DE LA TAGUARIZACIÓN DEL HÁBITAT
Luis Barragán
Los
especialistas podrán corregirnos, pero luce anacrónica la distinción entre los
medios rural y urbano de acuerdo a la experiencia de otros países. Antes, el
uno hacía referencia al campo, desprovisto de los más elementales servicios,
mientras que, el otro, gozaba de todos ellos como sinónimo de una mayor calidad
de vida.
Además, así lo trabajó la
novelística clásica venezolana, la ruralidad era ajena a la civilización, por
lo que el positivismo demandó e intentó la inmediata transformación del medio
físico como una de las condiciones indispensables
para el progreso. Hacerlo, entre nosotros, también dio ocasión para los grandes
negocios y la destrucción de la memoria histórica, como ocurrió con Pérez
Jiménez que, si bien prosiguió el esfuerzo de sustituir el rancho por un
apartamento seguro y confortable, igualmente levantó sus obras faraónicas en
una Caracas desalcantarillada, llevándose por el medio sendos referentes
arquitectónicos.
El caso está en que mientras haya la
infraestructura necesaria y los servicios que incluyen las telecomunicaciones,
el campo luce más atractivo que la ciudad. Y ésta, en la Venezuela actual, según la vieja connotación, está experimentando una
imparable ruralización que no es otra cosa que la destrucción misma de toda
convivencia, donde unos son zamuros del otro, en el curso de la violencia
expresa y tácita de un profundo daño psicológico.
El problema reside en el hábitat
convertido en un atril perenne de la propaganda política e ideológica
oficialista, por cualesquiera herramientas a la mano, trátese del recurso
radiotelevisivo, de las aplicaciones telefónicas o de las paredes tan
indignamente pintoreteadas, como la cartilla que fotografiamos de una casa
ubicada en la vieja carretera de Los Teques a Caracas. Y es que toda aldea,
caserío, pueblo o ciudad, tiene por única vocación la de tributar en más de un
sentido al poder central, al Estado Criminal y, en definitiva, a la comunalidad
que constituye el arma por excelencia para la extorsión: una bombona de gas,
una bolsa de comida de pésima calidad o cualquier otra dádiva, a cambio de
resignación y silencio.
Extrañamos a
los arquitectos que no temían a la crónica especializada y, a la vez, tan
didáctica en la prensa venezolana, dando cuenta de las viejas transformaciones
citadinas, ejerciendo más de las veces una cruda y valiente crítica. Sobre
todo, en estos tiempos de la metropolitanización del deterioro, en la que
desaparece la noción misma de la ciudad igualada con el campo por la barbarie de
un poder que sólo la tiene como atril para su propaganda: taguarizados, ya ni siquiera la casa es lugar seguro y vivible.
Fotografía: Carretera vieja de Los Teques - Caracas (15/02/2022).
21/03/20220:
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