“Cuando se te ofrece la carta de la atención, se hace con la exigencia de posicionarte en uno de los bandos. O te conviertes en la asilvestrada insolente, la favorita de las redes, derrochando un desparpajo estoico para que la ofensa del resto no te afecte, o te exhibes como la adoctrinada ideal, la que borra cualquier rastro de sus orígenes y se erige como imagen prístina de su proyecto integrador. El espacio intermedio, mucho más interesante, rico, plural, trans, no interesa porque no se entiende. O te exotizas o te asimilas”
Noelia Ramírez
(“Nadie me esperaba aquí.
Apuntes sobre el desclasamiento”, Anagrama, Barcelona, 2025: 48)
Pocos saben quién fue el senador estadounidense
asesinado en 1968, cuando bregaba por la candidatura presidencial de los
demócratas, aunque es el padre del actual y polémico secretario de Salud de
Donald Trump del que conocen un poco más. Algunos lo dirán hermano del único de
la familia que ha ejercido la presidencia en el norte, mientras que, otros,
como si resolviesen por completo uno de los problemarios de Navarro del viejo
bachillerato, deducirán que tratamos del mismísimo tío del ministro.
En todo caso, tendemos a despotricar de cualquier
reminiscencia que actualice a los oficialistas, opositores, correvéydiles y
relacionados de los tiempos que corren, quienes juran que la política arrancó
con el socialismo de la presente centuria. Por consiguiente, con el libro de
Copi en mano, la conclusión dizque lógica es que no cabe ninguna comparación
entre los líderes consumados y los prospectos de ayer, con los de hoy
inequívocamente integrantes de la era de la IA, todos galácticos e insuperables
en sus gracias y en sus morisquetas: no faltaba más, antipartidos.
El senador en cuestión, demócrata por Massachusetts, RobertF. Kennedy, arribó a Caracas el 30 de noviembre de 1965 para cumplir con una apretadísima agenda de trabajo que incluyó una
reunión con el presidente Leoni, otras con líderes sindicales y dirigentes
políticos, y, en horas de la noche, un foro televisado con la dirigencia
representativa de la juventud venezolana, bajo la moderación de Óscar Yánes,
antes de dar un breve paseo por el este de la ciudad. A tempranas horas del
primero de diciembre,previo al abordaje
del avión que lo llevó a casa, visitó varias barriadas populares (Los Frailes,
Gato Negro, Cútira, Los Taladros, Continente, Kennedy), pues, la gira planeada
para cuatro días la redujo a 24 horas en el contexto de los disturbios
callejeros promovidos por los sectores de la insurrección armada que, faltando
poco, no permitirían ni permitieron que visitara la sede de la Universidad
Central de Venezuela, cuya autonomía e inviolabilidad del recinto los protegía
descaradamente.
Por cierto, contexto característico al pasar por
Brasil, Chile, Perú y Argentina, en tiempos de la Guerra Fría ahora
desconocida, añadida la crisis de cohetes en Cuba que no fue precisamente una
zoquetada. América Latina tenía una importancia ahora perdida, respecto a los
líderes estadounidenses que comprometía severamente porque contábamos en este
lado del mundo con interlocutores de semejante estatura. Este solo detalle nos
lleva a considerar que el liderazgo político no se improvisa, no nace de una
caja de detergente, ni le incumbe a todo aquél que se siente predestinado no se
sabe a qué cosa.
Robert F. Kennedy se enfrenta a un panel libérrimo
compuesto por Narciso Romero (estudiante de economía), Douglas Dáger (bellas artes),
Adelis Romero (derecho), Rodolfo Porro Aletti (derecho),Carlos Torre Bracho, pero fueron las
intervenciones de Abdón Vivas Terán (economía) y Joaquín Marta Sosa (derecho),
las que sacudieron a la opinión pública. Apenas un mes antes, Vivas Terán y
Marta Sosa fueron también protagonistas principales de la convención juvenil de
los demócrata-cristianos, cuyos planteamientos políticos e ideológicos fueron –
por entonces – audaces y demostrativos de que, rondando un poco más de la
veintena de edad, se era capaz de pensar al mismo tiempo que actuar en el mundo
estudiantil para confrontar a los marxistas-leninistas de aquélla etapa y
combatir simultáneamente a favor de un nuevo orden social.
Las intervenciones de Vivas Terán y Marta Sosa,
escandalizaron a la opinión pública al tratar temas tabúes como la
nacionalización petrolera, la propiedad privada, entre otros (puede verse: https://apuntaje.blogspot.com/2025/11/escandalo-en-caracas.html). El senador visitante cumplió con un inesperado
papel, pues, quien tuvo el coraje de venir y polemizar libre y abiertamente a
través de la televisión con los muchachos, protocolizó la existencia de una
juventud alternativa, pensante y actuante, frente a una sociedad que la vio
organizar y realizar una histórica convención apenas un mes antes.
