos tampoco
responden por la integridad física de nadie en el propio territorio nacional:
dirán que todavía falta para que los hijos y nietos carguen con el sentimiento
de culpa que algún día descubrirá el analista de turno, tratándose de
victimarios desentendidos de un masivo flujo migratorio que nunca antes vimos,
huérfanos de una narrativa que les sirva
de pretexto.
Nada difícil
de imaginar los costos y sufrimientos de los coterráneos que van tan lejos,
faltando poco, para morir tan injustamente. Y en lugar de preocuparles su
suerte, hay quienes acá plantean, planean e intentan quitarle lo que económicamente
hagan más allá de la raya limítrofe, fruto de su trabajo, claro está, con
excepción de los secretísimos cuentadantes, aquellos que tienen por natural gentilicio
los paraísos fiscales.
El proyecto no
lo enuncia un vocero calificado, o dueño del circo oficialista, sino que lo
deja en manos de un “opositor” (muy bien entrecomillado), dándole la tarea de
lanzar y dejar que corra el propósito de cobrar impuestos a todos y cada uno de
los más de ocho millones de los nuestros que se fajan para ayudar a su
familiares por aquellas y estas latitudes. Un globo de ensayo que mide el costo
político de pechar que seguramente indignará a los propios funcionarios
diplomáticos y consulares de un régimen que cuenta con sus privilegiadas cortes
en el exterior.
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