LUIS HERRERA Y RÓMULO
Guido Sosola
Conocí a Luis
Herrera Campíns durante la campaña electoral de finales de 1958, cuando vino
entre semana a la capital para una reunión de la dirección nacional de su
partido. Estaba entregado de cuerpo y alma a la campaña por la diputación
larense al mismo tiempo que la presidencial de Rafael Caldera, y acordó tomar
un café con mi padre, quien – por cierto -
lo halagó porque le respondió en un italiano impecable, quizá con acento
del norte y de seminarista venezolano, a un “musiú” conocido por los
alrededores del Puesto de Socorro, en la esquina de Salas.
Ya legislador
electo, adquirió cierta celebridad por el discurso que pronunció en el
Capitolio a propósito del centenario de la Federación, por cierto, demasiado
zamorano como se estilaba por entonces, pero - en el curso de toda la legislatura
- resultó una pieza indispensable en la conducción política de las cámaras que
estaban repletas de líderes muy promisorios, como quizá nunca antes ni después
se tuvo en Venezuela. Huelga comentarlo, un relevo generacional de los años
cuarenta que pondría a Pérez, Herrera, y Lusinchi en Miraflores, como luego no pudo hacerlo representante alguno de la gente del cincuenta y ocho.
Varios días
después, en la sala de casa, compartiendo con mi viejo y otro señor que – si
mal no recuerdo – fue un combativo dirigente sindical, Luis les contaba de una
reunión a la que asistió no sé si en Miraflores, en el Palacio Blanco o en Los
Núñez, con el presidente Betancourt, acompañando a Miguel Ángel Landaez, jefe de la bancada copeyana. Sorprendiendo a sus contertulios, en medio de la
taza de café, y retuve el testimonio que oí sin querer: indicó algo así como que “Rafael
tiene razón, Rómulo ha madurado y confía en el respaldo que le podamos
dar”, porque presagiaba demasiadas
tormentas y de las peores con Cuba, antes que con Santo Domingo que capitalizaba
a la opinión pública por el atrabiliario Trujillo y su bohemio hijo Ranfis.
La relación de
Betancourt fue extraordinaria con Luis Herrera, un defensor a carta cabal del gobierno, convertido en jefe de la fracción parlamentaria de su partido a la
vuelta de un año de la elección, leal y crítico y de una honradez a toda
prueba. Por ello, cuando Rómulo entrega el poder a Leoni, aceptó una única
reunión doméstica de despedida, escaseando los políticos de oficio; dos personas que ponderó mucho y estimó especialmente por sus aptitudes
políticas: Luis y Jaime Lusinchi, conscientes de gozar de la más alta estima del
gran líder.
Por antiadeco que fuese o se mostró, entendía muy bien sus responsabilidades al frente del Estado. Durante su ejercicio presidencial, Luis mantuvo una relación de respeto y confianza hacia Rómulo, sabiéndolo un valor para la democracia.
Fotografías: Inicial: Rómulo Betancourt y Luis Herrera
Campíns, tomada de la red. Y, la posterior, tomada de la cuenta e Instagram:
CorreodeLara, con la siguiente leyenda: “En
noviembre-diciembre de 1947, la Seccional COPEI–Lara se reunió bajo los
almendros de El Oasis en Barquisimeto. Rafael Caldera, entonces joven candidato
presidencial, dialoga codo a codo con Luis Herrera Campíns; justo detrás,
Cléofe Andrade y otros dirigentes sellan con ilusión el rumbo de un proyecto
ciudadano”.
04/05/2025:


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