Reparemos en otras circunstancias: por ejemplo, la de
un país muy antes visitado frecuentemente por líderes políticos, artistas
populares y académicos, deportistas connotados, etc., de otros países. Además,
había medios para cubrirlos impresa, radial y televisivamente, con reporteros
capaces de abordarlos espontáneamente, sin cortapisas.
En dos pequeñas parábolas,
el texto del evangelio insiste en la actitud de la vigilancia.
En la primera de ellas,
parece advertirse una intencionalidad clara: el mayor enemigo de la vigilancia
es la inconsciencia, revestida de rutina y apego a lo acostumbrado
("comer, beber, casarse").
En la segunda, la
insistencia se sitúa en la importancia de "estar en vela", porque lo
que se halla en juego es nada menos que la seguridad de la "casa", es
decir, la consistencia de la propia persona.
Tanto en los sueños, como en
los cuentos y en las parábolas, la casa es un símbolo arquetípico de la
persona. Desde esta perspectiva, el mensaje de Jesús es una llamada a tomar
conciencia de quienes somos, favoreciendo la actitud que nos permite
"construirnos" –la vigilancia- y estando atentos a aquella otra que
nos "rompe" o arruina –la inconsciencia-.
Podemos comprender mejor a
lo que apuntan ambas actitudes si las relacionamos con la atención, entendida
como la capacidad de vivir en el momento presente.
La inconsciencia es el
estado habitual de quien se halla identificado con sus pensamientos,
sentimientos, emociones o reacciones. En esa identificación consiste lo que
llamamos ego: la creencia de que somos esos contenidos mentales y emocionales,
en la ignorancia más completa de nuestra verdadera identidad.
El pensamiento ha sustituido
a la conciencia y el automatismo a la comprensión.
La vigilancia, por el
contrario, se refiere a la capacidad de no perdernos en la maraña de los
pensamientos ni caer en la trampa de identificarnos con ellos. Requiere, por
tanto, la actitud de observar todo lo que pasa por nuestra mente, tomando
distancia de ello.
Gracias a esa distancia y
observación, venimos a descubrir que en nosotros hay pensamientos,
sentimientos, emociones, reacciones..., pero que no somos eso.
Como escribe Eckhart Tolle,
cuando me hago consciente de...
"que lo que yo percibo,
experimento, pienso o siento no es en definitiva lo que yo soy, y que no puedo
encontrarme a mí mismo en todas esas cosas que pasan continuamente...,
cuando me conozco como tal
[como la Conciencia, en la
que van y vienen las percepciones, experiencias, sentimientos y pensamientos]
lo que ocurra en mi vida ya
no tendrá una importancia absoluta, sino sólo relativa"
Sin distancia, nos vemos
confundidos y perdidos en nuestros pensamientos: son ellos, con sus vaivenes,
los que guían nuestra vida y los que dictan nuestra felicidad o infelicidad;
somos marionetas en sus manos.
No sólo eso. Sin distancia
de ellos, vivimos convencidos de que somos el "yo" que nuestra mente
piensa que somos; es decir, quedamos reducidos y constreñidos a una identidad
puramente mental.
Cuando ponemos atención, no
sólo quitamos importancia a todos nuestros contenidos mentales –sean los que
sean, no son más que "objetos" en nuestra conciencia; un conjunto de
pautas o patrones condicionados por nuestra historia psicológica, que se nos
repiten una y otra vez-, sino que empezamos a percibir que somos más que ellos.
No somos los pensamientos,
sino la Conciencia que está detrás y que es consciente de ellos. Porque no
somos nunca lo observado, sino "Eso" que observa.
Así leídas, esas dos
pequeñas parábolas encierran una profunda sabiduría. Todo se juega en la
atención.
"La atención es la
moneda más valiosa que tengo para pagar la libertad interior".
Y tenía razón: donde
pongamos la atención, estará nuestra vida (o nuestra falta de vida). La manera
en que enfocamos nuestra atención es fuente de equilibrio o de desequilibrio,
ya que nuestras emociones serán radicalmente diferentes.
Dicho de un modo más
tajante: la serenidad no viene de vivir en unas supuestas circunstancias
"ideales", sino de la capacidad de mantener centrada la atención, aun
en medio de la dificultad, en aquello que es lo más constructivo.
En ese sentido, puede
afirmarse que el cuidado de la atención es el precio de nuestra libertad; no se
puede ser libre, si no se es dueño de la propia atención.
Planteado desde el ángulo
inverso, significa reconocer que una mente vagabunda es fuente de esclavitud y
de sufrimiento, que nos mantiene a merced de sus vaivenes sin sentido: es la
"inconsciencia" de que habla la primera parábola.
Los maestros espirituales
han insistido siempre en la importancia decisiva de ser dueños de la propia
mente, es decir, de mantener una atención constante y, así, trascender el
pensamiento gracias a la práctica perseverante de la meditación.
