SECRETOS DE LA ESPAÑA PROHIBIDA (1939-1975)
Fernando del
Pino Calvo-Sotelo
Toda nación
necesita una identidad común basada en un relato compartido de su historia y en
una celebración de sus éxitos. Sin ellos, la nación se debilita y a la larga se
deshace, algo que no se comprende bien en España —aunque sus enemigos lo
comprendan perfectamente—. Esto no implica negar nuestros fracasos, sino evitar
detenerse en ellos de modo enfermizo. Olvidar el pasado es fatal, pero
quedarnos embobados mirando atrás implica convertirnos en estatua de sal, como
la mujer de Lot.
Es un deber
someter a un examen crítico las creencias dominantes de nuestro tiempo cuando
creamos que son erróneas. En este sentido, y sin perjuicio de la legítima
crítica al personaje histórico del dictador o al régimen que encabezó, creo que
demonizar genéricamente un período histórico tan largo como el franquismo
debilita nuestra identidad nacional, socava nuestra confianza en nosotros
mismos y denigra el esfuerzo de toda una generación de españoles ―de la que
formaron parte nuestros padres y abuelos― que construyó los pilares sobre los
que llevamos apoyándonos medio siglo.
Reconciliándonos
con nuestro pasado
Permítanme
recalcar una obviedad: nuestra historia no se interrumpió en 1939 para
reemerger en 1975. Aunque Sánchez tenga un concepto patrimonialista y feudal
del poder, un país no es propiedad de quien lo gobierna. La España de Franco no
perteneció a Franco, como la España de Sánchez no le pertenece a él, aunque en
su peculiar trastorno crea lo contrario. Por lo tanto, el pueblo español debe
reclamar como propia, con toda naturalidad, toda su historia, incluyendo la
Guerra Civil (1936-1939) y el franquismo (1939-1975).
Respecto de
la primera, sabemos bien el horror que supuso, particularmente respecto a las
matanzas de civiles que se produjeron en la retaguardia de ambos bandos.
Sabemos también que no todas las víctimas recibieron el mismo trato: aunque a
los muertos nadie les devolvió la vida, a las decenas de miles de asesinados
por el Terror Rojo (incluyendo las víctimas del genocidio católico) se les hizo
justicia, mientras que a las decenas de miles de asesinados y ejecutados por el
bando ganador, no, y sus familiares tuvieron que vivir con ese dolor
añadido[1].
Pero lo
cierto es que tras la dura represión de posguerra la sociedad española dejó de
remover el pasado, no por imposición del régimen, sino por pura supervivencia
psicológica: a la generación que vivió la guerra no le gustaba hablar de ella,
aunque hubiera pasado mucho tiempo. Así, las heridas cicatrizaron con inusitada
rapidez, de modo que el pueblo español era ya un pueblo reconciliado y en paz
mucho antes de 1975. En dicha reconciliación, desde luego, tuvieron especial
mérito quienes, por haber pertenecido al bando perdedor de aquella lucha
fratricida, fueron capaces de perdonar sin que se les hiciera justicia. Por lo
tanto, el llamado espíritu de la Transición caracterizado por el centrismo y la
moderación se limitó a reflejar la reconciliación previa de una sociedad
española que se encontraba muy alejada de extremismos o resentimientos.
Entonces,
¿cómo juzgar la dictadura de Franco cincuenta años después de su muerte?
Sánchez ―que, por defecto, miente siempre― la ha definido como unos «años
oscuros». ¿Lo fueron? ¿Fue la población española liberada en 1975 de un triste
y largo secuestro, como ocurrió en 1989 con las poblaciones del Telón de Acero
tras la caída de las dictaduras comunistas? La respuesta rápida es no. En
primer lugar, para que haya secuestro debe haber encierro, y desde el final de
la Segunda Guerra Mundial los españoles siempre pudieron salir libremente de su
país. Las dictaduras comunistas, por el contrario, levantaron muros con
ametralladoras y alambradas de púas para evitar que su población escapara. En
segundo lugar, la ilusión serena con la que la mayoría de los españoles vivió
la Transición coexistió con dos fenómenos que hoy se mantienen en secreto: la
sorprendente popularidad del franquismo y el espectacular crecimiento económico
de España desde 1949 hasta la crisis del petróleo de 1974, sin parangón en
nuestra historia (ni antes ni después).
