CRUZ Y SALVACIÓN, MÁS ALLÁ DEL MITO
(San
Juan, 3: 14-21)
Enrique
Martínez Lozano
Para
el pueblo judío, la imagen de la serpiente recordaba, a la vez, las quejas del
pueblo y la misericordia de Yhwh.
Tal
como se narra en el Libro de los Números (21,4-9), ante la dureza de la marcha
a través del desierto, el pueblo empezó a murmurar contra Moisés y contra Yhwh,
que envió serpientes venenosas cuya mordedura les provocaba la muerte. Tras el
arrepentimiento y la intercesión de Moisés, éste recibió el encargo de colocar
una serpiente de bronce sobre un asta: bastaba mirarla, para quedar curado del
veneno mortal.
Se
trata, evidentemente, de un relato mítico, que solo puede ser aceptado
literalmente desde una conciencia mítica, como la que tiene el niño entre los 3
y 7 años, o la que vivió la humanidad entre, aproximadamente, los años 10.000 y
1.000 antes de nuestra era.
Es
obvio que también, en la actualidad, pervive la conciencia mítica en no pocas
mentes humanas: eso explica que, tanto en el nivel de la religión como en el de
los nacionalismos, se mantengan creencias que, vistas desde otro nivel
(simplemente, el "racional"), parezcan cuentos de niños.
Particularmente
en el campo de la religión, es más fácil quedar anclados en ese nivel de
conciencia –aunque la misma persona, en otros sectores de su vida, pueda tener
actitudes postmodernas-, debido al hecho de que los textos sagrados se han
entendido literalmente, como si en su misma formulación hubieran caído del
cielo, revelados por Dios.
A
partir de ese concepto de "revelación", centrado en el literalismo,
el creyente no se atreve a reconocer el carácter histórico, condicionado y, por
tanto, relativo de esos textos, por lo que los sigue repitiendo de una manera
mecánica, sin el menor cuestionamiento. Quizás inconscientemente, en este
terreno, está renunciando a hacer uso de una consciencia más ampliada, que le
proporcionaría otra lectura más adecuada y, por ello mismo, liberadora.
Pero
en el tema concreto que nos ocupa, hay más: una idea mágica de la salvación que
marcaría dolorosamente la conciencia colectiva cristiana durante más de un
milenio.
Una
vez más, se trata de un determinado tipo de lectura, desde un determinado nivel
de consciencia. Así como el pueblo judío pudo creer que bastaba mirar a una
serpiente de bronce para quedar curado de la mordedura venenosa, de un modo
similar, durante siglos, muchos cristianos pensaron que la salvación venía
producida por la muerte de Jesús en la cruz.
Quiero insistir en el hecho de que, mientras alguien se halla en ese nivel de conciencia, tal lectura es asumida sin dificultad. Lo cual no quiere decir que no contenga consecuencias sumamente peligrosas, entre las que habría que apuntar las siguientes:
· imagen de un dios ofendido y vengativo hasta el extremo;
· idea de un intervencionismo divino, arbitrario y desde "fuera";
· idea de una pecaminosidad universal, previa incluso a cualquier decisión personal (creencia en el "pecado original");
· instauración de un sentimiento de culpabilidad, hasta alcanzar límites patológicos;
· creencia en una salvación "mágica", producida desde el exterior.
Estas
consecuencias parecen inevitables cuando se hace una lectura literalista de
determinados textos bíblicos, incluido el que hoy leemos, al comparar la cruz
de Jesús con la serpiente del desierto. Con tal lectura, se dejan sentadas las
bases de toda la "doctrina de la expiación".
Sin
embargo, es posible otra lectura que, reconociendo el carácter
"situado" y, por tanto, inevitablemente relativo de los textos
sagrados, accede a un nivel de mayor comprensión y libera al creyente de tener
que seguir aferrado a un pensamiento mágico o mítico, que por la propia
evolución de la consciencia le resulta ya, no solo insostenible, sino perjudicial.
Ahora
ve en Jesús y en su destino –provocado por la injusticia de la autoridad de
turno- lo que es el paradigma de una vida completamente realizada: fiel y
entregada hasta el final. Por ese motivo, el hecho de "mirar la cruz"
empieza a ser ya salvador: nos hace descubrir en qué consiste ser persona.
Pero
no se trata solo de una mirada "externa", que podría desembocar, en
el mejor de los casos, en una conducta imitativa, que no dejaría de ser
alienante. Desde una consciencia transpersonal y desde el modelo no-dual de
conocer, la lectura se ve enriquecida hasta el extremo.
Al
ver a Jesús, nos estamos viendo a nosotros mismos. Al acceder a una perspectiva
no-dual, nos queda claro que no hay nada separado de nada. En nuestras
diferencias aparentes, se está mostrando la naturaleza común que nos
identifica. De un modo semejante a como, en cada una de las olas, "toma
forma" la única agua que a todas las constituye.
Desde
esta nueva perspectiva, Jesús no es un "mago" que nos salvara desde
fuera; tampoco es un "ser celestial separado" diferente de nosotros.
Es lo que somos todos..., aunque sigamos sin atrevernos a reconocerlo.
En
él se ha mostrado de una manera exquisita la maravilla de lo Real. Por eso,
podemos nombrarlo como Manifestación de Lo que es y Expresión de lo que somos.
Al mirarlo a él, lo primero que nace no es un deseo de "imitación",
sino un reconocimiento de nuestra más profunda identidad.
De
un modo similar, la salvación no consiste en quedar liberados, por obra de una
"expiación" exterior, de una culpabilidad ancestral que se
arrastraría desde el comienzo de la especie humana (aunque quedaría sin
precisar el momento exacto en que el homínido dejó de ser primate y empezó su
andadura de "homo sapiens sapiens").
No
hubo tal cosa como un "pecado original" –en el sentido moralizante en
que lo entendió la tradición-, que habría de culpabilizar a toda la humanidad
que entró en contacto con esa creencia. Lo que hubo –y sigue habiendo- es una
gran inconsciencia, que se traduce en ignorancia radical de quienes somos, y
que se plasma en comportamientos que generan sufrimiento para uno mismo y para
los demás.
Esa
es la "tiniebla" de que habla el texto. Y, por contraste, la
"luz" de que tanta necesidad tenemos, y que los cristianos vemos
resplandecer en Jesús de Nazaret.
En
eso consiste la "salvación": en acercarnos a la "luz", para
reconocer nuestra verdadera identidad –el "agua" que constituye
nuestra "forma transitoria" de "olas"- y, de ese modo,
salir de la ignorancia que nos mantiene confundidos y atrapados en un laberinto
de sufrimiento.
Fuente:
Ilustración: https://de.freepik.com/fotos-premium/zeitgenoessische-darstellung-von-jesus-der-eine-
menschenmenge-segnet_59704808.htm
Actualidad católica (08/03/2024): https://www.youtube.com/watch?v=wxAs1U_zoK4
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