Eso es, exactamente,
meditar: aquietar los movimientos mentales, gracias a la atención a aquello que
está aconteciendo aquí y ahora; de ese modo, la práctica meditativa se
convierte en una forma de vida, en una forma de ser, caracterizada por vivir
habitualmente en el momento presente, del que surge la percepción de nuestra
identidad más honda (transpersonal), que trasciende el yo mental o psicológico.
Lo más novedoso, sin
embargo, es que ahora no son sólo los maestros espirituales, sino los
profesionales de la salud mental –médicos, psiquiatras y psicólogos- los que
están descubriendo la potencialidad de la meditación, de cara a garantizar una
buena salud psicológica, previniendo el estrés, la ansiedad, la depresión y, en
general, todos aquellos trastornos relacionados con un funcionamiento
exageradamente cerebral.
¿Por qué es tan eficaz la
atención? Si tenemos en cuenta que "atención plena" es exactamente lo
opuesto a "divagación mental", en la que nos vemos tan frecuentemente
perdidos, traídos y llevados, arrastrados en definitiva por una "mente de
mono" vagabunda y errática, podremos empezar ya a intuir sus beneficios.
A falta de esa atención, no
somos en absoluto dueños de nuestra persona; ni siquiera usamos nuestra mente
para pensar. Lo que ocurre realmente es que, más que pensar, "somos
pensados", a veces de una manera tan compulsiva e incontrolable como
agudamente dolorosa.
La mente nos tiraniza en la
misma medida en que "va por libre", es decir, siempre que no es
observada. De esa mente no observada es de donde surge todo sufrimiento
emocional, incluidos los funcionamientos psicológicos y mecanismos mentales
autodestructivos. Basta reconocer que los pensamientos perturbadores no pueden
existir si no se les presta atención, es decir, si no se alimentan desde la
propia mente.
La atención sanadora
empieza, pues, con la observación de la propia mente. Observarla significa que
hemos empezado a poner nuestra atención en ella y que, en esa misma medida,
hemos tomado distancia de su cháchara interminable.
"Atención" y
"pensamiento no observado" se excluyen mutuamente. Por eso, basta
atender a la mente –sin dejarse involucrar en ella-, para que el pensamiento se
detenga. Ahora bien, como decía antes, para que sea tal observación, es preciso
mantener en todo momento la distancia con respecto a cualquier contenido mental
que pueda aparecer.
Porque no se trata de querer
modificarlos o eliminarlos, sino simplemente hacerse consciente de ellos. Si no
se pierde la distancia, pronto caeremos en la cuenta de dos fenómenos igualmente
importantes:
1) los pensamientos van
ralentizándose, hasta silenciarse por completo;
2) emerge una percepción
distinta y nueva de nuestra propia identidad: de pronto, constatamos, con una
sensación de gran libertad interior, que no somos nuestra mente, sino
"Eso" que la observa; no somos el pensamiento, sino la Conciencia en
la que aparecen; no somos el "yo mental", sino la Presencia atemporal
e ilimitada, el "Yo Soy" universal, que compartimos con todo lo que
es.
De la misma manera que
observamos nuestra mente y, así, llegamos a reconocer su carácter de
"objeto" –como un "órgano" más- dentro de lo que somos,
podemos dirigir nuestra atención directamente hacia el "yo" que
creíamos ser.
Al observar cualquiera de
nuestros yoes –el yo sólo existe acompañado de un adjetivo: yo asustado,
airado, triste, preocupado, juzgador, violento...-, nos veremos sorprendidos
por el mismo descubrimiento: ese yo al que podemos observar no constituye
nuestra verdadera identidad; es sólo el actor de una película que habíamos
confundido con la realidad.
Por tanto, en la medida en
que nos liberemos de la mente no observada, estaremos liberándonos del ego.
De un modo y otro, gracias a
la observación-atención, empezamos a entrar por el camino de la calma y la
serenidad, la ecuanimidad y el gozo, la maestría en ser dueños de nuestra vida
y la libertad interior, la conciencia de quienes realmente somos y la
plenitud...
La conclusión no puede
quedar más patente: la clave radica en ganar el dominio de nuestra atención,
manteniéndonos presentes en el aquí y ahora, poniendo los medios que, gracias a
una práctica perseverante, nos vayan haciendo diestros en ese arte, en el que
nos jugamos nada menos que la calidad de nuestra vida y el encuentro con
nuestra verdadera identidad.
Es claro, por lo demás, que
la atención únicamente puede vivirse en el momento presente. Cualquier escape
al pasado o proyección al futuro no es sino una claudicación a la mente
errática.
Eso no significa que no se
pueda programar el futuro; significa, más bien, que la programación no requiere
huir del presente. Estando conscientemente aquí y ahora, atendiendo a lo que
ocurre, logramos salir de la maraña del pensamiento que nos aturde, del
parloteo mental interminable y agotador, y vivimos en la atención que descansa:
quitamos pensamiento inútil y ponemos conciencia en nuestra vida; dejamos de
percibirnos como un "yo" a merced de la mente y nos experimentamos
como Conciencia ecuánime, la Presencia que –más allá de todo parloteo mental-
sencillamente es. Eso es el "despertar espiritual".