La
sorprendente popularidad del franquismo
Como escribió
mi admirado Julián Marías, «los que manipulan el mundo cuentan, sobre todo, con
la falta de memoria de los hombres». Hoy resulta difícil comprender el apoyo
popular que en su día tuvo la dictadura franquista, un régimen que carecía de
libertad política y mantenía graves restricciones a la libertad de expresión
(como ocurre hoy con la sutil tiranía de la corrección política). Sin embargo,
tal y como observó el propio Marías (encarcelado unos meses durante el
franquismo, filósofo veraz y notario fidedigno de la Transición), «las mayorías
españolas estaban tan despolitizadas que la ausencia de libertad política les
importaba muy poco», mientras que «la libertad social y personal se había
multiplicado y, siempre que no se tratara del poder público, el español podía
hacer en muy alto grado lo que quisiera»[2]. De hecho, probablemente el grado
de autonomía o libertad personal en la vida cotidiana en el tardofranquismo
fuera superior a la que se tiene ahora, con tantas regulaciones, permisos y
prohibiciones.
Por otro
lado, en contrapeso a la ausencia de muchas libertades públicas los españoles
valoraban la ley y el orden del régimen (la tasa de criminalidad y la población
reclusa eran una tercera y una cuarta parte, respectivamente, de lo que son
ahora), el escaso nivel de corrupción (que no fue siquiera un tema de debate en
las primeras campañas electorales) y el crecimiento económico antes señalado,
que analizaremos con detenimiento más adelante.
Pero quizá
sea mejor dejar que sean los españoles de la época ―los que mejor podían juzgar
el régimen― quienes opinen a través de las encuestas del CIS de aquellos años.
Unos meses antes de la muerte de Franco, el 80% de la población se definía como
«muy feliz» o «bastante feliz»[3] y, cuando murió, un 42% de los españoles
defendía que «no procedía» acometer reformas legales para que España tuviera
una democracia similar a la de los países de su entorno. El 58% era partidario
de hacer la transición[4], pero en general sin excesiva prisa[5].
Los
resultados de estas encuestas fueron corroborados en las dos primeras
elecciones democráticas en las que los españoles libremente eligieron que les
siguiera gobernando el último presidente de la dictadura, Adolfo Suárez, si bien
es cierto que al frente de un partido centrista y reformista, no continuista.
Suárez, antiguo director de RTVE del régimen y secretario general del
Movimiento, había sido seleccionado inicialmente por el rey Juan Carlos,
entonces enormemente popular a pesar de haber sido elegido sucesor por Franco
(o precisamente por ello). Aunque el rey ya había dejado clara su voluntad de
llevar al país a la democracia y convertirse en rey de todos (la Corona sigue
siendo la única institución de nuestro país no contaminada por la política),
los resultados electorales dejaron claro que los españoles buscaban una reforma
suave y desaprobaban el rupturismo.
A la luz de
estos datos resulta difícil no llegar a la conclusión de que la España de
Franco acabó siendo relativamente franquista. En efecto, el dictador gozó de
una «visible popularidad», en palabras del general Vernon Walters (asesor e
intérprete del presidente norteamericano Eisenhower en su visita a España en
1959[6]), lo que llevó al propio Eisenhower a sugerir en sus memorias que, de
haber convocado Franco elecciones, las habría ganado[7]. En este sentido, nunca
necesitó salir a la calle protegido por una legión de pretorianos, como ahora
hace Sánchez cual impopular déspota, y nunca tuvo que huir de la ira popular,
encogido y rodeado de escoltas, como hizo el cobarde aquél en Paiporta.
El hecho es
que Franco murió ya anciano ocupando tranquilamente el poder sin contar con
excesiva oposición fuera del terrorismo y del comunismo. Una inmensa
muchedumbre despidió su féretro, como recuerdo perfectamente, y cuando al día
siguiente a su muerte el CIS preguntó a los españoles qué sentimiento le había
producido la noticia, el 49% contestó que había sentido «algo parecido a la
muerte de un ser querido», mientras el 35% contestaba más sobriamente que le
había parecido «normal, dada su edad»[8]. Curiosamente, el régimen decidió no
publicar la encuesta.
Una
popularidad duradera
Diez años
después, en 1985, en plena democracia y con mayoría absoluta del antiguo y
moderado PSOE —hoy lamentablemente extinto—, el CIS volvió a preguntar a los
españoles qué habían sentido al morir Franco: un 28% recordaba haber sentido
preocupación o miedo y un 21%, tristeza. Sólo un 10% recordaba haber sentido
alegría. Además, un 46% definía ecuánimemente «el régimen de Franco» (el CIS no
lo denominaba «dictadura») como una etapa «que había tenido cosas buenas y
cosas malas», mientras un 18% lo consideraba claramente «un período positivo»
para España. Sólo un minoritario 27% lo calificaba como un período netamente
«negativo»[9].
