¿DE UN REGRESO ARREPENTIDO A LA POLÍTICA?
Luis Barragán
Demoledora la embestida contra la
institucionalidad partidista en el presente siglo, luce aparentemente inevitable
el regreso a la más genuina fórmula,
permitiéndonos realizar la vida en común no sólo libre y pacífica, sino
productiva y justa. Aquellas
organizaciones creadas o fundadas desde el poder, tendieron y tienden a extinguirse automáticamente una vez que lo abandonan,
o, en todo caso, son susceptibles de una
patética agonía.
Cebados los más duros prejuicios contra los
partidos, algo que fue mucho más allá de la descalificación política e
ideológica u otras de un extenso repertorio, sin dudas, preelaborado, por
supuestísimo, no hubo otra instancia, dispositivo o mecanismo capaz de
reemplazarlos, entre otras razones, por la
más paradójica: destruir a los partidos significaba y significa la inexorable
desaparición de las más legítimas organizaciones de la sociedad civil. Tempranamente detectado el asunto en el curso
de las discusiones que suscitó el Seminario Internacional de Política y
Antipolítica, celebrado en Caracas por abril de 1997, quizá sorprendida la
opinión pública por la novedad del debate,
el espectáculo y sus efímeros efectos,
el nepotismo, o la sola apuesta por las circunstancias que tercamente se
empeñan positivas a pesar de las evidencias, todavía no constituyen respuesta
alguna.
Excepto los parapetos electorales de ocasión,
el partido históricamente promediado en Venezuela, de un modo u otro se hizo
escuela de civismo, a veces, místico, generador de un importante sentido de
altruismo, transmisor fiable de experiencias e ideas, y perfeccionamiento de
las habilidades para ganar adherentes y destrezas para no morir en el intento.
Empero, en la división interna del trabajo partidista, más allá de los afectos
y vivencias, la dura realidad obligaba a un despliegue estratégico que
convocaba a los naturalmente más aptos para la tarea, dándole una definitiva
conducción política a la organización, u organizaciones en el caso de coincidir
bajo determinadas banderas unitarias.
Después de la enorme molienda de los
prejuicios, es necesario regresar a la política allende las emociones que
fáciles surgen y desaparecen, pensándola e implementándola desde las instancias
estables y colegiadas, suficientemente confiables por el significativo hecho de
integrarlas, informadas y creadoras, convincentemente sensatas para concebir y
permear un línea de acción definitivamente trascendente. Algunos de estos elementos existenciales, nos
llevan a la indispensable reconstrucción
de la institución en un aspecto que le es tan vital: el estratégico, pues, por
un lado, no en vano el partido promedio formó y reconoció a militantes o
afiliados por largos años, cuyo aprendizaje frecuentemente comenzaba en los
comicios estudiantiles de liceos y universidades; y, por el otro, el liderazgo
o la jefatura política se explicaba por el concurso del otro y los otros que se
comprometían y también arriesgaban en la dirección.
Valga la parábola histórica, durante la II
Guerra Mundial hubo insignes y emblemáticos generales tácticos y
estratégicos al lado de otros que
fracasaron, precisamente, donde tenían el deber de no hcerlo: “Los peores
generales de la segunda guerra mundial” (https://www.youtube.com/watch?v=N0wzfOVKbeU&t=95s), es una pieza de divulgación que
así lo comprueba. Los hubo asombrosa y sonoramente fracasados a pesar de contar
con superioridad numérica de soldados, buen apresto operacional e instrucciones
claras y precisas para los eventos decisivos que los ocuparon.
A modo de ilustración, el estadounidense Marc
Clark, por entonces, tuvo importantes ejecutorias severamente cuestionadas
entre sus pares, cultivaba la prensa con el esmero de un ego hollywoodense y
tomó apresuradamente Roma al concluir la gran contienda, intentando modelar un
acto heroico y legendario. Gozando del favor de los medios, hizo promesas,
produjo enormes expectativas, adelantaba una epopeya en cada gesto, pero –
afortunadamente – de él no dependió el saldo final de la gran conflagración
mundial.
Así en la guerra, como en la política, cultivar la incertidumbre en las propias filas cual extraño objetivo táctico devenido estratégico, irradiándolo hacia el enemigo, o adversario, tiene efectos contraproducentes, pues, antes de tiempo, habrá los que quieran caer antes de permanecer guindando por siempre luego de una explosión casi festiva de expectativas y promesas forjadas en no pocos ciclos de inactividad. Cuestión meridional, ¿cómo hacer política, haciéndola?
07/01/2025:
https://www.elnacional.com/opinion/de-un-regreso-arrepentido-a-la-politica/
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