Matthew Killingsworth y
Daniel Gilbert, dos especialistas del equipo de neurología de la Universidad de
Harvard, han publicado, en la prestigiosa revista Science, las conclusiones de
un estudio, que confirma, punto por punto, lo que los sabios nos han dicho
siempre: el precio que pagamos por divagar es nada menos que la propia
felicidad.
Según una reseña de este
estudio, publicada en el diario El Mundo, el pasado día 11 de noviembre,
Killingsworth y Gilbert afirman que "el cerebro es una especie de 'super
ordenador', de funcionamiento complejo, del cual conocemos sólo una pequeña
parte. Sabemos que tiene actividad consciente e inconsciente, ambas de igual
importancia ya que permiten realizar acciones complejas a la vez y de forma
fluida; y que es capaz de pensar en el menú de la cena mientras atendemos una
llamada de trabajo, todo un logro evolutivo".
Esta capacidad de divagación
"parece ser el modo operativo por defecto del cerebro". Pero
'abusamos' de este recurso. Killingsworth y Gilbert se preguntaron si centrarse
en el 'ahora mismo' y dejar a un lado el pasado y el futuro es bueno para la
salud emocional.
En su estudio, analizaron
los datos obtenidas a partir de 2.250 adultos representativos de las
principales actividades laborales del mercado. Pero, fuera lo que fuera lo que
hacía cada uno de ellos, sus mentes se dedicaban a divagar una media del 46,9%
de las horas de vigilia.
Así que, "nuestra vida
mental está dominada en un grado destacable por el no-presente". Cuando
menos nos invaden estos pensamientos es durante la actividad sexual, el trabajo
o en una conversación.
En los instantes en los que
los participantes se ceñían a lo que estaban haciendo, es cuando eran más
felices. Este fenómeno era cierto incluso cuando la actividad realizada no
fuera especialmente entretenida e independientemente de si los pensamientos
versaban sobre temas placenteros, neutros o negativos, aunque estos últimos eran
los de peores consecuencias.
La conclusión a la que
llegaron fue la siguiente: Divagar, 'per se', es una fuente de infelicidad. Y
"el pensamiento errático es una excelente forma de predecir la infelicidad
de la gente".
¿La lectura de Hermann Hesse,con bastante de Les Luthiers y de Serrat, muy mezclados, puede retratar la remota etapa de
juventud? Probablemente, aunque jamás hemos alcanzado siquiera un nivel modesto
de humor corrosivo, con una mirada preocupada y poética a la vez, a objeto de
redondear la más inadvertida de nuestras aficiones.
Jamás sospechamos de aquella remota ocasión en la que Renny
Ottolina los presentó con sus raros instrumentos y humores, un mediodía de la semana
laboral, cuando regresábamos de clases, a mediados de los años setenta del
veinte. Oímos y grabamos uno de sus
discos en sendos cassettes, después los vimos en el Teatro Municipal de
Caracas: era posible comprender el mundo entre Johan Sebastian Mastropiero y
Warren Sánchez, tensado el arco para saber que un sargento o cabo segundo
ocuparía la cartera de Educación en el gabinete de fuerza.
No hubo gira de despedida en Venezuela de lo que
quedaba del grupo, por 2023, y, amurallado por el idioma, el público de países
de diferente lengua, todavía no se imaginan de lo que se han perdido y quizá la
IA ayude al tardío descubrimiento de la talentosa e inclasificable banda algo
más que sonora. Completando el fenómeno que representan, a los mejor los nietos
y biznietos de los fundadores e integrantes de Les Luthiers, sepan de un
rentabilísimo doblaje que haga industria del grupo.
De muy escasa bibliografía, tenemos pendiente la
búsqueda de un acertado ensayo en torno al surgimiento y trayectoria de los humoristas.
Sobre todo, en la nación que produjo el peronismo antes que a Perón, a Borges y Cortázar, a Sosa Stereo y Fito, a Favio y Pastorutti, a Galtieri y Maradona. Ojalá
transnacionalicen a los luthiersanos
para conmover al mundo en menos de ochenta días, comenzando por los propios
sureños.
Dispensen por el temor: antes de que caiga Occidente, debemos reivindicar a Les Luthiers. Quizá sus humores y secuelas salven esta civilización, o,
convengamos, lo que dicen que queda de ella.
Inevitable, el estilo y la política desembocan en
una razón panfletaria, por siempre urgido el respaldo decisivo de las masas en medio del
desconcierto. No pudo ser otra la consecuencia de la interesada invocación que
no, planteamiento, socialista apenas despuntando el presente siglo: está asociado
a un crónico estado de zozobra aún en el curso de la mayor bonanza petrolera o
dineraria de toda nuestra existencia republicana.