Quizá esto
explica la prudencia con la que ese mismo año 1985 se manifestaba el propio
Felipe González (que llevaba tres años como presidente del gobierno con una
abrumadora mayoría absoluta) cuando le preguntaron qué juicio le merecía Franco
diez años después de su muerte: «Sigo teniendo una idea excesivamente
simplificada, pues todavía no hay una perspectiva histórica para hacer un
juicio con todas sus consecuencias» ―contestó con ponderación―. Y añadió:
«Franco como personaje es muy difícil de juzgar, salvo el juicio negativo de
que nos tuvo sometidos a una dictadura después de una guerra civil (…). Hay
gente que se ha propuesto hacer desaparecer los rastros de 40 años de historia
de dictadura: a mí eso me parece inútil y estúpido. Algunos han cometido el
error de derribar una estatua de Franco; yo siempre he pensado que si alguien
hubiera creído que era un mérito tirar a Franco del caballo tenía que haberlo
hecho cuando estaba vivo»[10].
Pero quizá el
dato más revelador se obtuvo en 1995 con el PSOE aún el poder, cuando el CIS
volvió a preguntar sobre el tema: veinte años después de su muerte, un 30% de
los que contestaron la encuesta (sin contar NS/NC) afirmaba que Franco había
sido «uno de los mejores gobernantes que había tenido España en el último
siglo»[11].
El
espectacular éxito económico de España (1949-1974)
Sin duda lo
que mejor explica la popularidad del régimen es el espectacular éxito económico
que logró España desde 1949 hasta 1974. En efecto, esos 25 años constituyeron
la etapa de mayor crecimiento económico de nuestra historia, récord que sigue
vigente medio siglo después. El dato es poco conocido por ser políticamente
incorrecto, pues pone al descubierto que la consigna con la que se autodefine
el régimen constitucional del 78 («la etapa de mayor paz y prosperidad de
nuestra historia») es falsa.
Así, de 1949
a 1974 el PIB per cápita en España creció (en términos constantes) a un ritmo
del 6% anual, lo que significó salir de la pobreza y crear, por primera vez en
nuestra historia, una contenta clase media. En una sola generación la renta de
los españoles se multiplicó por cuatro (después de inflación), de modo que los
hijos vivían muchísimo mejor de lo que habían vivido sus padres, lo contrario
de lo que ocurre ahora. Este extraordinario crecimiento se produjo con una
presión fiscal que era la mitad de la que sufrimos hoy y con un Estado que
tenía la cuarta parte de funcionarios que tiene hoy. El desempleo era inferior
al 4%, frente al 10% de hoy (y el 16% de desempleo medio desde 1978), la
vivienda era accesible, y una familia podía sacar adelante a cuatro hijos con
un solo sueldo mientras hoy dos sueldos apenas pueden sacar adelante a dos
hijos.
Por lo tanto,
el éxito económico de España en ese período resulta irrefutable, pero sería un
error considerarlo un logro exclusivo de un régimen políticamente excluyente:
fue un éxito colectivo de España del que todos deberíamos sentirnos orgullosos,
independientemente de quien gobernara en aquel entonces o del sistema político imperante.
En efecto,
aunque el crecimiento económico de España desde 1949 a 1974 tuvo que ver con
determinadas políticas gubernamentales (especialmente con el Plan de
Estabilización de 1959), fue ante todo logrado gracias al tesón y sacrificio de
toda una generación de españoles, sin distinción de ideología o región de
origen, que exhibieron esa constelación de virtudes que hacen posible el
progreso: trabajo duro, honradez, seriedad, austeridad, cumplimiento de la
palabra dada, espíritu de servicio y amor al trabajo bien hecho. A esa
generación de españoles a la que pertenecieron mis padres, que madrugaban para
dejar una España mejor para sus (muchos) hijos, quiero rendir tributo con este
artículo.
Las comparaciones son odiosas
A efectos
comparativos, resulta interesante dividir los últimos 75 años de historia
económica de España en tres períodos consecutivos de 25 años cada uno: de 1949
a 1974 (durante el franquismo), de 1974 a 1999 (la España de la peseta) y de
1999 a 2024 (la España del euro). ¿Cómo se comparan entre ellos?
Utilizando
datos del Banco Mundial (ajustados a la población), el crecimiento real del PIB
per cápita en el período 1949-1974 fue del 6% anualizado; en el período
1974-1999 se redujo a un 2% anual; y en el período 1999-2024 fue de sólo el
0,9% anual[12]. Es decir, que el PIB per cápita creció durante esa etapa del
franquismo el triple que en las primeras décadas de la democracia (con la
peseta) y el séxtuple de lo que ha crecido en los últimos 25 años (con el
euro). Dicho de otro modo, con la democracia nuestra economía ha crecido menos
que con el franquismo y con el euro menos que con la peseta. Por otro lado, en
1974 la deuda pública era de sólo el 6% del PIB; en 1999 ya había subido al
61%; hoy es del 105% del PIB. Por lo tanto, un menor crecimiento ha sido
acompañado de un aumento muy considerable de la deuda pública[13].