Consustancial al sistema político que nos hemos dado, aceptado
o resistido, esa razón ejerce una poderosa y hasta involuntaria influencia en
los cuadros inequívocos de oposición que gustan de las más trilladas
consignas, gozan de una exagerada tonalidad emotiva, el pretendido análisis se
convierte en la enfermiza hazaña del maniqueísmo, desarrollando un gusto por el
amarillismo, el insulto, la destemplanza. La deliberada degradación del debate
público, no es ni será soporte alguno para la reconstrucción polivalente del
país y bien podemos constatar, sobre todo en el lenguaje escrito cotidiano,
portador de la opinión dizque de los sectores más críticos, la más burda y
reiterativa imitación de los estándares oficialistas; por cierto, sin
extendernos en relación a los diarios de debates municipales y parlamentarios de
esta centuria.
La actuación política remite a una dramatización
reiterada de nuestros problemas, añadidos los particularmente muy nuestros, en
la búsqueda afanosa de la unanimidad sentimental con fines exclusivamente
movilizadores, por lo que la persistente promesa de un desenlace preferiblemente heroico constituye una obsesión de la actuación política. Por supuesto, mayores
son los recursos simbólicos empleados por el Estado, directamente proporcional
a su debilidad institucional, tendiendo la oposición a imitarlo paradójicamente
fuera del poder.
Categoría de usos múltiples, la antipolítica se
sincera en el abierto antipartidismo que suele colarse en esa práctica
panfletaria con disfraz de diligente sociedad civil con algunas
individualidades y expresiones organizadas que juran sustituir a los partidos. Varias veces señalado, fuerzan en todo lo
posible un protagonismo que les ahorra los costos inherentes a la
institucionalidad partidísta, o refuerzan la tendencia a hacer de la política
toda una producción a lo Joaquín Riviera con una narrativa totalmente emocional
antes que analítica, una simbología épica o apocalíptica del hartazgo, y una
destreza meramente coreográfica.
Un modo de interpretar la realidad que no comprende,
sino ataca virulentamente, termina por tragarse al cínico, demagogo y
polarizador que entiende la política, lo político y los políticos como
manifestación del espectáculo en línea, sus gestos verbales y escritos neciamente reiterativos y quejumbrosos, encarnando una razón panfletaria, a
veces, doblada en una asombrosa cortesanía. ¿Para qué el diagnóstico, las
propuestas, o los escenarios probables?, ¿por qué de la tediosa tarea de concebir
una estrategia en el inmenso tablero que lo explican las tácticas y vicisitudes que se agotan
en sí mismas?, ¿cabe en la era tecnotrónica la política como una experiencia
profesional?
Hay tradición panfletaria en Venezuela, la orientada a
informar, motivar y amalgamar a las masas en momentos excepcionales, recortando
el ventajismo de los adversarios, pero – igualmente – una distancia entre las
octavillas que imprimió Francisco de Miranda en el “Leander”, distribuidas al
desembarcar en Coro por 1806, y los excesos de Antonio Leocadio Guzmán décadas
más tarde, convertidos en doctrina por Lenin en otro siglo y en otras latitudes. Más de las
veces, esperamos del dirigente político o de sus imitadores, una explicación de
lo que acaece, acaeció y debe acaecer, en lugar de la agitación y denigración
como estilo, (anti)política y modo de razonar.
Ineludible el enorme tablero, es, fue y será necesario
estrategizarlo. Que sepamos, el
ajedrez no requiere del lanzamiento de dados.
EL GOLPE DE ESTADO CONTRA EL
PRESIDENTE RÓMULO GALLEGOS
Gehard Cartay Ramírez
El presidente Rómulo
Gallegos fue derrocado el 24 de noviembre de 1948, hace ya 77 años, sin que se
disparara un sólo tiro y sin que se quebrara un vidrio, casi.
Aunque parezca una
exageración, esta afirmación se desprende de los testimonios de algunos actores
del suceso, entre ellos, Domingo Alberto Rangel, entonces dirigente de Acción
Democrática: “No hubiera sido más difícil una parada militar”, escribió en su
libro "La Revolución de las fantasías", Caracas, 1988, p. 9).
De igual manera, el
derrocamiento del ilustre escritor no sorprendió absolutamente a nadie. Se
sabía que el golpe militar sobrevendría en cualquier momento, luego de varios
meses de intensas negociaciones entre la dirigencia adeca y los jerarcas
castrenses, sin que se pudiera llegar a acuerdo alguno. Sencillamente, el 24 de
noviembre “se había trancado el serrucho”.
Lo irónico de todo este
proceso es que aquel golpe de Estado sepultó, sin resistencia alguna, a un
gobierno elegido popularmente apenas once meses antes con un impresionante 74.3
por ciento de los sufragios. Sin embargo, cuando derrocan a Gallegos, nadie
salió a la calle a defender su gobierno. Aquella gestión no tuvo dolientes de
ningún tipo y la cobardía de quienes debieron serlos, facilitó el desarrollo de
los acontecimientos.