1974-2024:
cincuenta años económicamente desperdiciados
Sin embargo,
el crecimiento económico de un país tiene un poder descriptivo limitado: aunque
un país crezca mucho, si los demás países crecen al mismo ritmo, ¿dónde está su
mérito? De ahí la importancia de la comparativa internacional reflejada en el
concepto de «convergencia», esto es, en la evolución a lo largo del tiempo de
la renta per cápita de un país en términos relativos a un grupo comparable de
países. En otras palabras, la convergencia compara el ritmo de crecimiento de
renta per cápita de un país con los de su entorno.
En el caso de
España, la convergencia se ha medido tradicionalmente con Europa. Sin embargo,
esta costumbre presenta tres importantes limitaciones: primero, adolece de una
visión eurocéntrica del mundo, hoy obsoleta; segundo, la ratio suele estar
desvirtuada por la progresiva ampliación de la UE; y tercero, Europa es una
comparación fácil, pues ha crecido relativamente poco respecto del resto del
mundo como resultado no de una inexorable maldición bíblica, sino de la
imposición de ideologías trasnochadas (impuestos elevadísimos, burocracia
monstruosa y regulaciones disparatadas).
Por ello,
resulta preferible comparar la renta per cápita española con una muestra más
amplia del planeta, como es la media de la OCDE. Pues bien, como puede verse en
el siguiente gráfico, el PIB per cápita español relativo a la OCDE alcanzó un
pico hacia 1974 que en los siguiente 50 años sólo fue igualado por el espejismo
creado por la burbuja inmobiliaria del 2007. Hoy sigue siendo inferior al que
era al final del franquismo, por lo que, en términos de convergencia, hemos
desperdiciado los últimos 50 años[14]:
La
comparación con Europa no modifica esta conclusión ―que hoy estamos igual o
ligeramente por debajo de donde estábamos en 1974―, aunque dependiendo del modo
de cálculo la curva puede ser similar[15] o diferir en algunos puntos[16].
Debo añadir
que esta muestra de mediocridad económica, que refuta una vez más el autobombo
del régimen constitucional del 78, me sigue asombrando hoy igual que me asombró
cuando me lo descubrió hace muchos años el que fuera uno de los mejores
economistas españoles del s. XX, el profesor Velarde.
Conclusión
Ha pasado
casi un siglo desde el comienzo del franquismo, pero se sigue ocultando la
realidad sobre aquel período y demonizándolo como signo de virtud política. Un
siglo rasgándose las vestiduras, ¿no es suficiente?
Debemos
comprender que esta actitud, a la que ha contribuido toda nuestra clase
político-periodística, daña a España. Unos lo han hecho por complejo o por
ignorancia; otros, por sectarismo o por interés; y unos pocos, por incurable
patología. Falta rigor y sobra frivolidad; faltan datos y sobran opiniones;
falta ecuanimidad y sobra fanatismo; falta amor a la verdad y sobra el Himalaya
de falsedades que denunció el socialista Besteiro. ¿Hasta cuándo seguiremos
así?
[1] El estudio más serio es Pérdidas de la Guerra, de
Salas Larrazábal, que estima en 72.500 los asesinados por el bando republicano
y en unos 50.000 los asesinados por el bando nacional, incluyendo los 15.000
ejecutados en la represión de posguerra (según el estudio definitivo de Miguel
Platón: La Represión de la Posguerra, Actas 2023).
[2] Julián Marías. La España Real. Espasa-Calpe 1976 p.
56-57.
[3] Encuesta CIS
enero 1976
[4] Encuesta CIS
enero 1976
[5] Encuesta CIS noviembre 1985. VII Aniversario de la
Constitución
[6] Vernon Walters. Misiones Discretas. Planeta, 1978 p.
322.
[7] Dwight Eisenhower. Waging Peace: The White House Years. Heinemann,
London, 1965 p. 510
[8] Exposición-CIS 60 Aniversario 1963-2023
[9] Encuesta CIS noviembre 1985.VII Aniversario de la
Constitución
[10] «He perdido la libertad para que los demás la
tengan», afirma Felipe González | España | EL PAÍS
[11] Visor fichero – CIS
[12] PIB (US$ a precios constantes de 2015) – Spain |
Data
[13] Ibid.
[14] Renta per cápita y productividad en la OCDE de 1960
a 2022
[15] PEE Núm 111
[16] Informe Anual 2022
05/02/25:
https://www.fpcs.es/secretos-de-la-espana-prohibida-1939-1975/
Ilustración: https://www.wikiart.org/en/francisco-franco/self-portrait
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