Un golpe de Estado
institucional
¿Qué había pasado realmente?
¿Cómo se pudo llegar a este desenlace si los militares ya habían planteado
reiteradas veces sus puntos de vista, tal vez tratando de evitar el golpe?
Porque una cosa resulta
cierta a estas alturas del tiempo: los militares negociaron hasta donde les fue
posible para impedir la asonada, al igual que ante el derrocamiento anterior
del presidente Isaías Medina Angarita. Puede pensarse, desde luego, que dado el
carácter no deliberante de las Fuerzas Armadas les estaba vedado cualquier
intento de discusión con el poder civil. Sin embargo, el hecho de formar -hasta
ese momento- una alianza política con AD, nacida el 18 de octubre de 1945,
legitimaba, por así decirlo, cualquier discusión abierta y franca con sus
socios civiles.
Todas las fuentes
documentales consultadas comprueban que desde tiempo atrás, incluso antes de
ganar Gallegos las elecciones del 14 de diciembre de 1947, ya se había iniciado
una permanente discusión entre el liderazgo adeco y los altos oficiales
militares, incluyendo la inconveniencia de la candidatura presidencial del
novelista, planteada abiertamente por el ministro Carlos Delgado Chalbaud al
propio Rómulo Betancourt, Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno.
En su libro De Carabobo a
Puntofijo, (Editorial Libros Marcados, Caracas, 2013, p. 102) el ex presidente
Rafael Caldera escribió:
“Rómulo Betancourt me contó
que una vez Delgado Chalbaud le había manifestado el deseo de hablar con él
(esto, antes de las elecciones presidenciales). Concertada la entrevista, le
expresó que la candidatura de Gallegos era un error, porque Gallegos, eminente
intelectual y ciudadano de excelencia, no tenía las condiciones políticas para
manejar el Estado, y su Presidencia podía terminar en un golpe, del cual ‘todos
vamos a ser responsables´. Le propuso Delgado derogar el decreto que prohibía a
los miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno ser candidatos a la
Presidencia de la República en las próximas elecciones. Le dijo: ‘Haga un viaje
al Exterior y deje encargado a Mario Vargas, a quien le tiene más confianza que
a mí. Nosotros derogaremos el decreto y Usted se puede lanzar como candidato a
la Presidencia de la República’. Betancourt le respondió: ‘Tu tienes razón en
cuanto que Gallegos no es en realidad un político; pero esa decisión es
irrevocable’”.
En realidad, y probablemente
antes del golpe de 1945, los jóvenes oficiales estaban dispuestos a actuar como
movimiento político y a influir, por tanto, sobre los acontecimientos. En un
primer momento permitieron que Betancourt y la cúpula de AD tomaran la
iniciativa, entregándoles, de entrada, la presidencia y la mayoría de la Junta
Revolucionaria de Gobierno. Pero a medida que avanzaba el tiempo su estrategia
era necesariamente la de ocupar cada vez mayores espacios. La equivocación de
sus socios civiles fue pretender que los mantendrían dentro de los cuarteles
mientras afuera estos desarrollaban una gestión de gobierno con claras
tendencias hegemónicas y caracterizada, a su vez, por el sectarismo y la
exclusión de los demás sectores.
No hay que olvidar, sin
embargo, que las Fuerzas Armadas se sentían ya con derecho a intervenir como
institución, aún cuando en su seno se movían dos tendencias, una
institucionalista, intelectualmente superior, liderada por Delgado Chalbaud, y
otra exclusivamente militarista, encabezada por Pérez Jiménez, quien estaba
fuertemente influenciado por las experiencias de los generales Odría de Perú, y
Perón de Argentina. Esta priorizaba la conformación de una especie de logia
militar que se preparaba pacientemente desde años atrás para tomar el gobierno,
mientras que aquélla creía necesario aún el mantenimiento del pacto con los
civiles representados por AD. Pero ambas estaban de acuerdo en presionar al
Presidente Gallegos, aunque tal vez con propósitos diferentes.
Delgado Chalbaud resistió
durante algún tiempo las pretensiones del ala militarista. Confiaba en que
Gallegos finalmente flexibilizaría sus rígidas posiciones frente a los
planteamientos de las Fuerzas Armadas y facilitaría la continuación del pacto
que dió lugar al golpe de Estado de 1945. Nada de esto fue posible y la
estrategia del entonces Ministro de la Defensa se estrelló contra la
intransigencia del Presidente de la República en la defensa de sus atribuciones
constitucionales.
En cierto modo estos hechos
contribuyeron a unificar a las dos corrientes existentes entre los jóvenes
oficiales, al frente de las cuales se coloca Delgado Chalbaud -con el apoyo de
Pérez Jiménez-, sin descartar todavía un último intento de negociaciones con
Gallegos. Fue cuando se le presentó al presidente el famoso ultimátum de cuatro
puntos (salida del país de Rómulo Betancourt; prohibición del regreso del
comandante Mario R. Vargas; remoción del comandante de la Guarnición de Maracay
y desvinculación con AD), rechazado firmemente por este. Inmediatamente se
produce el golpe del 24 de noviembre de 1948.
Una última acotación sobre
la cuestión militar de estos años: hay quienes sostienen que el golpe contra
Gallegos fue un golpe institucional, es decir, producido por el aparato militar
unificado frente a la crisis política de 1948. Este concepto también explica
porque no fue la típica asonada de un comando ni tampoco la obra exclusiva de
un caudillo militar, en este caso -según lo han sostenido algunos-, el teniente
coronel Pérez Jiménez.
Esta tesis es válida y
explica la actuación del ministro de la Defensa frente a los hechos. Por eso
mismo, su condición de oficial de mayor jerarquía y, desde luego, su influencia
sobre la institución castrense lo llevan a encabezar el golpe militar, no
obstante sus citados esfuerzos por impedir la solución de fuerza que al final
se impuso, bajo su dirección como Ministro del ramo.
El fugaz gobierno de
Gallegos
Apenas nueve meses duró la
presidencia de Rómulo Gallegos, tiempo insuficiente para haber realizado
siquiera una obra de gobierno de modestas proporciones. Todo lo contrario: la
administración pública entró en un proceso de inmovilización y paralización
preocupantes.
La verdad es que aquella
gestión heredaba graves problemas: un ambiente político convulsionado, entre
otras razones por el violento sectarismo del partido de gobierno frente a sus
adversarios, los cuales, a su vez, respondieron también con una agresiva línea
de acción opositora; protestas estudiantiles en la UCV que ocasionaron su
clausura por varios meses y la destitución de las autoridades; una recurrente estrategia
golpista por parte de sectores vinculados al lopecismo y el medinismo; y, por
si fuera poco, una conspiración soterrada por parte del alto mando militar de
las mismas Fuerzas Armadas.
Agréguense las consecuencias
de algunas medidas de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por
Betancourt, las cuales lesionaron diversos intereses políticos y económicos;
los famosos juicios de responsabilidad civil y administrativa contra altos
funcionarios de gobiernos anteriores, entre quienes figuraban los ex
presidentes Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita; y los
enfrentamientos con la Iglesia Católica por algunas decisiones contra sus
colegios e instituciones educativas en función del llamado Estado Docente
propugnado por el ministro Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Si bien era cierto que
Gallegos había ganado de manera abrumadora, AD había vista reducida en 200.000
sufragios su votación anterior cuando se eligió la Asamblea Constituyente de
1946. Sin embargo, aquel partido no registraba con espíritu autocrítico su
pronunciado desgaste electoral en tan corto tiempo, ni tampoco parecía
dispuesto a enmendar sus errores. Además, por aquellos días se hablaba de una
supuesta frialdad en las relaciones entre Gallegos y Betancourt.
En medio de una crisis
política y militar acuciante, el presidente Gallegos inicia una visita de tres
semanas a Estados Unidos, invitado por el presidente Harry S. Truman. Deja como
encargado de la Presidencia al Ministro de la Defensa, el comandante Carlos
Delgado Chalbaud, una prueba de fuego, sin duda. A su regreso, el 15 de julio,
destaca este hecho ante los pesimistas y lo colma de elogios, así como a la
institución armada, durante una concentración organizada para darle la
bienvenida.
En los meses siguientes
continúa la violencia política y la actuación represiva de cuerpos de seguridad
y de algunas policías regionales contra sectores opositores, especialmente el
partido Copei. El 18 de octubre siguiente, durante un mitin de AD celebrado en
Caracas, Betancourt celebra un nuevo aniversario de la Revolución de Octubre y
elogia la leal actitud de Delgado Chalbaud y Mario Vargas al frente de las
Fuerzas Armadas y en apoyo a aquélla.
A menos de un mes de aquella
concentración, el 24 de noviembre de 1948, los militares encabezados por
Delgado Chalbaud, derrocaron al presidente Gallegos.
¿Héroes o villanos?
Rómulo Betancourt, en su
obra capital Venezuela, política y petróleo (Editorial Senderos, Bogotá, 1969,
páginas 548 y siguientes), señaló tres causas del golpe contra Gallegos: 1) El
andinismo aún presente en el ejército, a su juicio estimulado por el ex
presidente tachirense López Contreras en cartas a Delgado Chalbaud, hijo de
andino y caraqueña; 2) El resuelto apoyo de las dictaduras americanas a la
conspiración de “la reacción venezolana”; y 3) La cadena de intentonas
golpistas contra el gobierno entre 1946 y 1948.
Ese análisis, sin embargo,
res correcto, pero incompleto al no mencionar también otras causas que
produjeron el golpe contra el presidente Gallegos. Habría que señalar, como ya
lo hemos anotado antes, la intolerancia, el sectarismo y el afán excluyente
demostrado por AD, tanto durante la gestión de Betancourt como en la del propio
Gallegos. Ambos lo reconocerán posteriormente, luego de la caída de la
dictadura pérezjimenista.
En verdad, hubo un manejo
muy torpe que trajo luego como consecuencia el aislamiento de AD frente al
país, particularmente con respecto a los demás partidos, en especial con Copei,
y concretamente -craso error- con las Fuerzas Armadas. Ambos habían sido
inicialmente aliados al producirse el golpe del 18 de octubre, pero luego
fueron alejados por el sectarismo puesto en práctica por AD y su gobierno.
Independientemente de los
indiscutibles logros políticos y administrativos de la llamada Revolución de
Octubre, la mayoría de los historiadores han señalado como uno de sus errores
fundamentales la tentación hegemónica que animó a sus conductores. Esa tal vez
sea la principal causa de su fracaso.
«La falla de Gallegos
radicó, en nuestro parecer, en lo que se denomina el timing en política, que
quiere decir saber escoger los momentos adecuados para tomar ciertas medidas»,
afirma Luis Daniel Perrone en su lúcida ponencia presentada en las XV Jornadas
Aníbal Dominici, realizadas en octubre pasado.
Y a partir de esa premisa
sostiene Perrone que la caída del novelista-presidente no fue un relámpago en
cielo sereno, sino el desenlace de un orden constitucional ya agrietado por la
fricción constante entre Acción Democrática y el Alto Mando Militar. Gallegos,
atrapado entre las dos fuerzas que habían hecho posible la experiencia del 18
de octubre de 1945 —el sector militar y su propio partido—, reaccionó con un
rigor moral irreprochable, pero con una eficacia política menguada frente a
unas presiones que exigían cálculo, flexibilidad y oportunidad.
El fulminante derrocamiento
del 24 de noviembre reveló que la alianza “cívico-militar” del 18 de octubre de
1945 no había sido el pacto fundacional que la historiografía pretendió ver,
sino un matrimonio de conveniencia en el que cada parte perseguía su propio
acceso al poder.
El clima de la Guerra fría,
el cuestionado “sectarismo” del trienio adeco y el deterioro de la relación
entre Gallegos y Betancourt ampliaron el campo minado sobre el que el
presidente intentaba gobernar. A ello se sumaron las intrigas que le susurraban
que era una “marioneta” de Betancourt, y las exigencias cada vez más
desafiantes del estamento militar, que llegó a reclamar la salida de AD del
gobierno y la expulsión del propio Betancourt. Gallegos rechazó tales
imposiciones, pero su negativa, combinada con una inocente confianza en Carlos
Delgado Chalbaud, allanó el camino al golpe comandado por Marcos Pérez Jiménez
y Luis Felipe Llovera Páez.
La escena política tampoco
jugaba a su favor. A su alrededor se alineó una oposición tan amplia como
heterogénea —Iglesia Católica, Copei, URD, lopecistas, medinistas, empresarios
y profesionales— que veía en los líderes de la Revolución de Octubre una amenaza
a sus intereses y que no movió un dedo para detener el alzamiento. De esa
inercia surgió el gobierno militar de 1948, que se proclamó legítimo amparado
en el Comunicado n.º 6 de las Fuerzas Armadas y en las alocuciones de Delgado
Chalbaud, que atribuían la intervención al desorden civil y pretendían
transformar la ruptura en acto restaurador.
El peso adquirido entonces
por las Fuerzas Armadas quedó en evidencia una década después. Tras la caída de
Pérez Jiménez en 1958, se mantuvo vigente la Constitución de 1953 —y no la de
1947— hasta la promulgación del texto de 1961. Como explica Jesús María Casal
en Apuntaciones para una historia Constitucional de Venezuela, los militares
rehusaron revivir la carta magna del 47 porque la asociaban con una etapa de
conflictividad política que repudiaban; y hacerlo equivaldría a admitir la
ilegitimidad de todas sus actuaciones desde 1952.
Fue a la luz de esas
lecciones que la dirigencia civil comprendió, al fin, que la relación con los
militares debía asentarse en otra lógica: el militar respeta al poder civil
cuando percibe liderazgo moral, solvencia intelectual, unidad política y
respaldo internacional. A esto se suma el conocimiento preciso de los asuntos
castrenses, como lo demostró sin vacilar Rómulo Betancourt a partir de 1958.
En definitiva, este
recorrido demuestra que una democracia de gran calado perdura únicamente cuando
el sector militar y el civil convergen en un mismo compromiso institucional
compartido. Así ocurrió a partir de 1958, cuando el respeto recíproco y la
amplitud de acuerdos —como el Pacto de Puntofijo—blindaron el proceso político
y dieron estabilidad al país.
Los venezolanos estamos
convocados —hoy más que nunca— a asumir las lecciones de nuestros aciertos y a
no repetir nuestros errores.